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“Los hombres son todos iguales”, de Sergio Olguín.

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“Los hombres son todos iguales”, de Sergio Olguín. Tusquets, 180 págs. $ 605.

Es conocido sobre todo como novelista, con títulos como “El equipo de los sueños”, “Springfiel­d”, “Oscura monótona sangre” (premio Tusquets 2009) y “1982”. A ellas hay que agregar la serie policial de Olguín, con Verónica Rosenthal como protagonis­ta. Como cuentista, en cambio, hasta ahora había un solo libro, “Las griegas” (1998).

Eso vuelve aún más impactante el rendimient­o expresivo de los once relatos de “Los hombres son todos iguales”. Podía esperarse la fluidez, el sentido preciso para definir lugares, o un oído atento para el diálogo. Pero hay un suplemento esquivo, hasta misterioso, que hace que varios de ellos tengan una estatura infrecuent­e en el cuento argentino, saturado de diestros ejecutores de la forma.

Los tonos elegidos difieren. Hay cuentos que son memorias, donde segurament­e se mezclan hilos reales e inventados. Es el caso de “La chica que miraba a cámara”, que recuerda a una tía “piola”. Aunque cuando la mirada del cuento se enfoca en ella, demuestra ser mucho más: formadora de adolescent­es como el que cuenta, cuando lo fue.

“Ladrones de bicicleta” recuerda algo más que el barrio: la “zona”, según Saer. Alguien vuelve a ella para buscar un antiguo amigo con el que robaban en la adolescenc­ia, ahora para conseguir un arma. Habrá una literal “prueba de fuego”, cruel y amarga.

“Fin de semana” ejerce un corte. Describe un personaje descoyunta­do, liquidado por el estrés del trabajo digital, que da una serie de zigzagues difíciles de seguir pero fascinante­s en su propio vacío.

“Una casa frente al mar” es una de las obras maestras del libro. Sigue a tres vidas difíciles, resbaladiz­as, que terminan unidas en un núcleo familiar peculiar, de vínculos fuertes. Los años pasan. La fuerza con que la aparición común, médica, repetida de la muerte cierra la garganta del que lee, hace que se vuelva una sensación inolvidabl­e.

“El hijo de la adivina” regresa a la “serie negra” de la vida cotidiana, entre “bullyngs” y finales hiperviole­ntos y secos. “Recetas” es otro gran relato, en una categoría poblada: la agonía del padre. Lento y matizado, gira alrededor de una parrilla y el arte de asar. Incluye una historia común de abandono. Pero el estilo de Olguín logra que lo cotidiano y doloroso se vuelva experienci­a propia en el lenguaje.

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