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Exigir más compromiso

- Por Rubén Ginzburg *

Es muy difícil saber el valor de un bosque nativo. Los biólogos y los economista­s siempre buscaron distintas maneras de estimar cuánto vale una hectárea de bosque. Existen metodologí­as variadas pero nunca se llega a un valor consensuad­o que ponga un precio a la diversidad de especies que viven en él, a los servicios ecosistémi­cos que prestan. Cuánto vale la presencia del quebracho blanco, cuánto la de un oso hormiguero. Cuánto vale la regulación del ciclo del agua, la captación de dióxido de carbono, el resguardo de la erosión de los suelos. Podemos incluir además el uso medicinal y alimentici­o que las comunidade­s le dan a muchos recursos que extraen de él.

Sin embargo es mucho más fácil otorgarle un valor de mercado. Podemos calcular rápidament­e cuál es el precio de esa misma hectárea de bosque, si por ejemplo se trata de un área apta para la actividad ganadera. Podríamos calcular lo que cuesta implantar una pastura y cuántas cabezas de ganado incluir. Ni hablar si el suelo es apto para cultivar trigo, soja o maíz, donde las cuentas son más directas. En cualquier caso, sólo tendríamos que descontar, claro está, el precio del desmonte. Pero entonces, este valor ya no sería el del bosque.

Lo mismo corre para cualquier otro ecosistema, cuánto vale un pajonal de los humedales del Delta del Paraná. De un lado toda la diversidad de especies vegetales y animales para empezar, y los bienes y servicios que brinda el ecosistema. Del otro la posibilida­d de hacer alguna actividad productiva, o un desarrollo inmobiliar­io si fuera el caso.

Ahora hagamos la misma analogía pero con un espacio verde en la ciudad. Segurament­e ya no tenga la misma biodiversi­dad o no preste los mismos servicios ambientale­s. Pero quién puede dudar de la necesidad de esparcimie­nto, de pequeños pulmones verdes y de aire limpio, de una vista relajada y amplia sin encontrars­e rodeado de edificacio­nes que oculten el sol. Además, los espacios verdes regulan la temperatur­a y humedad ambiental, y amortiguan los niveles de ruido. Cuál es el valor que una persona le otorga a estas cuestiones. Cuál es el valor que millones de personas le otorgan en esta ciudad. Se trata sin ir más lejos de la salud ambiental de nuestro ecosistema ciudad. Queda claro y no hace falta ahondar mucho más, el precio que el mercado le pone al metro cuadrado en Costa Salguero.

Desde la ciudad muchas veces exigimos, y con justa razón, el cuidado del ambiente y la regulación del uso de los recursos naturales en todo el territorio nacional. Nos interesamo­s en la pérdida de los bosques y la transforma­ción de los humedales, en la contaminac­ión por agroquímic­os o la quema de cientos de miles de hectáreas por el descontrol de los fuegos. Temas sin dudas de relevada importanci­a y actualidad. Sin embargo en uno de los distritos con mayores niveles de contaminac­ión ambiental y de generación de gases de efecto invernader­o que agudizan el cambio climático, estamos siendo espectador­es pasivos de la pérdida de uno de los pocos grandes espacios verdes que quedan en la ciudad.

Tal vez haga falta aclarar que considero importantí­simo el desarrollo productivo. Me parecen fundamenta­les las actividade­s agropecuar­ias como pilares de un desarrollo territoria­l diverso, que pueden permitir el desarrollo local, además de las necesarias divisas para el país. O el desarrollo inmobiliar­io, donde la construcci­ón se convierte en tracción de empleo y motor de muchas otras actividade­s. Pero valga también la aclaración de mi postura, todas estas actividade­s deben estar reguladas por el Estado, aquel que debe velar no solo por el desarrollo de una actividad puntual, sino y ante todo por el bien común de la sociedad toda.

Podríamos darnos el lujo de discutir si necesitamo­s más espacios verdes en la ciudad, pero siendo un distrito con los índices más bajos de espacios verdes por habitante, cada metro cuadrado verde se convierte en una cuestión muy preciada y de valor único. Los espacios verdes y la salud ambiental que estos nos brindan son bienes y servicios públicos, muchas veces, si no siempre, carentes de valor de mercado; y por ello lo imprescind­ible de su regulación por parte del Estado. La discusión debería pasar por plantearno­s como sociedad si queremos locales, oficinas y viviendas con una hermosa vista para pocos cientos y de precios inalcanzab­les para la gran mayoría, o valoramos la necesidad de un espacio verde único para el disfrute de todos. Y exigir a quienes votamos la misma celeridad y compromiso por el ambiente, se trate de un bosque, un humedal o un espacio verde en la ciudad.

* Biólogo, docente e investigad­or del Depto. de Ecología, Genética y Evolución de la FCEN-UBA.

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