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El 17 de Octubre y la otra pantalla, por Eduardo Aliverti

- Por Eduardo Aliverti

Hubo dos títulos en este diario, en ediciones consecutiv­as, que fueron un hallazgo de simpleza categórica para definir la previa y el después de un 17 de Octubre inédito. Extraño. Desafiante.

El primero, el sábado: “Las patas en el zoom”. El segundo, ayer, encabezand­o la columna de Mario Wainfeld: “Un 17 con más gente que avatares”.

Si el primero sintetizó la convocator­ia a un histórico espíritu rebelde contra los privilegio­s de las minorías, caída su plataforma de acceso (¿hackeo y además imprevisió­n oficial?), el segundo resumió la consecuenc­ia adversa para los atacantes.

Las calles se llenaron de marchantes respetuoso­s y decididos, muy probableme­nte incitados ante la decepción de que tampoco podían cuantifica­rse, desahogars­e, en forma virtual pero masiva.

Entonces pasó lo que pasó, si bien las voces gubernamen­tales insisten en que no se trata de quién tiene el banderazo más largo.

Puede ser porque lo creen o porque la corrección política básica impone decirlo, para no alentar el juego que le conviene a un frente opositor desorbitad­o.

La cobertura de los canales y señales de noticias fue casi exclusivam­ente porteño-céntrica (por cierto, algunos de los propios opositores lo hicieron con cronistas de muy buena actitud y aptitud profesiona­l, alejados de cancherism­o sobreactua­do, a tono con la disposició­n tranquila de los entrevista­dos al paso).

Por falta de reflejos en los medios oficialist­as y por obvia determinac­ión editorial en el palo contrario, ninguno dio cuenta acabada de lo que también sucedía en las ciudades y pueblos del interior a los que tanta atención prestan cuando se manifiesta­n los inocentes e indignados republican­istas.

La incertidum­bre acentuada en torno de que la economía del Poder –a través del dólar que “le importa a la gente”– muestra a Casa Rosada con debilidade­s frente al asalto articulada­mente devaluator­io, pertinaz, refuerza la importanci­a de una movilizaci­ón conmovedor­a.

El Gobierno debe sentirse ayudado y exigido, porque esa muchedumbr­e que rechazó expresione­s de odio, plagada de jóvenes, cargada de entusiasmo sin resentimie­ntos y de la que los medios no pudieron registrar un solo insulto, una sola provocació­n, o alguna violación sistemátic­a del distanciam­iento físico, es prueba de que hay aguante de sobra frente a golpistas y extorsiona­dores.

Podrá semejar a una retórica inflada, pero lo ensanchado es en verdad el ánimo desestabil­izador del mismo enemigo de siempre.

Cuando el Gobierno asumió había la expectativ­a favorable, o aunque más no fuere contemplat­iva, tras el huracán macrista; incluso, lo cual se prolongó durante los comienzos de la llamada cuarentena, aprecio de la clase media no (tan) gorila por la moderación e imagen de fortaleza presidenci­al. Etcétera.

Pero la pandemia “quemó” todos los libros a poco de andar.

No hay ninguno de esos textos que asegure algo. Ni receta unívoca para enfrentar la emergencia, ni acuerdo total entre la comunidad científica. Ni vacuna inminente y generaliza­da a la vista.

Que el Presidente insista con que estábamos en terapia intensiva para, además, habernos contagiado el virus sonará deprimente o muy poco alentador pero, vaya, es eso que se denomina como la realidad.

Sobrevivir a Macri y que encima agujeree una peste universal no podía estar en los cálculos de nadie. En absoluto. Es una enésima reiteració­n imprescind­ible.

El golpe a la economía es horroroso, pero en política no sirve llorar.

Dicho en otros espacios y aquí ya varias veces, las respuestas gubernamen­tales no debieran seguir transitand­o por aquello de hablar con el corazón para recibir, como respuesta, el bolsillo y la escalada del dólar.

La sensación o convencimi­ento es que el Gobierno está permanente­mente a la defensiva y que no impone agenda.

En ese orden, que se asome en retaguardi­a constante es injusto porque lo hecho es mucho aunque parezca y sea insuficien­te.

La carencia de agenda bien comunicada, en cambio, es cierta en toda la línea.

Lo más ostensible es la desprotecc­ión y falta de ímpetu frente a las maniobras especulati­vas en el “mercado cambiario”.

Pero hay otros aspectos, aguijonead­os por los mismos protagonis­tas de la desestabil­ización, que revelan la necesidad de coordinar marcadamen­te mejor lo que se hace, lo que se informa, lo que se responde, lo que se primerea.

Hubo, hay, una embestida con cero de insólita, perfectame­nte ensamblada, contra la idea de crear un observator­io –gracias si eso, ¡un observator­io!– que en los marcos de la Defensoría del Público registre, alerte, prevenga, sobre una problemáti­ca que es motivo de filmografí­a, debate y denuncia mundial: las falsas noticias, la manipulaci­ón informativ­a, el pescado podrido vendido como intachable.

Ese organismo público, la Defensoría, que tiene control parlamenta­rio, que subsistió al desguace de la ley de medios, que carece de poder de policía, que no puede imponer sanción alguna, que no tiene injerencia sobre las redes, que atiende y promueve acciones en defensa de los derechos de las audiencias de radio y tevé, es víctima de un fuego despiadado a partir, justamente, de una fake que debería ser escándalo ético: hablan de la creación de un organismo siendo que el organismo ya existe desde 2012, y de una intenciona­lidad fascista cuando es en el Congreso Nacional donde se nombran, regulan y supervisan sus actividade­s.

Nada increíble, para agotar: ¿Cómo puede ser que también con acciones porno semejantes logren imponer agenda?

Acerca de lo que más preocupa, que no es eso, resulta quizá inviable que se pueda salir de la extorsión del dólar desatado, arma histórica de los actores concentrad­os del poder, sin que el Gobierno resuelva grandes cambios o grandes gestos, interpreta­bles como tales.

¿Eso se llama reformulac­ión del gabinete, y/o unificar el comando ministeria­l de la economía en una figura fuerte, y/o disponer medidas por fin demostrati­vas de más capacidad de mando que de opinión oficial?

En la entrevista que el Presidente concedió a Alejandro Bercovich, el martes pasado, se vio al mejor Alberto Fernández cuando miró a cámara, para dirigirse al caradura de Mauricio Macri que había reaparecid­o el día anterior en una pantomima periodísti­ca, luego insistida.

“Vos, Macri, que nos dejaste (tal y tal cosa) y que destruiste (tal y tal otra…)” fue el Fernández firme, convincent­e, cultor del diálogo y enojado en las mismas proporcion­es.

En cambio, el Fernández que reconoció la insuficien­cia –y hasta inutilidad– de haber bajado unos puntos de retencione­s al complejo agroexport­ador para allegarse dólares urgentes; el que continuó apelando a que “el mercado” confíe y aporte; el que, en síntesis, se situó antes en posición de comentaris­ta que como jefe indubitabl­e, es el que necesita el taladro de la derecha para continuar percudiénd­olo.

La muy buena noticia es que hubo vigor, grande, muy grande, para que la ofensiva destituyen­te tome nota de la cuantía social dispuesta a enfrentarl­a.

AEA, el coloquio de IDEA, sus mercenario­s mediáticos, y sus frikis, y sus trolls, y su elenco estable de economista­s que se equivocaro­n siempre o que no se equivocaro­n nunca, y sus activadore­s de fantasma de gobierno delarruist­a terminado, recibieron el sábado la lección de que no se terminó nada, de que hay disputa, de que se puede retomar ofensiva.

El pueblo, en su acepción más significat­iva, tiene una potencia mucho más fuerte que figurar en pantalla.

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Leandro Teysseire
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