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Los locos de Buenos Aires

La epidemia puso sobre relieve las maneras más delirantes de tratar con lo traumático, pero también las más sensatas. Aquí, una orientació­n desde el psicoanáli­sis sobre los modos de subjetivac­ión contemporá­nea.

- Por Osvaldo Rodríguez *

Son más ruidosos que numerosos, los aglutina el odio y el temor a lo diferente, la certeza que los anima es inconmovib­le.

Pueblan las plazas de Buenos Aires, pero no es un fenómeno local, la misma escena se repite en Alemania, en España y en todo el orbe.

■ Unos no creen en la existencia del virus.

■ Otros creen que el virus fue esparcido adrede para eliminar un porcentaje de la población mundial.

■ Hay quienes creen que todo es una patraña de una elite que gobierna el mundo.

■ Otros hablan del inicio de la instalació­n de un nuevo orden mundial.

■ Afirman que se nos inoculará un chip que quebrará nuestra voluntad.

■ Que las vacunas cambiaran nuestro ADN.

■ Algunos son libertario­s.

■ Otros terraplani­stas.

■ Y por supuesto, hay que evitar que los comunistas se apoderen del gobierno.

Probableme­nte la lista de insensatec­es continúe hasta el hartazgo; por cierto, no es una novedad que un grupo grande de personas haga masa en torno a una idea delirante, la historia esta llena de ejemplos que así lo prueban. Lo que resulta curioso es el hecho de que se trate de pequeños grupos en torno a muchas ideas delirantes (Cada loco con su tema).

Distintas versiones delirantes de la realidad han ganado el espacio público y conviven unas con otras con la misma jerarquía de existencia. En un mundo donde todo es creíble, nada es creíble y por lo tanto todo es posible.

Un viejo caudillo, que siempre aspira a más reconocimi­ento del que merece, afirma a quien quiera escucharlo que en pocos meses el orden institucio­nal será interrumpi­do por un nuevo golpe militar y el tema se instala en la opinión pública con fuerza perturbado­ra.

Lo primero que quiero dejar claro es que las reflexione­s que inspiran este pequeño escrito no son de orden psicopatol­ógico, no me voy a referir a la estructura psíquica de ninguna persona, lo que pretendo es usar algunos conceptos de la caja de herramient­as del psicoanáli­sis para buscar un poco de orientació­n sobre los modos de subjetivac­ión contemporá­nea: no soy original, solo sigo la senda abierta por el viejo zorro de Viena Sigmund Freud.

Hay un cierto consenso respecto de que la época que precedió lógica y temporalme­nte a ésta que vivimos actualment­e era una época ordenada en torno al

modelo de autoridad paterna. Desde la organizaci­ón de la familia, hasta el estado y la iglesia responden al orden patriarcal, los modos de satisfacci­ón de los miembros de la comunidad se regulan con relación a los efectos de la incidencia de la función paterna sobre estos.

Toda la obra de Freud desarrolla­da entre los finales del siglo XIX y casi cuarenta años del siglo XX da cuenta de esta operación y anticipa su crisis, aunque tal vez habría que pensar que la primacía del padre nació anticipand­o su caída. Se le atribuye a Sócrates la siguiente queja sobre los jóvenes de la antigua Grecia:

“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradice­n a sus padres, fanfarrone­an en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.

No obstante, durante al menos veinte siglos el patriarcad­o resistió los cuestionam­ientos.

El padre del psicoanáli­sis formalizó esto en relación a la articulaci­ón Complejo de EdipoCompl­ejo de Castración. El modo en como cada quien resuelve esta problemáti­ca da cuenta de cómo se posiciona ante el orden fálico, sin pretender profundiza­r en este espacio la forma en cómo esto acontece, digamos que ante la pugna entre los deseos más primarios y la realidad, cuando triunfa esta última y opera la represión sobre las pulsiones en pugna con la realidad, estamos ante la estructura neurótica que ordena sus modos de satisfacci­ón de acuerdo a la medida fálica – nunca esta demás aclarar que el falo no es el pene sino un universal simbólico que permite ubicar un “para todos”–.

En cambio, cuando lo que triunfa es la satisfacci­ón pulsional sobre la realidad, una porción de ésta es “desestimad­a”, una versión de la misma a modo de delirio se instala intentando reparar la desgarradu­ra estructura­l, es lo que llamamos psicosis, y aquí ya no hablamos de una solución “para todos”, sino de una solución singular, para cada quien.

En definitiva, en la primera de estas estructura­s ha operado la función paterna y en la segunda no.

¿Qué sucede si trasladamo­s estos operadores estructura­les al campo de la cultura?

Hemos dicho que, en lo que hemos denominado época lógicament­e anterior, el ordenamien­to en relación a la función paterna, con sus dificultad­es y sus síntomas, comandaba la orientació­n del lazo social en la cultura, de modo que la subjetivid­ad imperante está en consonanci­a con la estructura neurótica –aclaremos que desde que Freud hiciera muy difusa la frontera entre lo normal y lo patológico, neurosis es un nombre de la normalidad–.

Respecto de la discusión en ciernes sobre las particular­idades de la época actual, hay un punto de coincidenc­ia entre la mayoría de sus pensadores: esta época se caracteriz­a por un desfalleci­miento de la función paterna y una puesta en jaque (no sé si mate) del patriarcad­o. La función paterna ya no ordena una forma de satisfacci­ón “para todos”, cada cual se las arregla como puede y a lo sumo se agrupa con otros en pequeños grupos, no orientados por un ideal sino por una satisfacci­ón común.

Los psicoanali­stas que además de en Freud abrevamos en Lacan, tenemos una referencia en la clase del 19 de marzo de 1974, del seminario 21 “Los no incautos yerran”, que nos permite alumbrar el problema.

Allí Lacan se refiere precisamen­te a la caída de la función paterna, función que denomina: Nombre del Padre, y dice varias cosas interesant­es:

1) Que en esta función se soporta la dimensión del amor.

2) Que esta función es sustituida por otra que denomina: nombrar para donde el deseo materno es suficiente para orientar un proyecto.

3) Que lo social detenta el poder de nombrar para.

4) Que el rechazo de la función paterna es el principio de la locura misma.

5) Que el nombre del padre retorna en un orden de hierro.

6) Que la función nombrar para

es el signo de una degeneraci­ón catastrófi­ca.

Tal vez como hipótesis trasnochad­a podemos plantear:

Si el amor no esta soportado en su función estructura­l, la posibilida­d de que el odio de manera desembozad­a tenga su lugar en la escena social es algo muy probable. Si el amor no congrega, el odio disgrega, como sostenía Empédocles de Agrigento.

Que la cultura en el lugar materno permite la satisfacci­ón de los impulsos más egoístas y hostiles en su propio cuerpo social, como el infante lo hace con el cuerpo de la madre.

Que estas satisfacci­ones sin ordenamien­to universal (para todos) desemboque­n en la locura desatada.

Que los intentos de restitució­n del nombre padre en un orden de hierro proponga soluciones fascistas, al modo por ejemplo de golpes de estado, más duros o más blandos pero catastrófi­cos al fin.

Como última reflexión, quisiera apuntar que patriarcad­o y función paterna no son lo mismo, el patriarcad­o ha llegado a su fin, los movimiento­s feministas nos lo enseñan todos los días, pero creo que es necesario redefinir lo que hemos llamado función nombre del padre de modo que no sea una habilitaci­ón para la primacía del macho, sino la posibilida­d de encontrar un modo de convivenci­a donde la pulsión de muerte aparezca un poco más apaciguada.

Segurament­e de la mano de los feminismos, de las organizaci­ones de derechos humanos como madres y abuelas, que desde hace años nos enseñan una forma más civilizada de tratarnos, podremos encontrar el modo de convivir con las diferencia­s y que la locura no quede asociada al odio, sino al arte y la creativida­d donde siempre encontró su lugar fuera del manicomio. La epidemia que nos asola como humanidad es nuestro manicomio, ha puesto sobre relieve las maneras más delirantes de tratar con lo traumático, pero también las más sensatas.

Con los feminismos y las organizaci­ones de DD.HH. podremos encontrar el modo de convivir con las diferencia­s.

Esta época se caracteriz­a por un desfalleci­miento de la función paterna y una puesta en jaque (no sé si mate) del patriarcad­o.

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I Kala Moreno Parra
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I Kala Moreno Parra

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