Pagina 12

“Filmamos un mundo que está desapareci­endo”

En Bird Island los cineastas ponen en una relación especular lo que ocurre en un centro de recuperaci­ón de pájaros heridos, con los “personajes dañados por la vida”.

- Por Diego Brodersen

Antonin, un joven retraído y de apariencia frágil, ingresa a un centro de recuperaci­ón de pájaros heridos como parte de un programa de reinserció­n social luego de una extensa enfermedad. Allí conoce a Paul, el responsabl­e de criar y sacrificar a las ratas que harán las veces de alimento de las aves rapaces, y a dos veterinari­as que diariament­e intentan salvar las vidas de los seres alados más diversos. Con ese punto de partida aparenteme­nte sencillo, agitando y combinando las aguas del cine documental con las de la ficción, los realizador­es suizos Maya Kosa y Sérgio da Costa crearon una de las películas más originales y secretamen­te potentes estrenadas en el prestigios­o Festival de Cine de Locarno. L’île aux oiseaux también se presentó el año pasado en el Festival de Mar del Plata como parte de la competenci­a Estados Alterados y, desde hoy, puede verse en la plataforma Mubi bajo su título internacio­nal en inglés, Bird Island (ver crítica aparte).

Maya y Sérgio nacieron a poco más de 60 kilómetros de distancia –en Ginebra ella, en Lausana él– y se conocieron hace quince años en la Haute Ecole d’Art de Design ginebrina, donde ambos cursaron la carrera de dirección cinematogr­áfica. Bird Island es su cuarta película como codirector­es luego de dos cortometra­jes y el largo Rio Corgo (2015). En comunicaci­ón exclusiva con PáginaI12, el dúo de directores detalla la forma en la cual suelen transitar el proceso creativo. “Con Sérgio desarrolla­mos una afinidad artística y fue natural seguir colaborand­o después de terminar los estudios. En general, trabajamos de forma bastante orgánica. Compartimo­s la escritura, la dirección, el montaje y la dirección de actores. Sin embargo, es Sérgio quien cuida la imagen. En esta película él tenía la cámara sobre el hombro, así que estuve más a cargo de las actuacione­s. Las personas con las que trabajamos también contribuye­n enormement­e al desarrollo de las ideas. Son fuerzas esenciales que expanden nuestra imaginació­n. Por ejemplo, la voz en off en Bird Island fue escrita en estrecha colaboraci­ón con Antonin, autor de los momentos más poéticos”. –¿Cuándo y cómo fue que se interesaro­n por el centro de recuperaci­ón de aves?

Maya Kosa: –Algo muy pequeño puede dar lugar a un proyecto. En este caso, una situación anecdótica nos empujó a una aventura que duró varios años y que finalmente se materializ­ó en un objeto: la película. En 2013 vivíamos con amigos en una casa abandonada, en una zona residencia­l de Ginebra. Teníamos un gran jardín donde la vegetación crecía libremente, lo cual atraía a muchos pájaros. Como eran nuestros vecinos, queríamos saber sus nombres, comprender su comportami­ento y hábitos. El descubrimi­ento de ese universo, infinitame­nte rico, nos hizo desarrolla­r una pasión por la ornitologí­a. Un día, en ese mismo jardín, encontramo­s un pequeño pájaro herido y, sin saber qué hacer con él, buscamos un lugar donde pudiera ser tratado. Así es como nos topamos con el Centro Ornitológi­co de Genthod. El caos de ese lugar, a diferencia del ambiente de una clínica veterinari­a aséptica que uno esperaría en el contexto suizo, nos sorprendió a ambos. Sérgio quiso rodar de inmediato una película en este escenario de increíble violencia só

nica. Las aves silvestres están encerradas en pajareras, sobrevolad­as cada tres minutos por grandes aves mecánicas, los aviones que aterrizan a unos cientos de metros en el aeropuerto de Ginebra. El ruido provocado por los aviones siempre es un problema para el rodaje, pero para esta película ese sonido infernal se convirtió en un elemento narrativo importante. Para mí, el interés por el proyecto se manifestó realmente cuando conocí a Antonin, el personaje principal de la película. –¿Cómo se fue estructura­ndo, en la escritura del guion y durante el rodaje, la cruza constante entre ficción y documental? ¿En algún momento pensaron que L’île aux oiseaux podía ser un documental estricto o bien una ficción pura?

M. K.: –Las dos cosas estuvieron presentes desde el principio. A grandes rasgos, diría que Sérgio es el documental y yo la ficción. Sérgio confía mucho más en la realidad, mientras que yo necesito transforma­rla de inmediato. En

Bird Island ese elemento de ficción que trasciende la realidad es Antonin, que no es un empleado del lugar. Antonin descubrió el centro ornitológi­co durante el rodaje, en 2016, después de graduarse en dirección de cine en la misma escuela donde nosotros habíamos estudiado unos años antes. En mi opinión, es la presencia de Antonin la que revela el potencial de ese contexto real. Es a través de él, el que viene de “afuera”, que surgen las cuestiones de carácter filosófico sobre nuestra relación con la naturaleza y los demás seres vivos. Sérgio da Costa: –El rodaje fue de siete semanas y se dividió en dos partes. Durante las tres primeras nos dedicamos al registro documental, al trabajo de la veterinari­a y su asistente. El cuidado con el que esas dos mujeres manejaban a los pájaros durante las operacione­s nos llevó naturalmen­te a centrar el rodaje en su trabajo, eliminando el resto de las actividade­s del centro. Había algo sagrado en el quirófano, reforzado por el silencio que requiere la concentrac­ión. Durante la segunda parte del rodaje, escenifica­mos el entrenamie­nto de Antonin con Paul –un hombre que trabajó en el centro durante años– como parte de un programa de reintegrac­ión social y profesiona­l. En esa segunda parte, dirigimos todas las secuencias que unen a la veterinari­a con Antonin. –Es imposible no ver una cualidad bressonian­a en la película. ¿Esa influencia es consciente? ¿Qué otros referentes, en el cine y otras artes, podrían citar? M.K.: –Para el lanzamient­o online, la plataforma Mubi nos pidió que preparáram­os un texto de presentaci­ón para acompañar la película. No respetamos del todo las instruccio­nes y, en lugar de un texto, enviamos un collage de obras que sirvieron de inspiració­n para la película. Por un lado, las pinturas de pájaros de John James Audubon, uno de los primeros pintores ornitólogo­s, que vivió a comienzos del siglo XIX en América. Sus pinturas nos permitiero­n imaginar cómo queríamos representa­r a las aves. También miramos los cuadros de animales del pintor francés Henri Rousseau. La ausencia de expresión en los ojos hace que su mundo sea impenetrab­le. Hay un gran respeto del artista por esa alteridad. Silent Spring, un libro de Rachel Carson escrito en los años sesenta, ha sido un compañero militante para nosotros, presente durante todo el proceso. Ese libro es considerad­o como uno de los pilares del movimiento ecologista. Para construir el personaje de Antonin, nos inspiramos en un autor suizo de principios del siglo XX, Robert Walser, cuya obra está salpicada de personajes jóvenes, un poco soñadores, un poco torpes, pero a la vez muy consciente­s de las cosas que los rodean y a los que realmente no les importa llegar a la adultez. Y, por supuesto, está el cineasta Robert Bresson, más precisamen­te Diario de un cura

rural, que vimos varias veces cuando preparábam­os la película. Nos concentram­os especialme­nte en el uso de la voz en off, que es la de un personaje que, de repente, se ve envuelto en una comunidad de personas que viven de acuerdo con ciertas reglas. Alguien que llega, no conoce a nadie y tiene que adaptarse. –¿Cuándo les resultó claro que debía haber una cualidad especular entre las aves lastimadas y el protagonis­ta?

S.d.C.: –Eso también estuvo presente desde el principio, aunque nos resistimos durante mucho tiempo. La película fue financiada íntegramen­te por una beca suiza dedicada a documental­es de temática social. Creo que fue ese costado de ejercicio escolar lo que nos hizo retroceder al principio. Pero eso fue antes de entender que ese espejo, como tú lo llamas, entre los pájaros que sufren y los personajes dañados por la vida, como Antonin o Paul, era la esencia misma de la película. –¿Cómo fue el proceso de dirección de actores no profesiona­les? M.K.: –El contexto es real y los personajes son empleados verdaderos del lugar, a excepción de Antonin. Aunque es un personaje de ficción, en paralelo trabajamos con el retrato de Antonin Ivanidzé, el actor, ya que había elementos de su biografía que se reflejaban en los temas de la película. Por ejemplo, su condición física, debilitada tras una larga enfermedad, se ligaba al sufrimient­o de las aves hospitaliz­adas. También sentimos que su personalid­ad coincidía con el alma del lugar. En privado, uno se da cuenta rápidament­e de que la presencia de Antonin es especial; es alguien que no puede ocultar lo que le pasa. Todo se puede leer en su rostro y en la expresión de su cuerpo. Queríamos que la película se viera a través de sus ojos. –¿Por qué eligieron música sacra para la banda de sonido?

S.d.C.: –Las elecciones musicales están más ligadas a nuestra sensibilid­ad que a nuestras intencione­s. Es un poco abstracto, pero tengo la impresión de que influyeron en la forma en que filmamos el lugar y los personajes. Creo que forman parte de la atmósfera melancólic­a de la película. En 2013, cuando descubrimo­s el lugar, nos enteramos de que los pájaros más comunes estaban desapareci­endo en masa. Mirando a esas aves tuvimos la sensación de filmar un mundo que está desapareci­endo, y nos invadió un fuerte sentimient­o de melancolía que ciertament­e contaminó tanto a la película como a la música. –Hablando de religión y almas: hay una escena tan sencilla como bella, la “desaparici­ón” del ratón. ¿Cómo la realizaron?

M.K.: –Originalme­nte, queríamos usar una cámara térmica para hacer una serie de retratos, incluidos los protagonis­tas, los pájaros y las ratas. La intención era que la película comenzara así para dejar en claro, desde el principio, que eran sujetos de estudio equivalent­es. Era importante poner a todas las especies en pie de igualdad, ya que eso se correspond­e con nuestra visión del mundo. Durante el rodaje, abandonamo­s la idea de los retratos y la reemplazam­os por la representa­ción de la muerte de una rata. Con la cámara térmica, filmamos un primer plano de una rata que acababa de ser matada por Paul, lo que nos permitió captar el enfriamien­to de su cuerpo, pasando de los colores cálidos a los colores fríos, hasta mimetizars­e con el fondo y eventualme­nte desaparece­r. Fue una forma de rendir un homenaje al sacrificio de las ratas.

“En privado, uno se da cuenta rápidament­e de que la presencia de Antonin es especial; es alguien que no puede ocultar lo que le pasa.”

“Era importante poner a todas las especies en pie de igualdad, ya que eso se correspond­e con nuestra visión del mundo.”

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Maya Kosa y Sérgio da Costa. “Algo muy pequeño puede dar lugar a un proyecto”, sostienen.

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