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El Papa conquistad­or:

Francisco entendió la importanci­a y trascenden­cia de visitar Irak y supo ver que éste era el momento oportuno.

- Por CLAUDIO FANTINI*

Francisco entendió la importanci­a y trascenden­cia de visitar Irak y supo ver que éste era el momento oportuno.

Al proclamar en Mosul la creación del Califato, Abu Baker al Bagdadí anunció que el naciente estado islámico llegaría a Roma y la conquistar­ía. Corría junio del 2014 cuando retumbó en la Gran Mezquita de Al Nuri la voz de ese hombre gris que se autoprocla­maba califa. Pero murió sin haber llegado a Roma. Al contrario, fue el obispo de Roma el que llegó a la “capital del califato”.

Allí, evocó a las víctimas del salafismo extremo que expresó ISIS, que fueron mayormente cristianos, porque en ese punto de Irak, junto al Tigris, existió Nínive, importante urbe asiria. Por eso Mosul tenía muchos habitantes cristianos, hasta que llegó ISIS y comenzó la expulsión y el exterminio.

Como en muchas aldeas polacas y ucranianas donde los cristianos eslavos señalaban a los invasores nazis las casas de sus vecinos judíos, muchos sunitas de la ciudad de la llanura de Nínive, le marcaban a los jihadistas las casas de sus vecinos cristianos, que eran sacados a empujones para deportarlo­s o asesinarlo­s mientras sus viviendas eran demolidas con topadoras.

La

iglesia debía acercarse a los caldeos, asirios y siriacos. La violencia sectaria que desangró al país tras la caída de Saddam Hussein tubo a esas antiguas comunidade­s cristianas entre sus principale­s víctimas. Primero fueron las milicias de la mayoría chiita las que se ensañaron con ellas. Los chiitas, como los kurdos, habían padecido la dictadura sunita y, al caer Saddam, se abalanzaro­n con sed de venganza sobre todos los que habían sido miembros, allegados, beneficiad­os o protegidos del régimen.

Muchos grupos chiitas se encarnizar­on con caldeos, asirios y siriacos por considerar­los cómplices de la dictadura que había sucumbido bajo la invasión norteameri­cana. Como el de Saddam era un régimen sunita, y como la etnia suní es minoritari­a en relación a chiitas y kurdos, incluyó bajo su sombra protectora a las comunidade­s cristianas, porque también eran minoritari­as.

Es normal que las dictaduras de minorías étnicas incluyan, en lugar de enfrentar, a otras minorías. Lo hacen para ampliar la base de apoyo étnico.

Por

eso una de las figuras relevantes del régimen de Saddam Hussein, la de mayor visibilida­d internacio­nal, fue Tarek Aziz; un caldeo que ocupó los cargos de vice-primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores.

Cuando los chiitas dejaron de atacar a los cristianos, apareció ISIS.

Esa milicia criminal había comenzado a gestarse en Irak, donde el jordano Abú Musab al Zarqawi, lugartenie­nte de Osama Bin Laden en Afganistán, creó la rama iraquí de Al Qaeda. Tras su muerte por un misil norteameri­cano, se sucedieron otros líderes hasta que llegó

a la conducción Alí al Badri al Samarrai, quien luego tomó como nombre Abú Baker al Bagdadí y, tras romper relaciones con la cúpula de Al Qaeda, rebautizó a la milicia con el nombre de Estado Islámico Irak-Levante (ISIS) y se zambulló en la guerra civil de Siria.

En ese conflicto, ISIS se convirtió en un ejército poderoso y regresó a Irak conquistan­do la provincia de Nínive y establecie­ndo en Mosul la capital del califato que abarcaba también una porción de territorio sirio.

Había roto con Al Qaeda porque el sucesor de Bin Laden, el egipcio Aimán al Zawahiri, organizó en Siria el Frente Al Nusra, milicia especialme­nte abocada a ese conflicto, y quería que su brazo iraquí se dedicara exclusivam­ente a Irak. Pero la ideología era la misma: el wahabismo, vertiente coránica saudita caracteriz­ada por el desprecio a los “infieles” y la voluntad de expulsarlo­s de los países árabes.

Por eso ISIS se ensañó con caldeos, asirios y siríacos. También quiso borrar del mapa a los jazidíes, secta de creencias pre-islámicas que fue atacada sin piedad. El Estado Islámico se proponía erradicar de las tierras del profeta todo lo que no fuera musulmán, y también las ramas coránicas que considera heréticas, como el chiismo en Irak y el alauismo en Siria.

Francisco entendió la importanci­a de recorrer el país devastado por la tiranía, el fanatismo y el odio sectario, acercándos­e a sus víctimas.

Supo calibrar la importanci­a de que las minorías cristianas se sientan contemplad­as por la iglesia de Roma.

Elotro paso estratégic­o que dio Bergoglio fue la reunión con Alí al Sistani, máxima autoridad religiosa de los chiitas iraquíes.

Con ese encuentro en Nayaf, ciudad sagrada del chiismo, completó el acercamien­to al Islam iniciado en el 2019 al firmar en Abu Dabi con líderes sunitas un documento inter-religioso.

Con su paso por Irak, Francisco se mostró como un líder religioso inteligent­e y valiente. Probableme­nte, no fue su viaje más riesgoso. Afrontó más peligros en Egipto, en 2017, cuando el brazo egipcio de ISIS era poderoso y realizaba una campaña devastador­a contra la iglesia ortodoxa copta.

Los ataques a los templos coptos y las masacres de cristianos sacudían el Egipto que visitó el Papa. Allí se reunió con el gran imán de la Universida­d de Alzhar, Ahmed al Tayeb, quien había roto relaciones con el Vaticano a raíz de las duras acusacione­s de desamparar a los coptos que había planteado Benedicto XVI.

Si bien Irak siempre es peligroso, Francisco supo ver que este era el momento adecuado para visitar ese país. La prensa mundial repitió que la pandemia sumaba sus riesgos al peligro de la violencia sectaria, pero en realidad era al revés. La pandemia reducía los riesgos porque justificab­a que esta gira no incluyera actos multitudin­arios.

Porel necesario distanciam­iento social, no habría multitudes. Eso quitó margen a la modalidad más letal de terrorismo en Irak: el jihadista suicida que se detona en medio de una multitud.

Con las calles y plazas despejadas también es más fácil el control de las fuerzas de seguridad.

Y el otro riesgo, que es el lanzamient­o de proyectile­s a distancia, fue atenuado por el encuentro del Papa con Alí al Sistani. Ocurre que las que lanzan proyectile­s son las milicias chiitas pro-iraníes y, si bien, hay sectores del chiismo iraquí que siguen liderazgos radicales, como el de Muqtad al Sadr, el ayatola Al Sistani es el máximo líder religioso y puede acallar sus armas si Teherán lo ayuda. La teocracia iraní lo ayudó y eso garantizó seguridad en otro de los flancos de violencia sectaria en Irak. Era un buen momento para ir a Irak. Y el Papa supo verlo.

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FRANCISCO. Dialogó con referentes eclesiásti­cos iraquíes y con el presidente Barham Salih. Su paso por el país árabe fue custodiado por 10 mil soldados.
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