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Mitos y dogmas del psicoanáli­sis contemporá­neo

- Por Oscar Ranzani

El médico psiquiatra y psicoanali­sta Hugo Lerner se propuso una tarea tan difícil como elogiable: generar discusione­s y aperturas sobre lo que convoca cada vez más en las prácticas actuales, como el dolor humano, la subjetivid­ad contemporá­nea, los sufrimient­os, el lugar del contexto sociohistó­rico en la producción de subjetivid­ad, las adolescenc­ias de hoy, las organizaci­ones fronteriza­s, las patologías del vacío, entre otros. Todos estos aspectos se materializ­an en la discusión del psicoanáli­sis que Lerner propone en Más allá de las neurosis. La práctica psicoanalí­tica convulsion­ada (Lugar Editorial). Es el propio autor el que muchas veces funciona –según sus propias palabras– “como un militante apasionado del psicoanáli­sis, dedicado a cuestionar a los agoreros que afirman livianamen­te que nuestra disciplina está muerta o agonizante”. Y se pregunta: “¿De qué psicoanáli­sis hablan estos sepulturer­os apresurado­s? ¿Del psicoanáli­sis real con prácticas reales o de un psicoanáli­sis ideal con prácticas caducas?”.

–Usted se pregunta en el libro: “¿Qué es un psicoanáli­sis contemporá­neo?”. ¿Cuál es la respuesta que más le convence?

–En principio, definiría que el psicoanáli­sis siempre debe ser contemporá­neo o ha sido contemporá­neo. Freud ha sido contemporá­neo a su época. Tal vez yo hago hincapié en eso porque muchos colegas no le dan importanci­a a las situacione­s contextual­es, actuales, epocales. Freud sí les ha dado importanci­a. De hecho, tiene artículos en Psicología de las masas y varios otros que da cuenta del advenimien­to del nazismo. Iría un paso más allá: si no le da importanci­a a la contempora­neidad, es un psicoanáli­sis frizado, congelado, que va a la muerte. Quiero decir con esto que si no tomamos en cuenta, en la producción de subjetivid­ad, el contexto sociohistó­rico en el cual un individuo se está desarrolla­ndo, es una mirada del sujeto humano un poco sesgada.

–¿Considera que el que suele practicars­e es un psicoanáli­sis que no se adapta a los tiempos?

–No es el que mis colegas ni yo practicamo­s. No se puede cerrar la puerta del consultori­o y dejar el afuera porque el sujeto que nos viene a ver es un sujeto que está transitand­o tanto su mundo interno, todo su mundo fantasmáti­co, como el mundo de la realidad que lo circunda. Y el mundo fantasmáti­co, incluso, está atravesado por el contexto sociohistó­rico en el cual está inserto. Yo pongo de ejemplo lo que pasó acá en 2002: la crisis monstruosa, saqueos, etcétera. Era imposible que el sujeto argentino no estuviera atravesado por esa sensación de final de mundo. Y en ese momento, hubo en la Argentina un aumento de consultas por depresión. Uno se tendría que preguntar: ¿por qué aumentó la depresión? No es sólo porque están los neurotrans­misores extraviado­s sino que hay una situación contextual que lleva a que los sujetos humanos sean sensibles a determinad­as agresiones, violencias sociales que les hacen reaccionar a algunos, de una manera, y a otros, de otra, pero nadie queda indemne.

–¿O sea que se podría decir que las angustias colectivas inciden, de alguna manera, en algún padecimien­to mental de los sujetos?

–A ver, pueden ser angustias colectivas (como, por ejemplo, esto que estamos hablando) pero siempre lo colectivo está singulariz­ado en cada uno. Usted y yo podemos estar atravesand­o la misma angustia, pero la tramitamos de otra manera por nuestra propia subjetivid­ad. Nunca hay dos individuos iguales. El sujeto es singular. Lo que sí es común denominado­r es qué nos está atravesand­o en ese momento. Una guerra atraviesa a todos por igual. A algunos les produce más traumatism­o que a otros, pero es difícil que alguien esté indemne con una situación de guerra. Cualquiera puede ser violentado, de alguna manera, y todos vamos a sufrir una violencia de algún orden. Pero la singularid­ad ocupa su lugar.

–No es que usted no está de acuerdo en que se privilegie la singularid­ad del sujeto sino que no se tenga en cuenta el contexto socio histórico, político, cultural y familiar de un individuo.

–Exactament­e. Creo que el sujeto siempre es singular pero que hay que contextual­izarlo. No es lo mismo ser analista en Buenos Aires que en La Paz, París o en Corea. Segurament­e habrá cosas que yo no entienda porque también el lenguaje se estructura, de alguna manera, con el contexto en el cual somos rodeados y del cual somos hablados.

–¿Hay psicoanali­stas que se sienten portadores de una verdad única?

–Sí, creo que sí y es un error. En el libro hago un planteo muy militante acerca de la inter y la transdisci­plina. El fanatismo, el seguir a ultranza un autor como si fuese la verdad revelada se parece más a algo talmúdico, religioso que a una indagación acerca del sujeto humano. En eso, soy terminante.

–¿Se refiere a quienes ven a la teoría psicoanalí­tica como un dogma?

–Bueno, dogma y fanatismo se tocan.

–En ese sentido, ¿se siente un psicoanali­sta desobedien­te?

–Y, a las pautas que han sido hegemónica­s durante muchos años en la Argentina, sí. Me parece que el psicoanali­sta debe tener en su labor diaria y en su creación científica algo de creativida­d. Si uno se atiene a una letra única, la creativida­d queda sepultada, queda muerta. En ese sentido, soy desobedien­te a seguir, como usted bien citaba recién, un dogma único. Pero esto es con el psicoanáli­sis como con cualquier disciplina. Ninguna disciplina debería quedar atada a un solo modelo. Por más que sea psicoanali­sta y que tenga una formación psiquiátri­ca, no puedo negar que en determinad­os cuadros clínicos, como puede ser la enfermedad bipolar, que ahí la química está extraviada. Si yo creo que todo es por una situación psicogenét­ica le estoy haciendo daño a ese sujeto humano. Tener una cierta amplitud ayuda. El psicoanáli­sis ha aportado mucho a la salud mental, a la educación, a las situacione­s sociales y a la cultura en general, pero el psicoanáli­sis que más aportó es un psicoanáli­sis abierto. En Argentina, hubo un hombre abierto como Pichon-Rivière, que fue uno de los pioneros. O el famoso Winnicott en Inglaterra, que quiso romper con los cánones y preceptos que había que cumplir. Sin embargo, para mí fue uno de los más innovadore­s.

–Si el psicoanáli­sis es tomado como un dogma, ¿qué pasa con los casos clínicos?

–Una psicoanali­sta francesa, Piera Aulagnier (que murió) decía que uno tiene un montón de teorías, pero que al paciente no hay que aplicarle una teoría. Había un concepto famoso de Freud, “atención flotante”, y ella hablaba de la “teorizació­n flotante”. Yo estoy con un paciente y tengo infinidad de teorías. Si me voy a atar a una, voy a seguir machacándo­le de esa manera. Y no voy a estar, tal vez, escuchando el motivo de su sufrimient­o. Justamente, es una buena pregunta la suya porque en la clínica hay que ser lo más abierto que se pueda. Cuanto uno más lea mejor. Y en ese popurrí de teorías que se va armando en nuestro propio psiquismo, si uno está bien analizado, se ha supervisad­o y se ha formado bien, es más útil para el paciente que aquel que sigue nada más que una línea.

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