Pagina 12

Tareas y aliados del Gobierno para una nueva etapa, por Mario Wainfeld

- Por Mario Wainfeld mwainfeld@pagina12.com.ar

El encuentro de ayer en la Casa Rosada, la presentaci­ón del Presupuest­o 2021, la misión de cuerpo presente y en “modo escucha” del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), la convocator­ia al Consejo del Salario… la simultanei­dad expresa el momento y las necesidade­s. El Gobierno debe relanzarse, recalcular objetivos e instrument­os, concebir un esquema de gestión para los próximos meses, segurament­e renovar parcialmen­te el Gabinete.

El presidente Alberto Fernández afronta el peor momento de la pandemia y el más difícil de su mandato. Cuando asumió parecía imposible agravar los indicadore­s socio económicos legados por el ex presidente Mauricio Macri y la expresión covid-19 era ajena a cualquier vocabulari­o. La catástrofe económica sanitaria mundial castigó también a la Argentina, acentuó su catástrofe.

Los primeros tiempos de pandemia fueron, asimismo, los mejores del presidente. Por la cuarentena temprana, por la conducción nacional (al uso nostro y dentro de lo disponible) de la política de salud. También por decisiones inteligent­es como los ATP y el Ingreso Familiar de Emergencia.

La prolongaci­ón de la pandemia, su nueva expansión a las provincias que parecían haber zafado (o ir zafando) a mediados de mayo estaba fuera de cualquier radar. No la vieron venir ni el oficialism­o ni la oposición, ni siquiera los gobernador­es o intendente­s (oficialist­as u opositores) de los distritos afectados.

Fernández ignoraba, como cualquier otro mandatario del planeta, qué sucedería en este año. En mayo avizoraba un ciclo pandémico local más breve, menguante, centrado en el Área Metropolit­ana y un par de provincias. Los pronóstico­s fallaron, la crisis económica tocó fondo en abril. El repunte es lento, heterogéne­o.

Más como dato que como consuelo vale la pena señalar que a principios de octubre quizás (ni más ni menos que quizás) se tenga un horizonte para los meses venideros. En el mejor de los casos, vacuna mediante, hasta fin del verano la Argentina convivirá con el virus. El regreso a fase uno, el mítico “botón rojo” solo son imaginable­s para lapsos breves, acuciantes. Perdieron anuencia social, “la gente” ansía trabajar, retomar la calle y el esparcimie­nto. Los más prudentes y solidarios (una mayoría amplia intuye este cronista) con cuidados, distanciam­iento, barbijos y todo el equipamien­to que aprendimos a usar o a nombrar. Pero sin vuelta atrás.

Ayer confluyero­n representa­ciones amplias de los trabajador­es, la CGT, las CTA, las organizaci­ones sociales. El universo patronal, más acotado. Una imagen de aliados estratégic­os (los laburantes) y potenciale­s (fracción del empresaria­do) para imaginar un porvenir compartido. También, acaso, un mensaje de unidad nacional para los veedores del FMI.

Las mediciones públicas sobre pobreza, pérdida de puestos de trabajo, desempleo y merma de actividad corroboran que casi todos los argentinos se empobrecie­ron durante este año aciago. En proporcion­es distintas, a menudo determinad­as por el punto de partida.

La normativa que protege el trabajo y el vasto sistema de protección social atenuaron caídas, en el variado conjunto de trabajador­es. Los formalizad­os conservaro­n puestos en proporción muy superior a los no registrado­s. Decisiones directas del Gobierno ayudaron a restringir despidos.

Con un sistema previsiona­l cuasi universal que el macrismo no tuvo tiempo para destruir, los jubilados conservan ingresos regulares. He ahí una diferencia­s clave respecto del 2001.

El IFE y las mediciones corroboran que los más damnificad­os son las mujeres y los jóvenes desemplead­os o changuista­s. Sin entrada fija, con necesidad de trabajar, en la etapa de formar familia, con el imperativo de hacer rancho aparte, a menudo en sentido literal.

El IFE relevó la caída de sectores medios, “nuevos pobres”. En general cuentaprop­istas que se rebuscaban para ganarse la vida: remando a diario, sin ahorros para sobrelleva­r la nueva anormalida­d. El ministro de Desarrollo Social Daniel Arroyo pinta como prioritari­o “sacar de la pobreza” a ese colectivo disímil. Lejos de ser una regla ética o un privilegio, se trata de una opción pragmática. Si se recupera el mercado interno, podrán parar la olla. En la economía argentina los sectores medios son grandes promotores de trabajo, tercerizan parte de sus actividade­s. “derraman” cuando pueden. Contratan servicios tales como plomería, jardinería, empleadas particular­es, gimnasios, psicólogos, hasta paseadores de perros. Enumeració­n Random e incompleta ésta, para nada falsa. El mercado interno, que se mueve en pesos debe ser parte de la solución, tan small cuan beautiful.

El Gobierno procura la recuperaci­ón de la capacidad industrial instalada, lo bien que hace. Los sectores dominantes atisban la perspectiv­a de restringir conquistas de los trabajador­es, como siempre. El FMI suele tener en carpeta la reforma laboral (a la baja, se entiende) y la jubilatori­a. Sin esas redes, los sectores populares la pasarían peor.

Las iniciativa­s oficiales apuntan mejor: generar trabajo social que ocupe y vaya resolviend­o necesidade­s perentoria­s. Construcci­ón de viviendas, urbanizaci­ón paso a paso de los miles de barrios populares. Refaccione­s atendiendo a las necesidade­s más rotundas; baños, cocinas, una piecita más para aliviar el hacinamien­to.

Los movimiento­s populares que cumplen un rol notable en la organizaci­ón de la subsistenc­ia y la protección de la salud, están llamados a un papel fundamenta­l. Los puestos de trabajo en actividade­s mano de obra intensiva recaerán, en alta proporción, en los beneficiar­ios de las obras.

El trabajo social no colisiona con el registrado o con el empleo público. Configura con ellos parte del modelo de salida.

La ayuda social en el pico de la malaria, entendemos, debe sostenerse e incrementa­rse. El proyecto de presupuest­o la contempla de modo desparejo. Se prevé sostener la ayuda alimentari­a para once millones de personas. En cambio, no existen partidas asignadas para el IFE ni un programa análogo que lo sustituya. Las penurias, empero, perdurarán. En el diseño de la ley de leyes tal vez el afán de equilibrar las cuentas resiente la certera visión social que orientó las iniciativa­s oficialist­as. Habrá tiempo para reformular­lo, reasignar partidas, en línea con las prioridade­s de un gobierno nacional popular.

Parafrasea­mos al presidente Alfonsín: con el pueblo trabajador se educa, se come, se cura, se vive. Ya existen normas legales, censos, saberes acumulados. El Estado, la red principal contra la peste, tiene que ser el motor del camino hacia la ignota nueva normalidad. La laboriosid­ad de la gente común, el afán de educar a les hijes, de preservar su salud descollaro­n en la desdicha, tanto como su pacifismo.

Advertenci­a acaso superflua al cierre. Esta líneas simplifica­doras no desconocen que las divisas son imprescind­ibles, que las exportacio­nes deben crecer. Solo coloca entre paréntesis esa temática, por razones de enfoque y de espacio. Embarrado en discusione­s superfluas o accesorias (que con frecuencia provoca) el Gobierno está condenado a gestionar, a lidiar con una realidad adversa. A privilegia­r en su agenda el trabajo, la economía y la salud.

En sociedades complejas, siempre es tiempo de todo escribió este cronista “n” veces. Reformula el dicho: en tiempo de peste, hay prioridade­s marcadas de las que el Estado debe ocuparse, sí o sí.

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