La marcha desoída
Javier Milei no acusa recibo. El martes 23, apenas concluida la multitudinaria marcha de los estudiantes que colmó la Plaza de Mayo, el Presidente subió a sus redes una imagen provocativa en la que un león, su alter ego, bebía de una taza en la que se leía “lágrimas de zurdos”. Y escribió: “Día glorioso para el principio de revelación”. Antes, en las horas en que los jóvenes se iban sumando a la concentración, además reposteó decenas de mensajes que castigaban con fiereza a los que marchaban, incluido uno del libertario Ramiro Marra que decía: “La casta política ha secuestrado la educación. CGT, kirchnerismo, Partido Comunista: lo peor de la política utilizando a la educación pública”. Para terminar la faena, el Gobierno anunció que daba por finalizada la discusión presupuestaria por la que esa multitud había salido a las calles ante el severo desfinanciamiento de las universidades públicas, empezando por la UBA. Milei informó, incomovible, que no se movería del 70 por ciento de aumento que había girado horas antes para los gastos operativos de las universidades, que es a todas luces insuficiente por la inflación de los últimos meses y ni siquiera contempla los sueldos de los docentes.
Es cierto que hubo un intento de utilización política por parte de sectores devaluados como el kirchnerismo o los gremios, pero eso de ningún modo desvirtúa lo masiva que fue la manifestación ni lo legítimo del reclamo. Desde los tiempos en que el gobierno de Cristina Fernández chocó con el campo que no se veía una movilización callejera semejante, y esa historia, ante la terquedad de quienes gobernaban por entonces, tampoco terminó bien.
La UBA y otras universidades denuncian que, por la asfixia presupuestaria, no podrán continuar dando clases a partir de la segunda mitad del año, y el Gobierno mira para otro lado o, lo que es peor, responde con provocaciones. La educación pública –lo acaba de demostrar la marcha que incluyó a sectores de los más diversos– debe ser oída, no estrangulada.