Con la necesidad de reinventarse todo el tiempo
Quienes encabezan diversos grupos analizan la problemática del sector y dan cuenta del modo en que intentan readaptar su trabajo.
El teatro espera. La actividad es de las más golpeadas por la pandemia, y la adaptación a los nuevos protocolos para volver a los escenarios no es posible para todos. En esa situación, que viven la mayoría de los teatreros, se encuentran precisamente los grupos de teatro inclusivo en los que actúan personas con y sin discapacidad.
El movimiento fue iniciado por Ana María Giunta, quien fundó a mediados de los noventa el espacio cultural Todos en Yunta desde donde buscó tender puentes entre el arte y la diversidad. Allí se formó el actor, docente y director Esteban Parola, quien trabajaba como payaso callejero cuando se acercó a la institución y conoció a la actriz con la que luego trabajó durante 14 años. “Ella me abrió las puertas al mundo del arte como herramienta de inclusión”, sostiene quien hoy dirige el espacio que funciona como escuela de teatro inclusivo, junto con Gimena Racconto Giunta, hija de la artista.
“El espacio de formación de actores en la diversidad es interesante. Hay que empezar a hablar de accesibilidad cultural no solamente desde lo edilicio, para que las minorías que tengan ganas de formarse como artistas encuentren un lugar”, cuenta Parola sobre el trabajo que también realiza al frente del Grupo Esperanza, elenco teatral que ensaya y actúa en Campana, formado hace casi 20 años, y al que conoció gracias a Ana María.
El espíritu de Todos en Yunta se replicó en otros lugares, y en 2008 surgió Las Ilusiones, compañía integrada por 500 artistas y que trabaja en distintas sedes del país, en Capital Federal, Provincia de Buenos Aires, Salta y Entre Ríos. Creado bajo el madrinazgo de la actriz Alicia Zanca, el espacio, ya consolidado, recibe a artistas con y sin discapacidad para formarlos en teatro, comedia musical, canto, danza y danza teatro. “Yo hacía teatro y trabajaba con Alicia. Con ella compartí mi deseo de darles clases de teatro a chicos con síndrome de Down, y ella me apoyó y abrí ese espacio dentro de su escuela”, cuenta sobre los orígenes de la compañía Juan Ignacio Acosta, su Director General, quien combinó sus estudios de actuación y dirección con la interpretación de lengua de señas y terapia ocupacional.
Con la misma vocación de militancia del arte como derecho nació años más tarde, en 2014, la Compañía Teatral Oveja Negra, que reside en Villa Madero, La Matanza. “Las luchas de las personas con discapacidad son muy silenciadas. Hoy hay otra visibilidad, pero estamos en una transición, porque hay mucho discurso políticamente correcto y por eso pareciera que los discapacitados siempre están incluidos, pero no es así”, advierte Gisela Amarillo, directora del elenco.
“Hemos transcurrido este tiempo de manera bastante positiva, pero el gran problema que sigue estando es que muchos artistas, sobre todo con discapacidad intelectual, no tienen los apoyos necesarios para desenvolverse de una manera autónoma dentro de una dinámica de clase virtual. Y eso ocurre por falta de acceso a la tecnología, pero también porque en algunos casos la discapacidad que tienen requiere de una relación presencial que hoy no es posible”, señala Acosta, quien asegura que son 150 artistas quienes no pueden acceder a las clases que ofrecen por Zoom desde abril.
Algo similar ocurre con el Grupo Esperanza que hoy sólo mantiene un contacto humano, pero no artístico. “Antes de la pandemia ensayábamos todos los miércoles, pero ahora eso está parado y no podemos dar clases virtuales ya que muchos integrantes no tienen acceso a la tecnología por cuestiones económicas”, comenta Parola, que sí continúa su docencia con Todos en Yunta a través de talleres semanales por Zoom. “Es otra la realidad social de este grupo. Por eso hacemos encuentros de dos horas donde hacemos expresión corporal, improvisaciones y trabajamos personajes. Todos son actores y actrices con mucha trayectoria, e incluso hay artistas que se incluyeron este año y que todavía no conocemos personalmente”.
Para Oveja Negra, el 2020 iba a ser un gran año. A punto de comenzar la segunda temporada de su obra Dejame tu CV que te llamamos, pieza que iba a ser premiada por la Legislatura Porteña, el grupo también se preparaba para participar con una muestra fotográfica en un festival de Sevilla. “Fue un aprendizaje esta nueva forma de encontrarnos porque no sabíamos cómo continuar el teatro a través de la web”, afirma Amarillo. “Tenemos que reinventarnos todo el tiempo, y con muchas frustraciones, porque la pandemia y el aislamiento recrudecen la realidad que viven las personas con discapacidad”.
Todas las semanas, “las ovejas” se encuentran virtualmente para seguir alimentado la chispa teatral, también a través de Zoom. “Trabajamos a partir de consignas con videos, fotografías y audios, pero con limitaciones, porque muchos no cuentan con tecnología ya que viven con padres mayores que no saben cómo acceder, y por otro lado también pasa que se saturan y se ponen de mal humor porque la conexión les genera ansiedad”.
Mucho se ha hablado de las
“Hay mucho discurso políticamente correcto y pareciera que los discapacitados siempre están incluidos, pero no es así.” Amarillo
consecuencias físicas y psicológicas del encierro en todas las personas. Y esas reacciones, en algunos casos, se agravan cuando existe una discapacidad. “Quienes tenemos herramientas, nos reacomodamos, pero quienes tienen una discapacidad dejan de tener estos espacios de pertenencia y de encuentro como es el teatro. En muchos casos son población de alto riesgo, y muy pocos tienen una contención atrás. Entonces aparecen las depresiones y retrocesos a nivel cognitivo y emocional”, apunta el director de Todos en Yunta.
“El teatro inclusivo es un lugar ganado para las personas con discapacidad, porque ahí expresan su creatividad, se encuentran con otros y pueden hablar de las cosas que les suceden, y así se refuerza su autoestima. Pero eso hoy está vedado, entonces se pierde lo más importante que es mirarse, entenderse y abrazarse, algo que se siente más en una instancia teatral, donde todo depende de ese encuentro entre los cuerpos”, agrega la directora de Oveja Negra.
Por su lado, el director de Las Ilusiones amplía: “Como no hay vínculo social, se han potenciado las estereotipias, que son los movimientos involuntarios que en general se presentan en las personas con autismo. Las personas están todo el tiempo dentro de sus casas y no tienen una actividad física que las motive. Además, están restringidas las terapias presenciales, y toda la parte de estimulación, y la tecnología colabora en el aumento de esos movimientos porque como el contacto es virtual no hay otro cuerpo que pueda contener ese movimiento. Por otro lado, cuando la discapacidad es bastante leve, también aparecen la angustia y el fastidio. Y algunos manifiestan que no tienen más ganas de conectarse al Zoom”.
Pensar al otro desde sus posibilidades creativas, por fuera de esas patologías, es uno de los máximos objetivos del teatro inclusivo. “En definitiva lo que hacemos es teatro”, afirma Amarillo, que aspira a que en algún momento la inclusión esté tan naturalizada que ya no sea necesario nombrarla.
En este punto, Parola es contundente. “Hay que dejar de ver al otro como Down o esquizofrénico, y empezar a verlo como actor. Yo no trabajo con discapacitados que hacen teatro sino que formo actores que circunstancialmente tienen una discapacidad. Y no hago esto porque soy bueno sino porque soy artista y formo actores. Lo otro es demagógico, y para mí la verdadera inclusión tiene que ver con la igualdad de oportunidades. Todavía sigue siendo muy difícil la conformación de elencos mixtos, porque desde los actores sin discapacidad se ve el trabajo en elencos inclusivos como si le estuvieran haciendo un favor al otro”.
La romantización e infantilización de las personas con discapacidad deriva, muchas veces, en una discriminación positiva disfrazada de inclusión. “Muchas veces se piensan nuestras obras como encuentros humanísticos o solidarios. Hay como una mirada romántica hacia el discapacitado, y eso no lo empodera sino que lo pone en un lugar social asimétrico, y eso ocurre en todos los ámbitos, incluido el teatro. Entiendo que eso tiene que ver con una desinformación. Es más tranquilizador pensarlos así, como seres de luz, y no como sujetos deseantes que quieren cosas, que tienen sexualidad, que quieren enamorarse, que se enojan y putean”, aporta Amarillo.
Prácticamente ausente en los escenarios de los distintos circuitos teatrales, la discapacidad busca ganar terreno y hacerse visible. “Si un director tiene un personaje que anda en silla de ruedas, sería interesante que busque un actor que ande en silla de ruedas. Todos y todas vamos a ganar con una sociedad más inclusiva”, reflexiona Acosta que menciona que sus obras teatrales no sólo están realizadas por artistas diversos, sino que también están adaptadas con un lenguaje sencillo e incluyen subtítulos, para llegar a todos los públicos.
En esa búsqueda de empoderamiento andan los grupos inclusivos,
“Hay que dejar de ver al otro como Down o esquizofrénico, y hay que empezar a verlo como actor.”
y parte fundamental de ese trabajo es la profesionalización de la tarea artística. Por ese motivo, en cada caso se trabaja de manera cooperativa, con el objetivo de que cada artista obtenga ingresos por su trabajo.
“Muchos artistas todavía ven al arte inclusivo como un acto de caridad o como algo terapéutico, y existe el prejuicio de que las personas con discapacidad no pueden desarrollar un arte significativo, y por eso lo reducen a una experiencia amateur o infantil. Por eso, nos ha pasado que desde el mismo Estado, y con distintos gobiernos, nos preguntaran si actuábamos gratis. Y por eso dejamos de ir a un montón de lados, y decidimos que toda la actividad que hace Las Ilusiones no se hace ad honorem, a menos que vayamos a algún lugar que tenga alguna misión social”, comenta el director.
En la misma línea, Parola sostiene: “Nuestro objetivo es generar espacios de contención y formación con salida laboral. Luchamos por la inclusión del actor con discapacidad dentro del circuito laboral y comercial, y por eso queremos profesionalizar su labor. No hay una fórmula de cómo trabajar con el otro, tenga o no tenga discapacidad. Eso es lo que no se entiende. Trabajar con actores diversos implica que los tiempos son otros, porque quizá para que un actor esté arriba del escenario necesitás tres asistentes atrás que lo guíen, y eso todavía se sigue viendo con prejuicio desde el campo profesional”.
La reivindicación de la diversidad como una forma de vida es lo que une a quienes encabezan los elencos inclusivos. Y el teatro parece ser una inmejorable plataforma para poner a prueba esa elección. Así lo describe Amarillo. “En el caso de las personas con discapacidad, el teatro las conecta con sus capacidades, con su autoestima y con un lugar de pertenencia y visibilización. Y para los artistas que no tienen una discapacidad también es un aprendizaje en todos los sentidos, porque los coloca en otro lugar. En todos los casos, el teatro los hace libres”.
“Haber entrado en este mundo, me generó una batería de herramientas que hacen que no le tenga miedo a nada arriba del escenario. Porque en ese lugar hemos resuelto de todo, desde brotes psicóticos, hasta ataques de pánico o de epilepsia. Y puede sonar omnipotente, pero sentís esa sensación de: ‘No nos para nada’”, concluye Parola.
“Yo me volví un mejor actor después de mis años de experiencia en el trabajo del arte inclusivo –añade Acosta–, porque aprendí a olvidarme de la vergüenza, a no tener miedo al ridículo y a entregar el cuerpo a recibir mucho amor. Creo que si aceptamos la diversidad del otro, podemos aceptar nuestra propia diversidad.”