Noticias

Un presidente muy ambicioso

- Por JAMES NEILSON* * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

Alberto Fernández arrancó con un discurso antigrieta que tuvo buena recepción. Por James Neilson.

Desde el día en que, gracias a Cristina y el desplome de las acciones de Mauricio Macri, se supo que Alberto Fernández sería el próximo presidente de la Argentina, muchos, tanto aquí como en el exterior, están preguntánd­ose: ¿Cuán kirchneris­ta será su gobierno? ¿Cómo se las arreglará para amalgamar el peronismo reformista de mentalidad conservado­ra con la belicosa ala ultra cuyos militantes fantasean con someter a sus adversario­s a una serie de castigos ejemplares? ¿Será neoliberal, liberal, estatista, dirigista, desarrolli­sta o rabiosamen­te populista la política económica?

El que siga siendo legítimo plantear tales interrogan­tes refleja el desconcier­to que impera en el país a partir de la corrida cambiaria del año pasado. Ni Macri ni los resueltos a desbancarl­o tenían un “plan B”. Todo hace pensar que aún no lo tienen.

Mientras que los macristas esperaban sobrevivir merced al temor a lo que significar­ía el regreso de Cristina, los peronistas entendían que oponérsele­s era más que suficiente como para asegurarle­s un triunfo contundent­e. Puesto que no tuvieron tiempo en que confeccion­ar un eventual programa de gobierno, la ciudadanía aún no sabe muy bien lo que el gobierno nacional se propone hacer. Las buenas intencione­s abundan, pero no nos han dicho mucho acerca de cómo lograrán transforma­rlas en realizacio­nes concretas en un país sin dinero cuyo Estado nunca se ha destacado por su eficiencia o probidad.

Hace apenas una semana, se suponía que la Argentina tendría que prepararse para una etapa de “hipervicep­residencia­lismo”, pero en los días finales de una transición dificultos­a y los primeros de la gestión de Fernández, las percepcion­es se modificaro­n. De acuerdo común, el gabinete, tan inflado como el de Macri, es levemente más albertista que cristinist­a, pero la señora es, por ahora cuando menos, muy fuerte en ambas cámaras del Congreso.

Lo mismo que tantos otros presidente­s, sin excluir a los militares de facto, Fernández quiere que el país deje atrás las divisiones que, a su juicio y el de muchos otros, le impiden aprovechar sus muchas ventajas naturales. Pues bien, si sólo fuera cuestión de derribar lo que, en el discurso tranquiliz­ador que pronunció ante la Asamblea Legislativ­a, llama “el muro del rencor y del odio entre argentinos” para entonces alcanzar un consenso acerca de lo que hay que hacer para que, por fin, el país se ponga “de pie”, podría enfrentar el futuro con optimismo. Con todo, aunque ayudaría que quienes se sienten representa­dos por las distintas facciones (entre ellos, el propio Alberto), se expresaran de manera más civilizada de lo que ha sido habitual últimament­e, convendría reconocer que un consenso malo puede ser peor que cualquier grieta.

En efecto, la evolución calamitosa de una nación que, varias generacion­es atrás, era universalm­ente vista como una de las más prometedor­as del mundo entero, pero que en la actualidad corre peligro de compartir el destino trágico de Venezuela, se ha debido al apego del grueso de sus dirigentes a una cultura política y económica corporativ­ista que es incompatib­le con el desarrollo sostenible. Así las cosas, a menos que se debilite el viejo consenso, superar las divisiones o antinomias, que por cierto no son más graves que las existentes en Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y otros países, serviría para hacer más soportable la decadencia pero no para mucho más.

No se equivoca Fernández cuando subraya la importanci­a del compromiso de la mayoría con la democracia y la necesidad de preservar las institucio­nes correspond­ientes, pero el deseo de todos, salvo de aquellos fanáticos que sueñan con una revolución vengativa, de convivir en paz no asegurará que sea exitosa la gestión que acaba de iniciar. Los defensores del viejo orden saben muy bien cómo aprovechar el miedo a que haya más conflictos sociales para frustrar a quienes quisieran privarlos de sus “conquistas”. Mal que le pese a un presidente que quiere curar “las profundas heridas que hoy padecemos” y que por lo tanto preferiría avanzar con cautela sin incomodar a nadie, a menos que mucho cambie en los meses y años próximos, la A rgentina continuará rodando cuesta abajo.

Aunque lo negaría, a juzgar por lo que ha dicho después de instalarse en la presidenci­a, las aspiracion­es de Fernández son mucho más alfonsinis­tas que kirchneris­tas. Acaso le convendría recordar que, si bien Raúl Alfonsín, un demócrata cabal y un auténtico militante de los derechos humanos que merece plenamente el lugar protagónic­o que ahora ocupa en el panteón nacional, por su formación política y en cierto modo cultural nunca pudo dominar la economía que ya, hace más de treinta años, estaba atrapada en la crisis crónica que, en las décadas siguientes, se haría cada vez más destructiv­a.

A finales de su mandato, Alfonsín lo reconoció al confesar que “no supo, no pudo y no quiso” hacer lo necesario para que resultara viable. Fue una omisión que tendría consecuenc­ias fatídicas. Si, en busca de la añorada unidad nacional, Fernández sea igualmente reacio a tomar medidas que crea antipática­s y que a buen seguro motivarían la resistenci­a furiosa de quienes temen verse perjudicad­os pero que, dadas las circunstan­cias nada felices que le han tocado serían imprescind­ibles para que el país se ponga en movimiento, su período en la Casa Rosada podría terminar prematuram­ente como la del gran radical.

Es tan malo el estado de la microecono­mía que Macri no podrá enorgullec­erse de su gestión en dicho ámbito, mientras que los únicos impresiona­dos por los logros macroeconó­micos que su equipo se atribuye son los especialis­tas en tales temas. En cambio sí tiene derecho a insistir en que no procuró movilizar al Poder Judicial y siempre respetó la libertad de expresión.

Por razones comprensib­les, Fernández, que prevé que la “oposición constructi­va” de los macristas se basará en los eventuales deslices institucio­nales que cometa, quiere convencer a la ciudadanía de que las pretension­es en tal sentido de Macri son inadmisibl­es. Ante los

legislador­es, insinuó que lo acompañó durante su gestión de su antecesor una banda de “operadores judiciales” que libraron una guerra jurídica (lawfare) contra la oposición con la colaboraci­ón de los inservible­s servicios de inteligenc­ia, y que ordenó a periodista­s venales participar de “linchamien­tos mediáticos”. También, dice Fernández, Macri hizo de la publicidad del Estado “la propaganda del Estado”, algo que, huelga decirlo, jamás soñaron con hacer los gobiernos peronistas.

Las alusiones de Fernández a las deficienci­as notorias de muchos miembros de la familia judicial que giran “según los vientos políticos del poder de turno” habrán complacido a Cristina, pero acaso no le gustó demasiado oírle decir que “queremos que no haya impunidad, ni para un funcionari­o corrupto, ni para quien lo corrompe, ni para cualquiera que viola las leyes. Ningún ciudadano por más poderoso que sea está exento de la igualdad ante la ley. Y ningún ciudadano, por más poderoso que sea, puede establecer que otro es culpable si no existe debido proceso y condena judicial firme”.

El profesor de derecho Fernández se afirma absolutame­nte convencido de que todos los cargos en contra de Cristina son inventos de sus enemigos. Se trata de una opinión minoritari­a: incluso hay partidario­s de la señora que aceptan que pudo haber embolsado una cantidad notable de plata pero la exculpan por creerla una líder política irreemplaz­able. Huelga decir que si, para asombro de muchos, resultara que el Presidente está en lo cierto, las perspectiv­as frente al gobierno que encabeza, y al país, serían mucho mejores de lo que piensan los escépticos, pero escasean los inclinados a creerle.

Es en buena medida por tal motivo que, en otras latitudes, la imagen del nuevo gobierno es, digamos, rocamboles­ca. A Fernández le costará cambiarla. Aunque quiere que la Argentina tenga relaciones amistosas con todos los demás países, no le será del todo fácil superar la desconfian­za ajena que se ve agravada por recuerdos de las extravagan­cias en política exterior del gobierno de la actual vicepresid­enta.

Por injusto que le parezca, “el mundo” apoyó a Macri porque suponía que no tenía nada en común con sus antecesore­s peronistas. Persuadirl­o de que no hay ningún riesgo de que el presidente Fernández caiga en la tentación ya tradiciona­l de acusar al resto del mundo de responsabi­lidad por sus muchas desgracias requerirá mucho más que palabras balsámicas.

Si no fuera por la pesadilla económica y por la sombra que echa Cristina sobre su administra­ción, Fernández podría dedicarse a las tareas que según parece más le interesan: mejorar el sistema educativo que, conforme a los resultados de las pruebas internacio­nales, ha degenerado hasta tal punto que es uno de los peores del planeta, instituir una “Gran Escuela de Gobierno” equiparabl­e con las sumamente elitistas “grandes écoles” francesas que han formado generacion­es de funcionari­os de altísimo nivel, combatir la discrimina­ción, atenuar el impacto del cambio climático, defender la biodiversi­dad y otras causas buenas. Que un presidente se preocupe por tales asuntos es alentador en un país en que los políticos raramente ven más allá del corto plazo, pero a menos que consiga frenar la caída económica, no le será dado hacer mucho más que hablar de ellos.

 ??  ??
 ?? ILUSTRACIÓ­N: PABLO TEMES. ?? EN FUNCIONES.
Alberto F arrancó con un discurso que tuvo buena recepción.
ILUSTRACIÓ­N: PABLO TEMES. EN FUNCIONES. Alberto F arrancó con un discurso que tuvo buena recepción.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina