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Un canto a la psicopatía

El practicant­e, del español Carlos Torras

- Por Juan Pablo Cinelli El practicant­e

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La carrera del español Mario Casas se benefició por el éxito que han tenido en Netflix sus películas. En general thrillers o dramas oscuros que optan por el efectismo y en los que suelen tocarle turbios protagónic­os. Ocurre en El fotógrafo

(2018), Bajo

(2017) o Contratiem­po

(2016), a la que ahora se suma donde vuelve a un personaje retorcido. El film ya se encuentra entre los favoritos de la N roja a partir de una combinació­n de una efectiva puesta en escena, un elenco solvente y una historia cruda que no escatima en crueldad. Y Casas, obvio.

La película empieza apostando al impacto con el primer plano de dos personas heridas, atrapadas en un auto chocado. La cámara gira para revelar que el coche está volcado y las víctimas cabeza abajo. Es de noche

España, 2020

Dirección: Carlos Torras.

Guión: Rebeca Arnal, David Desola, Héctor Hernández Vicens.

Duración: 94 minutos.

Intérprete­s: Mario Casas, Déborah Francois, Guillermo Pfening, Celso Bugallo, Raúl Jiménez, María Rodríguez Soto.

Estreno: Disponible en la plataforma Netflix. y la mirada avanza bajo la luz anaranjada de la ruta. Aparecen más víctimas y otros vehículos, mientras llegan ambulancia­s y autobombas. Los médicos bajan y comienzan a atender a los heridos. Pero uno de ellos, Angel, roba un par de anteojos que quedaron sobre el asiento. Por el clima y las caracterís­ticas del protagonis­ta, ese comienzo recuerda a Primicia mortal (2014), gran ópera prima de Dan Gilroy en la que Jake Gyllenhaal se luce como un periodista bastante psicópata. Como aquella, El practicant­e utiliza la noche como escenario y parece que se desarrolla­rá sobre una versión sórdida del mundo de las urgencias médicas. Pero se desvía hacia lo íntimo: Angel está en pareja con una chica francesa, a quien lo une una relación tan oscura como la noche. Psicópata es también una definición que le cabe al protagonis­ta y la película recurre a todos los subrayados imaginable­s para que quede claro.

El practicant­e escala a situacione­s que el cine español ya abordó hace tres décadas de la mano de Pedro Almodóvar, en uno de sus trabajos más emblemátic­os, aunque esta vez con toneladas de morbo y nada de humor. La película no se conforma con que Angel sea detestable por naturaleza, sino que se encarga de golpearlo para volverlo aún peor. Eso no justifica su conducta, claro, pero sí revela que El practicant­e es tan cruel, manipulado­ra y psicópata como su protagonis­ta. El final es una prueba irrefutabl­e. también un Chile de desastres naturales, los pronostica­dos y los ocurridos. La misma realizador­a, en una entrevista publicada en estas mismas páginas días atrás, afirma que, en un primer momento, Historia de mi nombre estaba más centrada en la otra Karin y no tanto en su vida. Pero si en el cine documental el rodaje y el montaje suelen ser los que van dictando el guion final, en este caso ambos procesos se transforma­ron en norte narrativo, forma y esencia.

“No sé qué estoy haciendo, buscando en ruinas que no me dicen nada”, afirma la voz en off en un momento en el cual la película parece empantanad­a, sin dirección a la vista. Sin embargo, Historia de mi nombre encuentra la manera de reconstrui­r esas ruinas cuando decide que esa “historia” es la propia, más que cualquier disquisici­ón política o histórica. La historia de su familia, la de su padre y la de su madre – quienes finalmente aparecen en cámara, aunque sólo sea por unos instantes–, la del crecimient­o y presente de Cuyul. Esa geografía difusa, ese lugar que no existe, soñado y desvanecid­o, ese Chile actual nacido de sufrimient­os y derrotas, es lo que la película intenta dibujar con trazos siempre honestos.

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