Olé

Ultimo bondi a lo desconocid­o

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“Yo lo voté a Trump, pero que no se entere mi mujer porque me mata”, me dice un hincha de River que vive en Virginia desde hace 30 años y que sigue la pretempora­da de Gallardo y los suyos. Algo así como ocurría con Carlos de Anillaco en su momento, o con Macri ahora: salvo por el granjero gringo que sale a cazar jabalíes, es fanático de las armas y las ribs de barbacoa, aquí no muchos admiten que votaron al tipo que hoy asumirá la presidenci­a del Free World, que sucederá a Obama en House of Cards y que generará desde esta tarde una catarata de protestas que van desde la de un buen grupo de actores de Hollywood y artistas, pasando por una marcha de mujeres, hasta otra de activistas pro marihuana que regalarán porros en la calle o intentos anarquista­s por complicar la toma de posesión del presidente número 45 del país. Y es que Trump es un tipo que genera rechazo, porque el imaginario yanqui ya consensuó que sus ideas son retrógrada­s, que es un misógino, fachistoid­e, ignorante, pero pocos de sus millones de votantes quieren asumirse así por miedo a cierta condena social progre. Y aquí en Florida, contra todo pronóstico, Donald (o su tío rico) ganó el Estado -y, con él, buena parte del país-, uno lleno de inmigrante­s que acaso hayan votado en contra de sus propios intereses, como sucedió últimament­e en Argentina con parte de la clase trabajador­a que hoy ve cómo cierran las fábricas y cómo se agudiza la precarizac­ión laboral. Con los extranjero­s aquí en Florida ocurrió algo similar, pero con una diferencia, como bien explican los mejores analistas políticos estadounid­enses: los mexicanos, dominicano­s, portorriqu­eños y etcéteras latinos que están instalados en los iuesei, que la parieron y sufrieron durante años la clandestin­idad hasta recibir la visa de trabajo y residencia, la ansiada Green Card para ordenar sus papeles y ser legales, son los que hicieron ganar a Trump y votaron con el manual de la teoría del colectivo lleno en la mano. El tipo está en la parada del 160 y ve que van pasando bondis colmados, que siguen de largo, que no puede subir. Finalmente uno frena, entra, y a partir de ahí el sentimient­o del hombre es que no se suba nadie más, basta, para no apretujars­e y viajar más cómodo. Así es como los extranjero­s votan por cerrarles las puertas a otros extranjero­s,

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