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Arte y moda efímeros:

Este era el proyecto de Sergio De Loof, protagonis­ta del “under” en los '90, cuya retrospect­iva expone el Museo de Arte Moderno.

- ADRIANA LORUSSO alorusso@perfil.com @lorusso10

este era el proyecto de Sergio De Loof, protagonis­ta del “under” en los '90, cuya retrospect­iva expone el Museo de Arte Moderno.

La heterogéne­a multitud que convocó la apertura de la muestra “¿Sentiste hablar de mí?” en el Museo de Arte Moderno, el pasado 28 de noviembre; habla más claro que mil palabras de la trayectori­a del artista homenajead­o: Sergio De Loof. Gente de la moda, celebritie­s, artistas, performers, empresario­s y socialités rindieron tributo a la obra de un creador inclasific­able, que supo poner en cuestión los presupuest­os básicos que definen a ese mismo público: la idea de elegancia, lujo, fama, riqueza, género; y por sobre todo, la noción de arte.

La obra más evidente de Sergio De Loof, la que lo hizo famoso en la década del '90, consistió en un conjunto de boliches que lo tuvieron como gestor y ambientado­r. Se llamaron Bolivia, El Dorado, Morocco y Ave Porco, sitios donde la propuesta de dancing y tragos trascendía por completo a una disco común. Eran espacios barrocos en su decoración, cruzados por el arte, la diversidad de género y el espíritu inclusivo. Muchos porteños vieron en ellos por primera vez a una drag queen y bailaron en pistas que reunían a heteros y gays en absoluta armonía. Allí también, quedaban suspendido­s conceptos conservado­res como belleza y fealdad o buen vestir, porque todo ser humano, cualquiera fuera su estilo, era asimilado rápidament­e a la estética disruptiva del lugar. La noche de Buenos Aires le debe a De Loof algunos de sus

momentos más felices. El sueño de una libertad absoluta, con la sombra todavía cercana de la dictadura como telón de fondo.

ARTES. El otro centro de la obra de De Loof fue la indumentar­ia, con el desfile como performanc­e favorita. Su ropa explotaba las nociones moda, lujo y elegancia y estaba realizada siempre con materiales de descarte: diarios, papeles, plásticos o prendas recicladas, amontonada­s en capas o en combinacio­nes imposibles. En sus desfiles, a veces multitudin­arios, intervenía la gente común, los cuerpo sin norma. De Loof decía que su intención era “crear un arte y una moda hermosa para pobres y feos”.

En esos tiempos, recién comenzaba a dictarse la carrera de Diseño de Indumentar­ia en la UBA, y De Loof -junto a diseñadore­s como Gabriel Grippo y Andrés Baño- se adelantaba a la explosión de creativida­d que encarnaría la moda en los '90 y 2000.

“Sergio empieza su carrera filmando videos, y allí la moda ya aparece de una manera muy explicita -cuenta la curadora de la muestra, Lucrecia Palacios-. La ropa es el esqueleto de su obra y es lo que sigue haciendo hasta ahora. Incluso en los espacios que ambientó (como Bolivia o El Dorado) la moda estaba incorporad­a, a través de desfiles”.

Pero esto no significa que pueda clasificar­se a

De Loof como un diseñador de indumentar­ia. Sus coleccione­s siempre tuvieron la marca de lo efímero y jamás pensó en sus prendas dentro de un proyecto global.

“Sus desfiles tenían un concepto teatral o performáti­co -explica Palacios-. En un desfile que llamó 'Cotolengo fashion', por ejemplo, metió a 70 modelos (la mayoría, amigos) arriba de la pasarela. Era más bien una fiesta. Muchos hacían fuerza para no caerse”.

En su ropa el elemento “trash” es fundamenta­l, pero siempre se evoca algún tipo de lujo, una cita de los modelos de alta costura. También hay en ella una relación cercana entre la idea de moda y disfraz o moda e identidad.

“Otro rasgo fuerte de su obra que se ve en los boliches que creó es una visibiliza­ción de disidencia­s sexuales, de una sensibilid­ad minoritari­a -define Palacios-. Los que participab­an, en los '90, no lo entendían en lo más mínimo todavía como un activismo. Aunque muchos de ellos en los 2000 tendrían una militancia en este sentido”.

Como otros miembros de la generación post dictadura, De Loof empoderó la palabra 'frívolo' y llevó a primer plano la cultura de la moda y la televisión.

“Cuando uno recorre la muestra ve que, más que un objeto o una disciplina, Sergio da cuenta de una sensibilid­ad”, concluye Palacios.

PERFIL. De Loof pertenece a esa raza de

“MI PADRE JUNTA POR LA CALLE PEDAZOS DE CABLE, TORNILLOS, ARANDELAS. UNA FILOSOFÍA DE GUERRA”.

artistas que extienden a su propia vida la ideología que articulan en su obra. Llano, transparen­te, casi naif, no oculta su relación con las drogas y el alcohol ni su condición de portador de VIH.

Como introducci­ón a su muestra, el día de la inauguraci­ón, leyó una larga lista de agradecimi­entos, donde su padre ocupó el lugar principal. Y justamente una cita sobre su padre escrita en el 2000, encabeza el texto de presentaci­ón de la exhibición: “Mi padre, descendien­te de inmigrante­s, me enseñó que todo sirve. Él junta por la calle pedazos de cable, tornillos, arandelas, clavos que luego endereza. Para mí es un gran secreto saber eso, una filosofía de guerra, una superviven­cia”.

A través de las varias salas del museo dedicadas a esta muestra, se recrean espacios, ambientaci­ones y coleccione­s de ropa diseñadas por De Loof. La reconstruc­ción ha sido minuciosa y ha requerido un gran esfuerzo, porque la mayor parte de las piezas creadas por el artista ya no existen. También se consignan videos, textos y objetos intervenid­os de todo tipo. Cierra el circuito una tienda que vende sus creaciones.

A sus 57 años, y todavía con mucho por mostrar, De Loof encarna un momento inolvidabl­e del “under” argentino. Cuando la inclusión era un sueño mucho más lejano que hoy y el fantasma de la dictadura, una pesadilla que nos empeñábamo­s en olvidar.

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OBJETOS. La reutilizac­ión del descarte es parte de la filosofía de De Loof. Los materiales más desprestig­iados forman parte indisolubl­e de sus piezas. Un extenso equipo de El Moderno reconstruy­ó la mayoría de sus obras, hoy desapareci­das.
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