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Una poderosa deriva interior

Como en la cultura del Romanticis­mo, en manos del artista el paisaje es capaz de expresar sentimient­os misterioso­s y profundos.

- Por Luciano Monteagudo

Hay una extraña paradoja en Drift, la magnífica opera prima de la alemana Helena Wittmann, que es justamente la que hace al film algo fuera de lo común. Por un lado, la película adscribe de manera rotunda a la noción de un cine moderno, abierto, libre de la tiranía del relato y de las clásicas estructura­s narrativas aristotéli­cas. La misma directora (ver entrevista aparte) declara incluso que el auténtico sujeto del Drift es el mar y no necesariam­ente un personaje, una figura humana, por más que la hay y tiene una personalid­ad muy marcada. Aun así, y a pesar de su modernidad (o gracias a ella, por la libertad de acción que le permite), se diría que el film de Wittmann adscribe a una tradición muy arraigada de la cultura alemana, la del romanticis­mo, donde en manos del artista el paisaje es capaz de expresar sentimient­os muy potentes, misterioso­s y profundos.

El núcleo estrictame­nte narrativo de Drift es mínimo. Dos mujeres jóvenes llegan a una localidad balnearia alemana en pleno invierno y comparten alguna caminata por la playa y el placer de disfrutar del tiempo libre juntas, que será efímero porque una de ellas, se sabrá pronto, es argentina y está por regresar a su país. No hay nada particular­mente dramático sin embargo en esta separación, que casi sin palabras es asumida por ambas como una circunstan­cia inexorable, que tarde o temprano iba a acontecer. Pero en esos primeros segmentos de Drift ya se perciben los signos de dos elementos que se irán apropiando de la película toda: la luz y el mar.

La luz pálida, invernal, que entra por la ventana de la habitación que han alquilado es lo primero que se ve en la película y es también motivo del diálogo inicial en off de la pareja. A partir de allí, y aunque no se la vuelva a enunciar en voz alta, la luz será todo un leitmotiv de ese viaje, de esa gran deriva que como su propio título afirma es Drift: la inquietant­e presencia de la luna llena, los reflejos del sol que se mueven con vida propia sobre una sábana blanca o en el velamen de un balandro, el brillo que emana de la espuma de unas olas encrespada­s.

Y allí aparece en todo su esplendor el portentoso protagonis­ta de Drift cuando, ya sola, la integrante alemana de la pareja se hace a la mar, quizás para exorcizar la ausencia de su compañera. Ya no hay dos figuras humanas en cuadro sino una, que no tarda en diluirse en esa infinita masa líquida que toma por asalto al film y en protagoniz­ar la secuencia central y definitori­a de Drift. El angustioso vaivén marino se apodera por completo del cuadro, se vuelve hipnótico y el universo todo parece bascular a su ritmo, hasta que la mujer reaparece finalmente como una silueta en medio de otro paisaje sobrenatur­al, unas tierras volcánicas en alguna isla lejana, hasta su regreso a la cotidianei­dad de Hamburgo, donde se la vuelve a ver en primer plano, como si hubiera podido ya recomponer su armonía interior y su figura humana.

Lo notable del primer largometra­je de Wittmann es el equilibrio formal que consigue la directora con materiales a priori tan abstractos y tan proclives a desbordes místicos. A su vez, la herencia del romanticis­mo se percibe de manera muy intensa sin que Wittmann recurra jamás a citas explícitas, como si cada uno de sus planos estuviera imbuido de ese espíritu, ya sea la composició­n y luz invernal que era la predilecta del pintor Caspar David Friedrich, o las velas y las olas que se agitaban en el Nosferatu de Friedrich Murnau, cuando el vampiro se hacía a la mar en busca de nuevas almas.

Lo que prima en definitiva en Drift es ese sentimient­o tan esencialme­nte romántico que los alemanes llaman “Sehnsucht”, una palabra que siempre resultó imposible de traducir fuera de su idioma. Un sentimient­o que tiene que ver con un anhelo, una añoranza, con la búsqueda de un deseo de algo que no se sabe bien qué es, pero que duele en el pecho. Y que el film de Wittmann es capaz de expresar de un modo muy original, con una rara belleza y precisión.

Lo que prima en Drift es ese sentimient­o tan esencialme­nte romántico que los alemanes llaman “Sehnsucht”, la búsqueda de un deseo.

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Lo notable del primer largometra­je de Wittmann es el equilibrio formal que consigue la directora.
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