BOCA LAS TIENE TODAS
TIENE LO QUE YA TENÍA Y AHORA TAMBIÉN LO QUE FALTABA.
Fue un proceso de demolición, como dijo Scott Fitzgerald que era la vida. Vélez sospechó algo porque desde el principio decidió imponer una rusticidad tal vez un poco sobreactuada pero con el fin de darle al partido un clima de lucha, celos por el espacio y un régimen conocido por sus riesgos y por la inestabilidad de su eficacia: que pase la pelota y no el hombre, o viceversa. En lo alto del Fortín semivacío, se enarboló la bandera de Poroto Cubero, héroe de la aspereza y corazón de un equipo que tiende a volver a las viejas luchas.
Pero hoy Boca las tiene todas. Tiene lo que tenía y lo que le faltaba. Su juego se equilibró en un rendimiento que reúne concentración, solidaridad, fluidez, desinhibición personal y un poder de fuego que viene derritiendo los arcos contrarios.
El primer gol de Benedetto, esa bestia de la sangre fría y la puñalada artera, fue una obra maestra del corte y el contragolpe, acelerado en dos etapas ascendentes. Fabra cursó la franja izquierda como un misil norcoreano, humeante y sin que se pudiera adivinar a dónde iba a impactar, y metió un centro paralelo a la línea de fondo que terminó en ese tipo de anotaciones fruto del hiperjuego que Menotti solía describir como un pase al arco. La ruptura de la falsa paridad, que apenas si se mantuvo unos minutos en el nivel físico, le dio a Boca nuevos humos. La pelota ya no volvió a repartirse. El juego de Barrios, Pérez y Gago (más la intermitencia amenazante de Cardona), las escapadas rectas de Pavón y el olfato artístico de Benedetto comenzaron a desnaturalizar lo que era un partido de fútbol en favor de una desigualdad un poco apabullante. Una palabra define la actualidad de Boca (ojalá nadie se sienta ofendido...): ascenso.