Ultimos vestigios de una cultura
Los hombres que sueñan con animales, de Lucas Distéfano
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Cierta leyenda wichí que habla sobre el comienzo de los tiempos y los males repartidos por el diablo hace hincapié en el peor de todos ellos: el desaliento. Luego de ese prólogo de leyenda el documentalista Lucas Distéfano dejará de lado la mitología para concentrar la cámara y los micrófonos en la más estricta y palpable realidad (con una notable excepción). Si en su ópera prima, Crimen de las Salinas, Distéfano buceaba en la vida comunitaria de un pequeño pueblo cordobés a partir del único homicidio cometido en el lugar en toda su historia, Los hombres que sueñan con animales penetra en Tres Pozos, una pequeña comarca de El Impenetrable chaqueño, para registrar la vida cotidiana de una pareja de ancianos y su hijo Serafín. Wichís “españolizados”, según la descripción del realizador en la gacetilla de prensa. Si se deja de lado una secuencia onírica donde los sonidos de un burro y varios cerdos alcanza cotas expresionistas, lo suyo está muy cerca del documental antropológico observacional, entendido en este caso como documento de los últimos vestigios de una cultura al borde de la extinción.
El rancho es humilde y los ani
La cámara se mete en Tres Pozos, comarca de El Impenetrable chaqueño, para registrar la vida cotidiana de una familia de origen wichí.
males conviven con los humanos casi en igualdad de condiciones espaciales. En la radio, la publicidad de un elixir pergeñado para conseguir al amor de toda una vida se mezcla con el rezo de Doña Clara, un Ave María apenas susurrado, mientras sus manos resecas acarician un par de santos de cerámica. Su marido, Don José, recibe la visita de una curandera que lee esforzadamente de un librito algunos versos dedicados a San Pantaleón,
A partir de una rigurosa dirección formal, Distéfano logra algo cercano a un poema audiovisual realista.