Comisiones para todo:
El recurso del reunionismo como manera de fingir capacidad ejecutiva ya se volvió sintomático en la era Fernández.
la manía K de inventar nuevos organismos para simular gestión.
Hay un viejo chiste entre políticos, que dice que la mejor manera de no resolver un tema es creando una comisión ad hoc. Sin embargo, a pesar de ese estigma de las comisiones, las mesas, los consejos, los observatorios y otros tantos amuchamientos parainstitucionales, la costumbre sigue vigente, y este Gobierno es un caso vivo de este método de “solucionar” los problemas delegándolo a un cuerpo consultivo que termina no arreglando nada.
Sobran ejemplos en la era Alberto Fernández. El más reciente fue el anuncio presidencial de la creación del Consejo Federal para el Abordaje de Femicidios, Travesticidios y Transfemicidios, que ya cosechó críticas opositoras por su aporte a la burocratización, en nombre del marketing. Aunque el Presidente ya creó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, parece que no alcanza: de hecho, en el anuncio mediático de la nueva estructura estatal, Fernández no solo se mostró con la ministra Elizabeth Gómez Alcorta, sino que armó una mesa de mujeres del Gabinete, donde sumó a Sabina Frederic, a Vilma Ibarra y a Marcela Losardo, que casualmente se está despidiendo de su ministerio, no por culpa del patriarcado sino más bien por la tormenta matriarcal que sacude al staff albertista. Mega paradoja.
Justamente
el gran armador de mesas y comisiones que resultó ser Alberto, no puede evitar que se le vaya desarmando su mesa más importante, el mismísimo Gabinete con el que asumió su mandato, que va siendo diezmado uno por uno, como en el famoso clásico del cine y la literatura policial pergeñado por Agatha Christie, titulado de varias formas pero más conocido como “Eran Diez Indiecitos”.
Es que gobernar es difícil. Se trata de combinar, a cada paso, la gestión con el manejo del poder puro y duro: y no siempre son compatibles. Entonces, cuando mandar cuesta mucho, o cuando no se acierta a gestionar soluciones concretas, o cuando fallan ambas habilidades, siempre queda la salida de emergencia para patear la pelota hacia adelante hasta ver qué pasa: crear una nueva comisión. Comisionar, o sea, mandar a juntarse a muchos otros para discutir un problema que parece irresoluble, es la manera de esquivar o de maquillar la falta de capacidad para tomar -y sostener- decisiones conducentes.
Este fenómeno del comisionismo se está viendo en la desesperada e infructuosa búsqueda por parte del Presidente de una reforma judicial que satisfaga a su vicepresidenta. Como Alberto no logra concretar el cambio de clima en la Justicia que se propuso desde el inicio de su mandato, fueron apareciendo comisiones, primero para repensar la Corte Suprema, ahora para vigilar a los jueces desde el Parlamento, y mientras tanto florecen foros de discusión entre notables para animar la conversación social acerca del Lawfare, ese monstruo que -según la intelectualidad K- debería estar al tope de las preocupaciones de la gran masa del pueblo, aunque el coronavirus, la pobreza y la inflación sigan en plena circulación comunitaria.
Precisamente,
para atacar esos flagelos masivos, también se pensaron comisiones específicas, llenas de ricos y famosos: la mesa del hambre, el comité de científicos anti-Covid, y el Consejo Económico y Social. Nada hasta ahora dio resultado. O mejor dicho, ninguna resolvió los problemas reales para los que supuestamente fueron creadas, aunque tal vez sí ganaron algo de tiempo para el Presidente y un módico blindaje comunicacional ante el fracaso. No es poco: después de todo, podría pensarse que este Gobierno es una comisión en sí misma, ideada por Cristina para que Alberto haga de cuenta que encara de verdad las cuentas pendientes de la Argentina, aunque en realidad se trata de saldar las deudas impagas de los Kirchner.