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Arde Medio Oriente:

Los estallidos sociales arrinconan populismos religiosos en Irán, Irak y el Líbano. La remake de la Primavera Árabe.

- Por CLAUDIO FANTINI *

los estallidos sociales arrinconan populismos religiosos en Irán, Irak

y el Líbano. Por Claudio Fantini.

Las protestas que llevan semanas sacudiendo a Irak, Irán y Líbano parecen confirmar que los estallidos sociales son un fenómeno de este tiempo y no sólo tienen como blanco a las democracia­s liberales. Si bien la llamada Primavera Árabe no comenzó cuando se la dio por iniciada ni concluyó cuando se la consideró terminada, resultaba inédito que, de manera simultánea, estallen masivas protestas en países árabes. Por eso llamó tanto la atención el fenómeno iniciado en el Magreb al comenzar esta década.

La imagen estacional que se usa para referir a las protestas que derribaron déspotas en el norte de Africa y convulsion­aron el Oriente Medio, viene del desafío checoslova­co al totalitari­smo comunista aplastado con tanques soviéticos en 1968, que quedó en la historia como La Primavera de Praga.

Ver multitudin­arias marchas volteando dictadores causó estupefacc­ión mundial, porque normalment­e las postales de ese tipo no provenían de países árabes. Por eso se llamó “primavera” a las protestas que estallaron en Túnez, cuando un joven humillado por policías se quemó a lo bonzo en la ciudad de Sidi Bouzid, causando el estallido social que derribó a Zine al Abidine Ben Alí. La rebelión se contagió de inmediato a Egipto, donde las protestas en El

Cairo y en Alejandría persistier­on hasta la caída de Hosni Mubarak, iniciando el efecto dominó que sacudió a Bahrein y a la región chiita de Arabia Saudita, además de hacer estallar guerras civiles en Libia, Siria y Yemen.

Se consideró que era la primera vez que se producían masivas protestas callejeras en países árabes pero, en realidad, una de las primeras señales de que podía haber levantamie­ntos árabes fueron las protestas en Argelia sobre finales de la década del ’80, que obligaron al presidente Chadli Bendjedid a introducir reformas democrátic­as que condujeron a la primera elección multiparti­dista en 1991, proceso que se revirtió abruptamen­te ante la fuerza electoral del Frente Islámico de Salvación

(FIS), un partido fundamenta­lista.

Otro antecedent­e de la Primavera Arabe se dio en 2005, cuando estalló en Beirut la “Revolución de los Cedros”, por el asesinato del premier Rafiq Hariri, perpetrado por Hezbolá. Aquellas protestas apuntaron contra la influencia del régimen de Damasco sobre los gobiernos libaneses y lograron la retirada de las fuerzas sirias que llevaban décadas allí.

LAS ÚLTIMAS. Antes de concluir el 2019, reconfirma­ndo que la Primavera Arabe aún no ha terminado, una ola de protestas que comenzó en Beirut y alcanzó otras ciudades libanesas obligó a Saad Hariri, hijo del líder asesinado catorce años atrás, a renunciar como primer ministro.

Este dirigente sunita, sumiso al trono saudí, encabezaba un gobierno de unidad con el partido-milicia que mató a su padre y el otro movimiento chiita, Amal, liderado por Nabih Berri, además del Movimiento Patriótico Libre, que lidera Gibran Basil, que es yerno del general Michel Aoun, quien ocupa la presidenci­a en representa­ción de los maronitas. También integraron el gobierno interétnic­o el partido de la falange cristiana que conduce Samir Geagea, y el Partido Socialista Progresist­a de los drusos liderados por Walid Jumblatt.

La gota que colmó el vaso libanés fue un impuesto a los mensajes por Whatsapp, derivado de una crisis económica persistent­e. Pero lo más extraño fue que la protesta apuntó a toda la clase política, particular­mente a Hezbolá por ser un movimiento religioso. Y además de un gobierno de tecnócrata­s, los manifestan­tes reclaman poner fin a la división étnico-religiosa del poder, establecie­ndo gobiernos seculares.

El chiismo político también fue cuestionad­o por las protestas que derribaron al primer ministro Abdel Abdulmahdi en Irak. Las manifestac­iones que comenzaron en Bagdad, extendiénd­ose a Nasiriya y Nayaf, denunciaba­n la ineficienc­ia de la burocracia para brindar servicios públicos aceptables, así como también la mediocrida­d y la corrupción que caracteriz­a a la clase política y, en particular, a la dirigencia chiita, a pesar de que el grueso de los manifestan­tes son chiitas.

Cuando el jefe de gobierno renunció tras recibir el empujón final en el sermón del ayatola Alí al Sistani en la mezquita de Kerbala, la cifra de víctimas causadas por la represión superaba los cuatrocien­tos muertos.

Simultánea­mente, las multitudes desafiaban al poder teocrático en Irán, donde a diferencia de los países árabes las protestas no son una novedad. No fue una conspiraci­ón golpista como la que había derrocado al gobierno nacionalis­ta de Mossadeq en 1953, sino un levantamie­nto popular el que tumbó al sha Reza Pahlevi en 1979. Y el régimen oscurantis­ta que creó el ayatola Ruholla Khomeini también fue sacudido en varias ocasiones por multitudin­arias protestas, a las que aplastó con feroces represione­s.

Por caso, la ola de protestas contra el fraude que se perpetró para imponer al ultra-islamista Mahmud Ahmadineja­d en 2009. “Revolución Verde” se llamó al levantamie­nto que reclamaba al régimen reconocer el triunfo del candidato opositor Mir Hosein Musavi. Pero la respuesta fue una represión en la que actuaron los comandos del “Basij”, organizaci­ón paramilita­r creada por la Guardia Revolucion­aria para actuar en la guerra de ocho años contra Irak, pero devenida en criminal fuerza de choque contra manifestac­iones y agrupacion­es disidentes.

En esta oportunida­d, las protestas estallaron por la misma razón que en Ecuador se levantaron los indígenas contra Lenin Moreno y en Francia los chalecos amarillos contra Emmanuel Macron: un aumento en el precio del combustibl­e.

En la República Islámica, el aumento tiene que ver con las sanciones que reimpuso Trump al sacar a Estados Unidos del Acuerdo Nuclear de 2015. En rigor, son una continuida­d amplificad­a de la ola de protestas que entre 2017 y 2018 comenzaron en Mashhad y tuvieron réplicas en Isfahán, Qom, Hammadán y Teherán, entre otras ciudades.

Aquellas manifestac­iones también nacieron de los rigores de una economía sin vitalidad, pero también evidenciar­on el descontent­o de los jóvenes y las clases medias con el retrógrado autoritari­smo religioso que impera sobre el pueblo persa.

Los blancos de las protestas en Oriente Medio son gobiernos y movimiento­s antilibera­les: Hezbolá en el Líbano, la coalición chiita que gobierna Irak y el régimen de los ayatolas iraníes. Junto a las protestas en Hong Kong, constituye­n otra prueba de que no sólo la democracia liberal está siendo cuestionad­a en este tiempo de barricadas ardientes. * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Siglo 21.

LOS BLANCOS DE LAS PROTESTAS EN ORIENTE MEDIO SON GOBIERNOS Y MOVIMIENTO­S ANTILIBERA­LES, COMO HEZBOLÁ EN EL LÍBANO.

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IRAK. Las manifestac­iones contra el gobierno desataron la represión. Al cierre de esta edición se calculaban más de 400 muertos.
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 ??  ?? FURIA. Los iraquíes ganaron las calles. Se quejan por la corrupción, el desempleo y los servicios.
FURIA. Los iraquíes ganaron las calles. Se quejan por la corrupción, el desempleo y los servicios.
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 ??  ?? IRÁN. El estallido social empezó el 15 de noviembre. El gobierno reprimió y bloqueó internet.
IRÁN. El estallido social empezó el 15 de noviembre. El gobierno reprimió y bloqueó internet.

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