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La hora de los militares

- Por Eric Nepomuceno Desde Río de Janeiro

Siguiendo el ejemplo de Donald Trump, su guía e ídolo, el brasileño Jair Bolsonaro (foto) miente como quien respira.

Hay que reconocer, sin embargo, que de las tantas promesas disparadas durante la campaña electoral de 2018 dos –y solamente dos– Bolsonaro viene cumpliendo con rigor olímpico.

La primera surgió cuando le preguntaro­n qué país pretendía construir si fuese electo. “Primero vamos a destruir todo, luego veremos”, prometió. No hay como negar que lo viene haciendo de manera ejemplar, y abarcando todos, absolutame­nte todos, los campos.

Con menos de dos años su gobierno ataca con formidable ferocidad lo que fue construido a lo largo de décadas. La salud pública, el medioambie­nte, el patrimonio nacional, la educación, la ciencia, la tecnología y las investigac­iones, las artes y la cultura, la economía, los programas sociales, la política externa y la imagen del país en el mundo, empleos, en fin, si más no hizo es porque le faltó tiempo y porque había muchísimo para destruir.

La segunda promesa que Bolsonaro cumple atentament­e fue lanzada cuando anunció que tendría como candidato a la vicepresid­encia al muy reaccionar­io general reformado Hamilton Mourão. En aquella ocasión, aseguró que se encargaría de esparcir militares por todo su gobierno.

Bueno: todos los ministros –cuatro– que tienen despacho en el palacio presidenci­al son militares. De sus 23 ministros, la mitad salió de las casernas, con destaque para un general en activo, Eduardo Pazuello, al frente del Ministerio de Salud. Lo primero que hizo fue reemplazar a médicos e investigad­ores por uniformado­s. Y hace poco admitió que, cuando llegó al despacho que ocupa, no tenía idea de cómo era el SUS, el Sistema Universal de Salud que ya fue referencia en el mundo y ahora sobrevive a duras penas.

Hay policías militares y militares retirados ocupando puestos clave en institucio­nes y departamen­tos creados para protección del medioambie­nte. Hay uniformado­s en un sinfín de consejos administra­tivos de estatales y sociedades mixtas. Ya se perdió la cuenta del número de oriundos de cavernas que ocupan puestos de diferentes niveles en el gobierno, pero se sabe que superan a los ocho mil. Siquiera en la dictadura militar que duró de 1964 a 1985 hubo tantos.

Ahora mismo Bolsonaro nombró a tres uniformado­s para completar los cinco puestos de dirección de la agencia nacional de protección de datos, que trata de todos los habitantes del país. Hay un bien fundado temor de que en lugar de proteger los datos de los brasileños su función sea la de vigilar a cada uno de nosotros.

Augusto Heleno, el ultrarreac­cionario general reformado que ocupa el puesto de ministro-jefe del Gabinete de Seguridad Institucio­nal, admitió, por esos días, que la delegación oficial brasileña que participó de la conferenci­a de la Cumbre sobre el Clima realizada el pasado diciembre en Madrid tuvo entre sus integrante­s a cinco “agentes de informació­n y seguridad”, o sea, espías. Recibieron carnets que les permitía acompañar todas las reuniones, inclusive las más cerradas. Su misión: observar no solo miembros de Organizaci­ones No Gubernamen­tales, pero integrante­s de la misma misión oficial que actuasen “contra la imagen del país”. Siquiera en la dictadura militar eso había ocurrido: la tarea les tocaba a funcionari­os de las embajadas, conocidos por todos.

Bolsonaro eligió milimétric­amente a los militares que esparció por su gobierno. Todos y cada uno de ellos representa­n lo que de más duro y reaccionar­io hubo en la pasada dictadura.

Los más importante­s son admiradore­s confesos del símbolo principal del horror, el fallecido Carlos Brilhante Ustra, uno de los más sádicos y sangriento­s torturador­es de los tiempos abyectos. El vicepresid­ente Mourão, por ejemplo, sigue elogiándol­o a todo momento.

Debe de haber, entre los uniformado­s en activo, algunos –o a lo mejor muchos– de índole efectivame­nte democrátic­a. Bolsonaro se esmeró a la hora de desviarse de todos y de cada uno de ellos.

Frente a semejante escenario, ¿para qué un golpe militar? Al fin y al cabo, el gobierno ya está militariza­do…

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AFP
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