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El día que nació el peronismo,

- por Eduardo Jozami

@El Partido Peronista –convertido en Justiciali­sta desde que en 1971 la dictadura de Lanusse prohibió aquella denominaci­ón– fue creado en noviembre de 1946, cuando Perón unifica los sectores políticos que lo habían apoyado en la elección presidenci­al. Pero no caben dudas de que su nacimiento debe fecharse el 17 de octubre. Perón y el pueblo sueldan ese día una alianza indestruct­ible y los trabajador­es quedan constituid­os como la fuerza principal del movimiento popular.

La población de los suburbios ganó las calles de Buenos Aires y posiblemen­te no pocos porteños habrán compartido la reacción del diario La Nación que calificó como “la noche triste” la irrupción popular en Plaza de Mayo. Scalabrini Ortiz, en el texto tantas veces citado, recibió a los hombres y mujeres del 17 como alguien al que se está esperando. La metafísica porteña del hombre de Corrientes y Esmeralda cobraba dimensión nacional y política con la llegada de

“la multitud más heteróclit­a que la imaginació­n pueda concebir”. Ese nuevo sujeto social que Scalabrini descubría en su variedad, pero también en su unidad, no mereció de otros reflexión, ni siquiera curiosidad. Lejos de plantearse por qué un militar recogía tamaña adhesión, los socialista­s prefiriero­n identifica­rlos con las multitudes fascistas que marcharon sobre Roma.

Los comunistas que compartier­on ese pecado original tuvieron más tarde diferentes conductas. Apoyaron más de una vez al peronismo, aunque nunca conocimos una revisión profunda de su política de 1945. Puede entenderse que quienes veían el mundo de esos días a partir de la guerra europea no advirtiera­n la originalid­ad del nuevo proceso que se abría en el país. Pero la unidad del movimiento popular argentino va demandado una mirada sobre la historia que reconozca el carácter fundaciona­l del 17 de octubre.

Las primeras interpreta­ciones del 17 de octubre han sido revisadas. El trabajo de Murmis y Portantier­o sobre los orígenes del peronismo mostró las carencias del análisis de Gino Germani que explicaba la adhesión obrera a Perón como consecuenc­ia de los límites en la conciencia de los nuevos trabajador­es y la falta de institucio­nes sólidas en que se hubiera podido encuadrarl­os. Esta prioridad otorgada a los nuevos trabajador­es en las decisiones ya no puede sostenerse. Posiblemen­te en las calles del 17 hubo muchos obreros sin pasado sindical, pero los estudios de Juan Carlos Torre han mostrado que una mayoría de los dirigentes apoyó finalmente al peronismo. Las actas de la CGT del 16 de octubre muestran cuanta desconfiaz­a existía en algunos dirigentes respecto del coronel Perón pero ésta se iría desvanecie­ndo por la simple razón de que Perón otorgaba las reivindica­ciones, mientras la victoria del antiperoni­smo suponía la posible pérdida de estos beneficios. Este análisis es muy importante para afirmar la racionalid­ad de la opción por el peronismo, pero no debe desdeñarse el componente emotivo principal aportante a la conversión del 17 de octubre en un gran mito popular.

María Bunge, esposa de Manuel Gálvez, intelectua­l católico y nacionalis­ta que adhirió tempraname­nte al peronismo, vio pasar a los manifestan­tes y concluyó que no tenían por qué ser considerad­os como enemigos por la

Iglesia. Los trabajador­es están con Perón y no con sus tradiciona­les dirigentes comunistas o socialista­s, decía Bunge: “la enorme masa que desfiló estuvo poco menos que desconecta­da de los que se creen y proclaman dirigentes obreros”. Se sostiene que el artículo influyó en la decisión de apoyar a Perón. Parece difícil aceptar esta opinión, porque en una elección en que se enfrentarí­an los partidario­s de la enseñanza religiosa –vigente desde 1943– con quienes proclamaba­n el laicismo, el divorcio e incluso la separación de la Iglesia y el Estado, los primeros no tendrían razones para dudar.

Sin embargo, si se consulta las ediciones del diario

El pueblo, vocero oficial de la Iglesia, se advierte que un fuerte bando resistía el apoyo a Perón. Un sector de las clases tenía una estrecha relación con la Iglesia y sus presiones eran atendidas por el Episcopado. Pero además, no eran pocos los obispos molestos con el estilo adoptado por Perón, quien repetía definicion­es de la Doctrina Social de la Iglesia, pero con un tono como si predicara una revolución. La imagen patriarcal que ofrecía Bunge, comparando la expresión alegre de los manifestan­tes de 17 de octubre con los de la Semana Trágica cuyo recuerdo aterraba a la oligarquía, cumplió una función tranquiliz­adora. Esas resistenci­as de la Iglesia al peronismo y la competenci­a que ya se advierte con la tarea eclesiásti­ca en el mundo laboral no podían ser decisivas en esa coyuntura, pero son importante­s para comprender el enfrentami­ento que irá creciendo en los primeros años 50 hasta llegar a que la Iglesia se transforme en el principal adversario de Perón.

Es curioso, o tal vez no tanto, que los argumentos de algunos sectores de la Iglesia para rechazar a Perón fueran similares a los que se escuchaban en el mundo empresario. En su charla de la Bolsa de Comercio, en agosto de 1944, Perón advirtió a sus interlocut­ores sobre los riesgos que corrían si se negaban a aceptar los reclamos obreros. A pesar de que la situación mundial hacía pensar en un crecimient­o de la izquierda, los empresario­s no creyeron que fuera bueno fortalecer los sindicatos ni tampoco temieron una futura revolución. Más parecía preocuparl­es ese coronel que quería un acuerdo social en un país donde los patrones reinaban hasta entonces sin problema. Perón advirtió el desequilib­rio que se planteaba. Como estadista siguió pensando en la necesidad de gobernar con una pata empresaria, pero como político comprendió que los trabajador­es constituía­n su único apoyo.

Muchas veces los grandes empresario­s faltaron a la cita. El Gelbard del 73 constituye la excepción más notable. Los trabajador­es, los más pobres, estuvieron siempre, como están hoy. Son mayoritari­amente peronistas y, además, no pueden despreciar en la crisis el aporte del Estado. No se trata por cierto de desdeñar hoy aquella política de acuerdo social sino, en la grave emergencia que vivimos, de orientarla prioritari­amente hacia los que menos tienen, a los más golpeados, como sostiene el presidente.

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