Ya solo queda margen para un plan comenzar
El neurólogo y psiquiatra austríaco, Viktor Frankl, sostenía que entre el estímulo y la respuesta hay un espacio, y en ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta, y que en nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad. Uno podría agregar incluso que también yace nuestra responsabilidad frente al estímulo. Pero lo interesante de esta reflexión de Frankl es que nos lleva a pensar que lo que nos pasa es en definitiva lo que construimos con nuestras respuestas frente a los estímulos que se nos presentan. Y frente a lo que a uno le pasa, esa respuesta puede ser una mala decisión, pero también puede ser una decisión no tomada.
Hace rato que la situación económica que atraviesa la Argentina se explica mucho más por las decisiones que no se toman que por las malas decisiones tomadas. Hace rato que en la Argentina frente al estímulo del deterioro de las condiciones macroeconómicas que terminan teniendo su correlato microeconómico y social (estancamiento económico y pobreza), los argentinos hemos decidido no tener la respuesta que necesitamos para corregir esas condiciones, sino que hemos decidido evitarla.
Este marco conceptual de abordaje de la escena política argentina intenta poner el foco en el aspecto estructural más grave que tenemos por resolver, que es una suerte de atrofia decisional que venimos sufriendo en nuestro sistema político. Esto provoca que haya decisiones que no se pueden tomar: o porque no hay ni responsabilidad, ni voluntad, ni fortaleza política para tomarlas (como corregir el desequilibrio fiscal, monetario o cambiario acumulado); o porque no hay consensos políticos para tomarlas (designar al miembro vacante de la Corte Suprema, designar al procurador general de la Nación, sancionar una nueva Ley de Coparticipación, producir reformas estructurales -previsional, impositiva, laboral- que mejoren las condiciones en las que intenta prosperar la iniciativa privada).
Esta atrofia decisional se produce por un sistema que ha quedado bloqueado y afectado por un proceso de polarización afectiva que elevó los niveles de intolerancia social al diálogo político por parte de la sociedad, y que tienen a la dirigencia política inhabilitada para dialogar y acordar decisiones. De este modo, solo se logran mayorías para decisiones coyunturales, pero no se logran los acuerdos políticos para las decisiones estructurales.
Los márgenes de acción para seguir maniobrando en el medio del proceso de deterioro de las condiciones económicas se han ido achicando, y hoy la realidad impone con más fuerza la necesidad de que se inicie un proceso de corrección del rumbo de colisión que trae el proceso político. Se vuelve necesario un “plan comenzar” antes que los planes “llegar”. Se vuelve necesario generar un sentido común entre la dirigencia política que protagoniza la discusión pública en torno a un conjunto de reglas de juego que otorguen la previsión de que la Argentina administrará racional y responsablemente su economía, y que se respetarán sean cuales fueren las circunstancias políticas que acontezcan. Una suerte de núcleo de coincidencias básicas económico para lograr iniciar el proceso de reformas que necesita nuestra economía.
¿Se podría lograr en 2024? Los desafíos económicos por delante son de gran magnitud y ya requieren de un nivel de fortaleza política difícil de acumular. Ello es parte esencial de la dificultad que plantea esta coyuntura económica. Los costos políticos por asumir para corregir los desequilibrios acumulados hacen que sea necesario un capital político difícil de acopiar. Y este proceso electoral que acaba de finalizar tampoco produjo esa fortaleza política que se necesita para encarar con determinación el tratamiento requerido.
Pero tampoco es sencillo que los procesos electorales produzcan hegemonías democráticas con frecuencia. No siempre se tiene disponible un Gobierno de mayorías que pueda ejecutar un plan de ajuste y corrección de desequilibrios para ordenar la economía. Por ello se vuelve necesaria la reconstrucción del diálogo político. Si los procesos electorales no producen mayorías para construir la voluntad política de tomar decisiones, al menos tiene que haber condiciones para que sea el diálogo político el que construya esa voluntad.
Pero ello no puede quedar supeditado a la voluntad de la dirigencia política, que es la que produjo la polarización que derivó en esta situación de bloqueo. Es necesario un involucramiento más decidido de la sociedad civil para arbitrar ese vínculo entre los dirigentes políticas. Si los acuerdos no surgen desde la política, la sociedad civil los puede tratar de imponer como regla de convivencia.
Este marco de referencia orientador del rumbo del país debe ser el nuevo sentido común que regule los límites del accionar político. La sociedad civil tiene la ventaja de no tener que someter esta discusión al escarceo de las naturales ambiciones de los actores políticos. Si la sociedad civil logrará ponerse de acuerdo para imponer estas condiciones macropolíticas y macroeconómicos para ordenar el proceso, podríamos estar efectivamente frente a un verdadero Plan Comenzar. Un proceso de construcción de cimientos que permitan el aprovechamiento de todas las potencialidades que ofrece este país.
Cimientos que no vuelvan a ser modificados por la discusión pública. Límites que no vuelvan a ser vulnerados por las ambiciones políticas. A lo mejor no es necesario cerrar agencias estatales para que los políticos no sigan cometiendo errores, a lo mejor solo sea necesario fijarle límites a la política para que puedan lograr mejores resultados ejerciendo esa vocación de servicio público que ofrecen. En términos de Viktor Frankl, quizá ese sea el espacio entre el estímulo que nos ofrece esta realidad dramática del país y la respuesta que debe darse la sociedad a sí misma.