Recibido como lo que es

Argentinamente, como le buscamos el pelo al huevo cuando evaluamos a Messi o a cualquiera, acaso el veredicto sobre Carlos Tevez se vea ahora contaminado por el enojo y la decepción que quedaron tras su último paso por Boca y la salida a escondidas hacia China. Ese hombre que salió llorando de la Bombonera en diciembre pasado y apenas se animó a confirmar su despedida varios días después a través de un vi- deo, ayer fue recibido en Shanghai como un héroe. Como un monstruo, como un fenómeno de nuestro tiempo. Multitud de chinos llevaron sus camisetas, sus banderas, fotos de Carlitos, hasta camisetas de Boca; le hicieron una pasarela, les entregaron ramos de flores a él y a su mujer, y toda la seguridad de la Gran Muralla se encargó de que pudiera, trabajosamente, caminar entre la gente que le gritaba su adoración. Aquí todavía se lo está juzgando, y en el medio campeonato que le falta a Boca para conservar la ventaja que sacó con Tevez en el equipo se lo seguirá juzgando; que si se hubiera quedado Boca esto, que si no se hubiera ido Boca lo otro. Mientras eso pasa, allá no dudan en ofrecerle el tributo de leyenda a quien lo es, acá y a lo ancho del mundo. El único equipo donde no fue campeón fue el West Ham, al que llegó para jugar sólo un puñado de partidos hundido en la zona de descenso y le hizo ganar todos y salvarse. Fue campeón y figura en tierras más bien hostiles para los argentinos, como Brasil e Inglaterra, y también en Italia. Ya lo había sido en Boca apenas saliendo de la adolescencia y, aunque este reciente paso algunos lo miden en términos casi de fracaso, de aquí se fue a Oriente con dos vueltas olímpicas más.