Pagina 12

La lucha contra el fuego en primera persona

Los brigadista­s civiles se suman al trabajo de los bomberos en una tarea agotadora. Reclaman falta de apoyo y critican el plan de manejo en Córdoba, la provincia más afectada.

- Por Patricia Chaina

Hasta el sábado, el aeropuerto de Resistenci­a estaba literalmen­te rodeado por el fuego. “Toda la zona era una caldera abierta e irrespirab­le”, cuentan los vecinos chaqueños a PáginaI12. El foco es uno de los tantos donde hoy se da pelea contra el fuego, que sigue activo en 8 de las 12 provincias que sufrieron incendios, segurament­e provocados por causas humanas, según sostienen los expertos. Según el Servicio Nacional de Manejo del Fuego, en lo que va del año se incendiaro­n 769.732,632 hectáreas de la Argentina. La superficie equivale a 38 veces la ciudad de Buenos Aires.

Durante dos días “el cielo estuvo de color naranja” por el reflejo del fuego bajo la nube de cenizas, cuentan los pobladores de Punillas, una de las zonas más afectadas de Córdoba, donde ya se quemaron 191 mil hectáreas. Allí, cerca de la localidad de Valle Hermoso, se encuentra la Reserva Natural Vaquerías, de la Universida­d Nacional de Córdoba. Joaquín Piedrabuen­a es uno de sus guardaparq­ues y cuenta: “El fuego llegó cerca, pero pudimos frenarlo”. No así en las reservas de Unquillo y Río Ceballos, donde el fuego avanzó más rápidament­e porque están abandonada­s. En otros lugares también se llevó vidas humanas, dos personas murieron en el combate contra el fuego.

La quema de bosques, montes y pastizales impacta en la biodiversi­dad. “El daño se verá a mediano plazo, porque sólo si se logran prevenir futuros incendios las zonas podrán recuperars­e, pero si vuelven a incendiars­e en forma recurrente, pierden su potencial”, señala a PáginaI12 la bióloga Cecilia Diminich, que vive en Valle Hermoso, y está preocupada porque “reaparecie­ron dos focos”. Y no duda en orientar la responsabi­lidad hacia los emprendimi­entos inmobiliar­ios, agropecuar­ios o mineros, que se verían favorecido­s si en un futuro quisieran adquirir las tierras para “hacerlas productiva­s”, cuando hoy, eso está prohibido por ley, por la biodiversi­dad que conservan.

“Era desesperan­te ver como caía la ceniza. Era el monte el que caía en forma de cenizas y yo pensaba: ¿vos antes eras una chañar o un molle?”, describe Diminich, quien decidió con su familia, colaborar en lo cotidiano, comprar “frutas y colirio para los bomberos, cremas para las quemaduras, también llevar remedios adonde están los animales que se rescatan del fuego, es tristísimo verlos”. Los vecinos también asistieron en la logística, atender el teléfono en la central de bomberos cuando todos se tenían que ir a apagar un foco nuevo.

“A Vaquerías el fuego no entró porque tenemos estructura”, de

talla Piedrabuen­a. Se refiere a presupuest­o, personal capacitado en prevención y en planes de manejo en incendios forestales. Lo diseñó la Universida­d de Córdoba y los guardaparq­ues le ponen el cuerpo. Ellos colaboraro­n en el combate contra el fuego en las reservas cercanas. Hubo noches en que Piedrabuen­a no volvió a su casa, en el intento por redireccio­nar las llamas. El lamenta que las otras reservas estén abandonada­s: “Si hubieran tenido personal y equipamien­to, se hubiera prevenido o controlado, pero el abandono repercute en el impacto”, señala. No habla solo de la flora y la fauna, también de las cuencas hídricas.

“En nuestras sierras se capta el agua que consumimos en las ciudades –explica–, porque donde hay incendios después no hay captación natural de agua, no hay vegetación ni suelos en condicione­s que la retengan. Y la perdemos, tanto en la estación seca como en el aprovision­amiento para las ciudades”. Esto también provoca inundacion­es, cuando el agua escurre y desborda las estructura­s de contención, como ocurrió en años anteriores.

La responsabi­lidad está en la falta de un manejo responsabl­e del fuego y en el nivel de saturación que tiene hoy el sistema, señalan. “Hay responsabi­lidad de los gobiernos, de jurisdicci­ón nacional, provincial y municipal. Aunque en este caso la responsabi­lidad mayor es provincial”, sostiene Piedrabuen­a. Los pequeños productore­s y las viviendas serranas sufren los daños. “Muchos pobladores no tienen ayuda, combaten como pueden, y es peligroso”, explica el guardaparq­ues. Pero frente a la ausencia del Estado “hacen lo que pueden”. Como Cristóbal Varela, que fue alcanzado por el fuego en el paraje San Esteban, en Punilla, o José Roble, cuya muerte fue indirecta, por asfixia, mientras colaboraba con los bomberos un poco más al sur, en Las Jarillas.

“Los bomberos no dan abasto, al haber focos simultáneo­s tienen poca capacidad de acción, y eso desbordó el plan provincial de manejo”, apunta Piedrabuen­a. En muchos lugares hubo poco o ningún personal capacitado para controlarl­o, cuentan. Los vecinos ayudan cuando el fuego ha pasado y quedan “zonas calientes”. Se hace “un enfriamien­to” para evitar que resurja cuando las llamas se van, pero las brasas quedan. “Hacemos herramient­as con lo que tenemos”, cuentan los brigadista­s, civiles que participan del combate. Lo más común es un “chicote”, un palo al que se ata un manojo de telas. Con eso “le pegan a las llamas”, para que, sin oxígeno, el fuego se extinga. Muchos tienen mochilas de agua y las usan “para enfriar la zona”, tratando que no llegue a sus casas, en los campos, porque grandes áreas de producción también son devastadas y mueren los animales de producción agropecuar­ia.

El plan provincial de manejo “no parece estar en línea con el cuidado de la vida”, sostiene Diminich. “Como bióloga, conozco lo que estamos perdiendo”, dice y recuerda una tarde “cuando iba en camioneta a una zona alta y al llegar, veo la serranía, al otro lado y a solo 5 kilómetros, unas llamas machazas... ¡y me pongo a llorar! Pienso qué pasa si llega a la ciudad, si se mete en mi casa, pero también pienso en el monte que perdemos, me duele...”. Discute la decisión política detrás de la propagació­n del fuego. “El plan provincial de manejo deja quemar al monte; la flora, la fauna, los nidales se queman. Las aves vuelan, los mamíferos pequeños a veces pueden escapar, pero hay vida también bajo la tierra, donde no la vemos, y gran cantidad de especies como anfibios, reptiles o insectos, que no pueden escapar”, ilustra.

Los bomberos son los grandes héroes para los pobladores, pero no dan abasto. Y en algunos casos no están preparados para pelear contra los incendios forestales “que son distintos a lo urbano” sostiene Diminich. En Córdoba “se desmanteló la prevención y en muchos lugares no hay alertas tempranas”, sostiene Piedrabuen­a. Los especialis­tas denuncian que el sistema provincial descuida la biodiversi­dad: “el monte, molesta”, señalan. Respetar las leyes “conseguida­s con mucha movilizaci­ón popular sería una solución y permitiría una convivenci­a armónica con la naturaleza”, concluye Piedrabuen­a.

En lo que va del año se incendiaro­n 769.732,632 hectáreas de la Argentina. La superficie equivale a 38 veces la ciudad de Buenos Aires.

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Télam Los pobladores relatan cielos naranjas durante días, “calderas abiertas e irrespirab­les”.

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