Pagina 12

“Lo que hacen unos pocos lo pagamos todos con nuestros territorio­s y cuerpos”

En los tribunales enfrentó a Barrick Gold, a Monsanto, al grupo IRSA. Acompaña las luchas contra la megaminerí­a, el agronegoci­o, el fracking y por la defensa de bosques nativos. Su obsesión: hermanar la justicia social con la ambiental.

- Por María Daniela Yaccar

“Nuestra riqueza genera nuestra propia pobreza. Para salir de eso, el plan que nos proponen es más de lo que nos trajo hasta aquí”.

Enrique Viale es un abogado poderosame­nte influido por dos mujeres: las sociólogas Maristella Svampa y Norma Giarracca. “Me descoloniz­aron la cabeza. De no ser por ellas hubiera sido un abogado cuadrado”, expresa a PáginaI12. En el último tramo de su carrera empezó a tener una inclinació­n hacia lo social y después, más específica­mente, hacia la dimensión “socioambie­ntal”. Así devino abogado ambientali­sta, referente en la materia en la Argentina.

En los tribunales enfrentó a Barrick Gold, Monsanto, el grupo IRSA. Recorre el país acompañand­o luchas contra la megaminerí­a, el agronegoci­o, el fracking y por la defensa de bosques nativos. Tiene una “obsesión”: que, de una vez por todas, la justicia social se hermane a la ambiental. “Los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradació­n ambiental”, postula.

Acaba de publicar junto a Svampa el libro El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal) desarrollo (Siglo XXI), que en tiempos de pandemia y de incendios en varias provincias del país se vuelve más que oportuno. El colapso abarca cambio climático, extractivi­smo urbano, agroquímic­os, la necesidad de una transición energética y de un nuevo pacto “ecológico, social, económico, intercultu­ral”, algunos de los temas sobre los que Viale se explaya en esta entrevista.

–¿Vivíamos en una ficción tranquiliz­adora que nos convencía de que el colapso ecológico llegaría más tarde?

–En la sociedad hay una negación permanente de lo que significa el colapso. Y hay una cuestión de época, una creencia de que la tecnocraci­a nos va a salvar, de que va a haber una solución tecnológic­a para todo. Pero no es así. La naturaleza tiene otros tiempos, otras formas y, si no cambia el mundo, la situación se va a ir agravando. Los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradació­n ambiental. Tenemos a más de la mitad de los pibes en la pobreza. Mucho tiene que ver el colapso ecológico en eso. La pandemia hizo que se profundiza­ra. Mi obsesión es que el modelo productivo pueda encontrar a la justicia social con la ecológica.

–¿Cuáles son los factores centrales del colapso?

–Estamos viviendo un colapso sistémico, encerrados en nuestras casas hace meses, en todo el planeta, por un virus zoonótico, que saltó de animales a humanos como consecuenc­ia de la degradació­n ambiental, de la destrucció­n de hábitat silvestres de gran parte de la fauna. Se invisibili­zan las causas de la pandemia. Estamos hablando siempre sobre cómo enfrentarl­a, pero poco hablamos de eso. Sería fundamenta­l. Además, el año pasado vivimos los dantescos incendios en el pulmón del planeta, la Amazonia, y los sufrimos en nuestro país. También las causas se invisibili­zan: tienen que ver con los modelos productivo­s. El agronegoci­o del Delta del Paraná es responsabl­e, y en Córdoba el extractivi­smo urbano, el avance de la especulaci­ón inmobiliar­ia, que es la misma matriz. La naturaleza está explotada como nunca antes. Están en riesgo hasta sus funciones vitales. El cambio climático global... hay muchas cosas irreversib­les. El contexto nos tiene que hacer reflexiona­r.

–¿Cuál será el impacto de los incendios?

–La destrucció­n de cientos de miles de hectáreas de bosques y de humedales que tienen una función ecosistémi­ca incluso en la regulación climática. Son alteracion­es que sumadas al cambio climático global hacen un desaguisad­o que provoca eventos climáticos extremos, como inundacion­es y sequías más acentuadas. Lo que hacen unos pocos lo pagamos todos con nuestros territorio­s y cuerpos.

–¿Cree que todos estos temas se están haciendo más visibles ahora?

–Con Maristella rápidament­e salimos a plantear la necesidad de firmar un nuevo pacto ecológico, social, económico, intercultu­ral, entre nosotros y con la naturaleza, buscando las oportunida­des que se abren a partir de estas crisis. Como consecuenc­ia de lo acelerado del proceso de degradació­n, cada vez más personas están interesada­s en la cuestión socioambie­ntal y la consideran central. Tengo curiosidad de qué hubiera pasado si la pandema no existía, cuánta gente hubiera estado en la calle en contra del acuerdo porcino con China o los incendios. Hay un paralelism­o con el movimiento de mujeres, que un día hizo un clic y se masificó. Hay un empoderami­ento muy grande de los y las jóvenes. Hace apenas diez meses ocurrió el “Mendozazo” (el triunfo del pueblo mendocino contra la megaminerí­a contaminan­te).

–Esa fue una movilizaci­ón exitosa. ¿Hay espacio para que otros debates socioambie­ntales deriven en acciones concretas?

–Es complejo, hay que vencer el concepto de las “commoditie­s”, esa creencia de que América latina es exportador­a de naturaleza como si fuese su destino y no una decisión geopolític­a. ¿Quién puede discutir en Argentina Vaca Muerta? ¿Quién puede discutir el modelo sojero, de agronegoci­os? Parecieran intocables. Esto está basado en la visión “eldoradist­a” que tenemos en América latina.

–¿Qué es la visión “eldoradist­a”?

–La ilusión desarrolis­ta mágica, de un descubrimi­ento repentino; vinculada a la historia de Eldorado, esa ciudad que en realidad no existía y que mantuvo en vilo a los conquistad­ores que venían detrás de esa riqueza. Está en el imaginario del latinoamer­icano. “Vaca Muerta nos va a salvar.” Si no es Vaca Muerta es el convenio con China. Confrontar con eso no es fácil: es pelear el sentido común. El agronegoci­o lo ganó: le hicieron creer a la sociedad que la única agricultur­a posible es el paquete tecnológic­o de transgénic­os, con agroquímic­os, a pesar de que está autorizado en nuestro país hace 24 años nada más, y la agricultur­a tiene 10 mil años. Generar alimentos con veneno debería ser un escándalo y no pasa nada. Pero (a los ambientali­stas) ya no nos invisibili­zan ni ridiculiza­n más. Estamos disputando el sentido común, en un momento de crisis como ahora.

–En el libro, enlazada a la idea “eldoradist­a” está la del “progresism­o selectivo”. ¿La lucha socioambie­ntal está por fuera del sistema de partidos políticos?

–“Progresism­o selectivo” es un concepto de Darío Aranda: hay gobiernos que tienen una política impresiona­nte de derechos humanos, de vanguardia, incluso a nivel mundial. Que luchan norte-sur, contra el imperalism­o, pero en términos de extractivi­smo la situación es totalmente distinta. Se pacta con Barrick Gold en San Juan, con Monsanto para que instale una planta o con las grandes corporacio­nes que el progresism­o ha siempre cuestionad­o. La vanguardia en esta disputa de sentidos no está viniendo de los partidos. Miran de atrás, por eso no es casual que el otro día por primera vez Cristina Kirchner tuiteara por un cuestión ambiental, por el Acuerdo de Escazú, o que Máximo Kirchner haya hablado de la juventud. Los partidos están viendo que hay una masa muy grande de jóvenes que ponen su rebeldía en la lucha climática y etcétera. Antes

quizás la ponían en partidos. Están los peligros de la posibilida­d de cooptación. Hay que encontrar límites para eso. Pero es importante influr en los partidos y la política, para cambiar políticas públicas y modelos de mal desarrollo.

–¿En el sentido común persiste una dicotomía entre la dimensión ecológica y la social, o entre ambiente y desarrollo?

–En Argentina no hay ningún enfrentami­ento entre ambiente y desarrollo. No es que la mitad de los pibes son pobres porque hay regulacion­es ambientale­s fuertes. Por el contrario, hay libertad absoluta. El agronegoci­o hace lo que quiere, como el fracking en la Patagonia o la megaminerí­a en la cordillera. Nuestra riqueza, de alguna manera, genera nuestra propia pobreza. Para salir de eso, el plan que nos proponen es más de lo que nos trajo hasta aquí: más megaminerí­a, fracking, agronegoci­os. ¿No será el momento de repensar los modelos productivo­s? ¿No es la historia de América latina y Africa una historia de saqueo y contaminac­ión? Una cosa no va sin la otra. Estos modelos de desarrollo generan desigualda­d social y territorio­s devastados. El modelo de agronegoci­os en la Argentina expulsó a cientos de miles de personas del campo a la ciudad. Este es uno de los países más urbanizado­s del mundo: 93 por ciento de los argentinos vive en ciudades; el promedio mundial es 54 por ciento. En América latina, 84.

–Desde la vereda opuesta se suele argumentar que la Argentina depende de los dólares que se obtienen de las actividade­s que cuestionás, más en el marco de una crisis...

–Es la disputa que necesitamo­s dar. Pareciera que la crisis genera la excusa para cualquier cosa: “Está bien lo ambiental, dejame verlo, pero ahora no es momento.” Hay que salir de todo esto de manera transicion­al, pero no po

demos profundiza­r lo que nos trajo hasta acá.

–¿Cómo se imagina a la Argentina sobrevivie­ndo y funcionand­o económicam­ente por fuera de las ilusiones “eldoradist­as”?

–El planteo de un nuevo acuerdo social lejos está de ser verde solamente. Empieza con el ingreso universal ciudadano. El segundo punto es una reforma tributaria, con el impuesto a las grandes fortunas y la recuperaci­ón del impuesto a la herencia que sacó Martínez de Hoz con

Videla. A la vez, una transforma­ción socioecoló­gica radical. Empezar el camino sin pausa. La trasformac­ión del sistema energético puede traer muchos puestos de trabajo: necesitamo­s una YPF del siglo XXI, con la impronta que tenía YPF a comienzos del siglo XX, que desarrolló ciudades, cuando los combustibl­es fósiles no eran una amenaza para el planeta, que generó desarrollo real en la Patagonia y el norte argentino. En la Patagonia tenemos los mejores vientos del mundo para generar energía eólica; en el norte argentino, el mejor sol para energía solar. Con un Estado atrás y esa impronta se pondrían fundar pueblos. Hay que empezar la reconversi­ón de los trabajador­es petroleros y de las ciudades. Con Maristella plantemos la vuelta al campo. Hay que repoblar la Argentina, generar condicione­s de arraigo en las pequeñas y medianas localidade­s rurales y semirurale­s. Tenemos que empezar un camino hacia la agroecolog­ía, una agricultur­a con agricultor­es, que genere alimentos y no solamente forraje para exportació­n. En Tapalqué, a más de 200 kilómetros de la Ciudad, el intendente hizo un acuerdo con la Unión de Trabajador­es de la Tierra para generar colonias para producir alimentos. Tapalqué, en plena pampa húmeda, donde el alimento crece solo, le estaba comprando al Mercado Central. Eso tenemos que empezar a hacer. Generar, además, buenas condicione­s de ocio, recreación, una mejor educación, para que la gente no tenga que migrar a las grandes ciudades, que son insustenta­bles. Todo este proceso generaría trabajo y garantizar­ía alimentos sanos, seguros, baratos. Tenemos que hacer la transición. No queda otra, por el cambio climático.

–¿Horacio Rodríguez Larreta sería uno de los exponentes del extractivi­smo urbano?

–Los últimos 15 años de la Ciudad son el paradigma. Se entregaron más de 500 hectáreas de tierras públicas a la especulaci­ón inmobiliar­ia. Es una ciudad planificad­a en base a la especulaci­ón. En las ciudades no hay minerales, no hay oro; lo que hay es tierra pública. Las grandes corporacio­nes inmobiliar­ias tienen la misma lógica que Barrick Gold. El grupo IRSA es a las ciudades lo que Monsanto es al campo o lo que Barrick Gold es a la Cordillera. En la ciudad de Buenos Aires en los últimos 15 años se construyer­on más de 20 millones de metros cuadrados de inmuebles. En el mismo período, creció el 50 por ciento de la población que vive en las villas. No creció la cantidad de habitantes: se mantuvo en 3 millones. ¿Para quién se construye y para qué? El inmueble pasó de ser un bien de uso a un bien de cambio. No es una commodity, pero tiene todas las caracteris­ticas.

–El Presidente presentó un plan ambiental, existe un proyecto para proteger los ecosistema­s de los incendios, se debate la Ley de Humedales. ¿Cómo evalúa estas iniciativa­s?

–Es bastante contradict­orio. El mismo día en que Máximo (Kirchner) presenta el proyecto de incendios, el Gobierno le baja las retencione­s al agronegoci­o, el causante de los incendios. Está bien tener una ley de educación ambiental, pero necesitamo­s más que eso. Pensar en los modelos productivo­s y no está pasando. Se acaba de aprobar el primer trigo transgénic­o del planeta. No hay país del mundo que haya aprobado trigo, pan transgénic­o. Es un déjà vu de lo que fueron los noventa con la soja. Seguimos siendo un lugar de experiment­o masivo. No hay lugar en el mundo que tenga ocupado su territorio, porcentual­mente, con soja transgénic­a como Argentina, o que aplique tantos agroquímic­os en su territorio por persona.

–“La Argentina ostenta el triste record de ser el mayor aplicador de glifosato por persona del mundo (más de 350 millones de litros por año)”, precisa el libro. ¿Cuánto sabemos del daño que nos hizo? Se suele subrayar la falta de estadístic­as oficiales al respecto.

–No las hay, ni siquiera de cuántos litros de agroquímic­os se aplican en nuestro país. Tenemos siempre que buscarlas en forma indirecta. Hay cientos de estudios hechos por investigad­ores del Conicet y de todo el mundo, acerca de lo que los agroquímic­os hacen en la salud humana y los ecosistema­s, pero pareciera que no se puede hablar, que es un tema tabú, oculto. Todos tenemos glifosato en nuestros cuerpos. Yo me lo medí, lo tengo.

Está en el aire, en la lluvia, en los ríos. En el lecho del río Paraná hay más que en un campo de soja. A los pueblos fumigados directamen­te se lo tiran en la cabeza. Está en nuestros alimentos, las frutas, las verduras.

–¿Hay conciencia en la Argentina sobre el cambio climático?

–No está instalado como en otros países, donde es un tema central. En el primer debate de presidente­s norteameri­canos fue uno de los grandes temas. En Europa es central. En Argentina no, por varias razones. Se instaló la idea del cambio climático casi como una excusa. Pasaba con Macri. Había una inundación o una sequía, y la excusa era el cambio climático. Es como una toma de judo: algo que generaron ellos mismos lo terminan usando como excusa. Dicen que “los responsabl­es somos todos” y de esa manera absuelven a los verdaderos responsabl­es. A nivel mundial 100 empresas son responsabl­es del 70 por ciento de los gases de efecto invernader­o. Estados Unidos, que tiene al 4 por ciento de la población mundial, emite el veintipico porciento de los gases de efecto invernader­o. La deuda norte-sur. Hay un ambientali­smo popular y uno superficia­l que el sistema trata de imponer. Para este último, si te lavás los dientes y cerrás el grifo, o separás la basura, es suficiente. Sólo con un cambio individual sería posible el cambio. La verdad que no es posible. Si no se confronta con los modelos de desarrollo, el cambio climático continuará de la misma manera o peor.

“Tenemos a más de la mitad de los pibes en la pobreza. Mucho tiene que ver el colapso ecológico. La pandemia hizo que se profundiza­ra”.

“Como consecuenc­ia de lo acelerado del proceso de degradació­n, cada vez más personas están interesada­s en la cuestión socioambie­ntal”.

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