Olé

La pelota en campo de Boca

- WALTER VARGAS

Cualquier observació­n de este momento del fútbol argentino debería incluir como mínimo dos elementos: 1. El desbande organizati­vo que derivó en un receso interminab­le y por añadidura que se juegue una fecha en medio del circuito de las Eliminator­ias. En ese sentido, es justo subrayarlo, San Lorenzo ha sufrido una mella considerab­le; y 2. Ningún equipo está en posición de sacar chapa de brillante, ni siquiera de impermeabl­e. Quien más, quien menos, todos cargan con sus miserias y de hecho el que hoy cuenta más caramelos es Gimnasia con cuatro victorias al hilo, pero está sexto. En ese contexto general se enmarcaba el particular de San Lorenzo. Identidad brumosa, rendimient­os individual­es mediocres incluso en los jugadores de mejor menú, un desdichado comienzo en la Copa, mar de fondo plantel adentro y Diego Aguirre metido en ese inconfundi­ble laberinto que obliga a la CD a sacar la carta del “respaldo”. Añadido el valor antipático de una liga donde hasta el rival más austero declina perder en la víspera, que San Lorenzo haya sacado adelante su partido con Quilmes y por lo menos durante unas horas disfrute de la punta es un logro respetable. Es cierto que iba una hora de juego y el pescado estaba intacto, también que una expulsión influyó a favor, pero en todo caso será tan cierto como que antes y después dominó y dio señales de mejoría en su funcionami­ento. Sin fútbol champagne a la vista, con todo el mundo alimentánd­ose como puede y sobre todo después de que Boca dejó pasar el tren bala, perdió en la Bombonera y hoy deberá dar la talla en San Juan, haber pasado la bola del otro lado de la red no es poca cosa. Cotiza.

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