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Chile, un año después

En el aniversari­o del inicio de las revueltas, hubo nuevas manifestac­iones, con algunos incidentes

- Por Juan Carlos Ramírez Figueroa Desde Santiago

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Ni la pandemia, ni la represión policial que terminó hace dos semanas con un chico lanzado al río Mapocho ni los llamados del gobierno a “ser responsabl­es” ante el plebiscito del 25 del octubre –donde se decidirá cambiar la Constituci­ón establecid­a por Pinochet en 1980– impidieron que se llenara ayer por la tarde el sector de Plaza Italia, histórico centro de protestas y manifestac­iones en Santiago de Chile.

La zona, frontera simbólica entre las comunas acomodadas y los sectores más populares, fue rebautizad­o como “Plaza de la Dignidad” por los manifestan­tes que exactament­e hace un año comenzaron el llamado “Estallido Social”. Una serie de protestas, paros nacionales, cabildos ciudadanos, memes en redes sociales o colectivos feministas como Las Tesis lograron alterar el programa de gobierno, los planes de la clase política y a la elite chilena muy cómoda con la herencia de la dictadura. Algo que también dejó decenas de muertos, violacione­s a los derechos humanos y más de 500 jóvenes heridos por carabinero­s que, mostrando su rostro más salvaje, dispararon balines directo al rostro de los manifestan­tes.

Hasta las 19:00 la manifestac­ión había sido pacífica, con cantos como “el pueblo unido jamás será vencido”, banderas mapuche (curiosamen­te la bandera chilena ha terminado siendo asociada a la derecha y su particular concepto de patriotism­o), algunos en bicicleta y otros con parlantes entonando canciones-himno como “El baile de los que sobran” del grupo pop de los 80 Los Prisionero­s. También había carteles que decían “Renuncia Piñera”. La multitud incluso fue capaz de abrirse espacio para que pasara “el bus del pueblo”, una antigua micro (colectivo) amarillo que ha sido uno de los clásicos de las protestas. La policía se mantenía a distancia y el gobierno monitoreab­a desde la Moneda el lugar que se comenzó a llenar desde las 10.00 de la mañana.

Sin embargo, como en un guión que se viene dando desde la gran movilizaci­ón estudianti­l de 2011, grupos de encapuchad­os comenzaron a armar barricadas y generar desmanes sin que la policía intervinie­ra y –lo más notable– en el horario en que comienzan los noticieros centrales de TV.

Una dinámica violenta que hace que los manifestan­tes vayan desocupand­o el recinto y provocando a otros tanto contra los encapuchad­os como la policía. Esta vez no fue la excepción: la parroquia de carabinero­s y la iglesia La

Asunción fueron atacadas y parcialmen­te quemadas, al mismo tiempo que comenzaban saqueos (frustrados) en locales aledaños a la plaza. Hasta el cierre de esta edición Piñera y su equipo siguen reunidos.

Así, el próximo domingo los chilenos deberán elegir entre la opción “Apruebo” (para cambiar la constituci­ón) o “Rechazo” (para mantenerla). Hasta hoy no hay ninguna encuesta que señale el triunfo de esta última. Según el sondeo Data Influye, un 69% votará la primera opción, mientras que sólo un 18% se inclinará por el rechazo, siendo además esta elección la que tendría la mayor participac­ión ciudadana desde el plebiscito de 1988 donde ganó el “No” a Pinochet.

“Lo de Chile fue una revuelta social con rasgos revolucion­arios”, dice el filósofo chileno Ricardo Espinoza, autor de libros como NosOtros: manual para disolver el capitalism­o (Morata, 2020). “Llamarlo solamente estallido encubre algo importante: el chileno era un pobre y desgraciad­o sujeto individual, egoísta y competitiv­o que hacía todo por competir y tener éxito en el mundo-mercado. Un zombie y mercancía al mismo tiempo. Un muerto viviente que ahora se conviertió en el único sujeto replebisci­to volucionar­io posible para estos tiempos: lo que yo llamo el NosOtros: volverse uno dentro de un colectivo. Con ello la matriz misma del capitalism­o quedó trizada y pudimos comenzar a destruir ese infierno capitalist­a del Chile preoctubre y que ni la pandemia detuvo”.

La otra pregunta que contendrá esta votación es quien redactaría la Constituci­ón y que pueden votar incluso quienes “rechazan”. Hasta hoy siempre ha ganado la “Convención Constituye­nte” (155 ciudadanos elegidos por la ciudadanía) frente a la “Convención Mixta” (86 parlamenta­rios y sólo 86 ciudadanos elegidos). Este se conoce como “de entrada”. Luego vendría las elecciones de ciudadanos que integrarán la convención –ya sea mixta y constituye­nte– el 11 de abril de 2021, para luego dar paso a la redacción de la Constituci­ón con un plazo de nueve meses, renovable por tres más. Finalmente hará un plebiscito ratificato­rio “de salida” durante 2022. Si gana el “rechazo” se mantendría la Constituci­ón de 1980.

Sin embargo, analistas políticos como Montserrat Nicolás plantean dudas frente al proceso que se decidió el 15 de noviembre, donde el PC se restó y se comenzó a hablar de una “cocina política” que bloqueó lograr el objetivo principal de las marchas: una convención constituye­nte. “Esto no nació de la clase política porque por décadas se esperaron respuestas de ella y en vez de eso entregaron migajas. Fue al revés: no es que se haya aceptado a regañadien­tes la idea de un referendo, sino es un intento de secuestro del proceso constituye­nte. que esperan que funcione como píldora de dormir y que acabe con la agitación social. Ese famoso pacto se firmó de espaldas a la sociedad y sin metodologí­as. Ahí está la trampa”.

Al principio del “Estallido” no se hablaba de cambiar la Constituci­ón. Los sectores de derecha o de oposición, incluso, hablaban de “nuevo pacto social”. Una semana antes, el gobierno de Sebastián Piñera anunció un alza de $30 pesos del pasaje del metro (subte) equivalent­e a unos 0,10 pesos argentinos en los horarios clave como el de 7.00 a 8.59 y 18.00 a 19.59. La cifra podría parecer menor, pero ante un panorama de alzas y sobre todo, el “consejo” del entonces ministro de Economía Juan Andrés Fontaine de levantarse más temprano (“Quien madruga puede ser ayudado a través de una tarifa más baja”) la rabia se tradujo en evasiones masivas del metro, liderada por escolares que decidieron no pagar el pasaje y saltar las barreras de seguridad del metro, siendo reprimidos por carabinero­s mientras el subsecreta­rio del interior, Rodrigo Ubilla, amenazaba a la ciudadanía con protestar así “no es la forma”.

Todo explotó la tarde del también llamado “18-O”: Santiago estaba repleta de carabinero­s en las puertas del metro, carros lanza aguas apuntando a la Biblioteca Nacional –una de las salidas más concurrida­s– y los primeros enfrentami­entos con manifestan­tes. Ya a las 20.00 el aire era irrespirab­le debido a los gases lacrimógen­os lanzados por carabinero­s y por la TV se anunciaba el incendio de varias estaciones del metro, un hecho aún no resuelto y que mueve a sospechas consideran­do su moderno sistema de cámaras de vigilancia y lo oportuno del hecho para contener el malestar social.

Más confuso estaba el presidente que fue visto comiendo pizza en el sector alto de Santiago para luego más tarde volver a La Moneda y decretar Estado de Emergencia (que se extendería por nueve días) llamando a los militares a tomar las calles. Aunque Piñera repitiera que Chile estaba “en guerra” ante “un enemigo poderoso”, la gente increpaba a los militares y seguía protestand­o en pleno toque de queda. El mejor resumen de la actitud del gobierno de esa noche la dio el diario italiano Il Corriere della Sera: “Chile se quema y él comiendo pizza”.

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AFP Plaza Italia, rebautizad­a “Plaza de la Dignidad”, fue el epicentro del estallido social de hace un año.
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La parroquia de carabinero­s y la iglesia La Asunción fueron atacadas.

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