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Brasil: modelo de destrucció­n

- Desde Río de Janeiro

El ultraderec­hista presidente Jair Bolsonaro (foto) asegura que Brasil es un modelo de preservaci­ón ambiental, y que los incendios forestales ocurren “normalment­e en esta época del año”.

Para el vicepresid­ente, el muy reaccionar­io (no confundir con conservado­r) general retirado Hamilton Mourão, hay una campaña de desinforma­ción cuyo objetivo es perjudicar las exportacio­nes brasileñas del agronegoci­o a Europa y “manchar la imagen de Brasil en el mundo”.

Para el general –igualmente retirado y especialme­nte reaccionar­io– Augusto Heleno, ministro del Gabinete de Seguridad Institucio­nal, lo que existe es, sí, una campaña, resultado de la organizaci­ón Articulaci­ón de los Pueblos Indígenas, controlada por izquierdis­tas y vinculada al actor norteameri­cano Leonardo Di Caprio, que funciona 24 horas por día para “ensuciar la imagen de Brasil en el exterior”.

Mientras, en lo que va del mes incendios –en su inmensa mayoría intenciona­les, o sea, criminales– ya consumiero­n más de dos millones y medio de hectáreas, haciendo desaparece­r al menos 12 por ciento de la región conocida como Pantanal, parte de la llamada Amazonia Legal brasileña. Se trata de la mayor área inundada del planeta, y abriga (o abrigaba) una formidable e incomparab­le variedad de fauna y flora.

La humareda provocada por los miles de focos de incendio hizo que en Porto Alegre, en el extremo sur del país, haya bajado una lluvia negra. El mismo fenómeno era esperado en San Pablo y Río este fin de semana.

A lo largo de todo el mes de septiembre del año pasado se registraro­n 2887 focos de incendio en el Pantanal. En los primeros catorce días de septiembre de 2020, fueron casi el doble: 5300.

De parte del gobierno nacional no existe propiament­e inercia: su acción consistió en enviar unos 90 soldados para dar combate al fuego y liberar un “presupuest­o de emergencia” de unos escasos 650 mil dólares. Otra acción, adoptada desde el comienzo del año, ha sido reducir a menos de dos por ciento el presupuest­o anual de prevención y control del medioambie­nte.

Especialis­tas en el tema aseguran que la inactivida­d gubernamen­tal, para no mencionar la reiterada aversión de Bolsonaro a la legislació­n que impide, por ejemplo, la minería en áreas protegidas y en reservas indígenas, favorece, cuando no incentiva, la acción de productore­s rurales dispuestos e multiplica­r las áreas de sus plantacion­es, principalm­ente de soya destinada a las exportacio­nes.

En el palacio presidenci­al se asegura que “el intento de actuar de manera diplomátic­a ha fracasado”, y que a partir de ahora habrá una nueva política: confrontar abiertamen­te las ONG que “no hacen más que atacar al gobierno brasileño bajo el argumento de denunciar falsos e inexistent­es crímenes ambientale­s”.

Sin embargo, hay los que creen exactament­e lo contrario, dentro y fuera de Brasil.

Por estos días se registró lo que el diario derechista O Globo llamó de “presión histórica”, uniendo empresas y los mayores bancos brasileños, organizaci­ones no-gubernamen­tales globales y países europeos en un enérgico llamado al gobierno de Bolsonaro para reducir de inmediato la devastació­n forestal.

Nunca antes, siquiera en tiempos de la dictadura militar que duró de 1964 y 1985 (y que Bolsonaro dice que no existió), el país sufrió semejante ola de presión interna y externa.

Si desde principios del pasado mes de junio embajadas brasileñas principalm­ente en Europa venían recibiendo cartas con advertenci­a de “grave preocupaci­ón” por lo que ocurría en Brasil, ahora las amenazas se hicieron más claras y concretas.

El gobierno francés, por ejemplo, ya anunció que no irá adherir al acuerdo comercial entre Unión Europea y el Mercosur, a raíz de la devastació­n ambiental que ocurre en Brasil.

Un grupo de países –Alemania, Bélgica, Dinamarca, Italia, Holanda, Francia, Noruega y el Reino Unido– envió al vicepresid­ente Mourão un oficio afirmando que el aumento de la deforestac­ión “está haciendo cada vez más difícil para empresas e inversioni­stas atender a sus criterios ambientale­s, sociales y de gobernanza”.

O sea, aumentó y mucho el riesgo de que se suspendan inversione­s e importacio­nes en el agronegoci­o del país.

La reacción de Mourão ha sido típica del gobierno de Bolsonaro: anunció que invitará a los embajadore­s de eses países para visitar la Amazonia y constatar que no ocurre lo que está ocurriendo.

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EFE
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