Homo Tom,
UNO Rodríguez jamás le dijo o lo llamó Tom. Pero –aunque nunca lo vio de cerca, aunque siempre lo escuchará tan cercano– desde el principio lo pensó así. Y así lo sigue pensando. Tom como otros dicen/piensan Elvis y nunca Presley. Para Rodríguez, sí, Petty es tan grande como ese Presley al que alguna vez –en Gainesville, Florida, en 1960, en el set de una mala película con el título/mandato de Follow That Dream– vio con ojos de satori un Tom de once años quien, de pronto, supo cuál sería su sueño a seguir. “Elvis se acercó a nosotros radiante como un ángel. Parecía caminar a unos centímetros del suelo y su cabello era de un color entre el negro y el azul. Era como alguien de otro planeta”, evocaría Tom Petty (de aspecto también alien, pero de galaxia diferente: parte cherokee/semínola por lado de abuela, parte mayordomo de The Rocky Horror Picture Show, parte Felipe de Mafalda y parte, uh, Cayetana Alvarez de Toledo). Lo hizo para el experto en songwriters Paul Zollo, quien dedicó todo un indispensable libro a sus conversaciones con este autor de canciones perfectas –figurativamente abstractas y abstractamente figurativas– que funcionan tanto para silbar a solas como para cantar en buena compañía. Canciones con ese punto de relajada tensión en el que lo muy específico y privado comulga con lo universal y sin límites. Canciones que hacen sentir que sienten lo mismo que aquel que las escucha y que es poseído por ellas para así poseerlas. Y de ahí la cantidad de fans de Petty que siempre lo percibieron tan próximo como él a Elvis ese día definitivo. Canciones como las que florecen –recién reeditado y rebosante de extras y demos; el plan original era que fuese doble, por lo que quedó mucho pétalo fuera y por deshojar– en el pastoral pero nervioso Wildflowers...
DOS ...que ahora vuelve –mensaje de ultratumba del ultravital Tom Petty, quien siempre lo consideró su mejor y favorito– rebautizado como Wildflowers & All The Rest. Y, sí, este álbum de 1994 sigue tan fresco y fragante, como recién cortado. Y a Rodríguez le parece tanto mejor que lo del cada vez más estreñido Bruce Springsteen o del cada vez más ido Neil Young. Y –basta con verlo en Runnin’ Down a Dream, documental que le dedicó Peter Bogdanovitch–
Petty era tanto más gracioso/feroz con ese elocuente laconismo de caballero sureño de ceja enarcada y sonrisa torcida. Y más interesante que casi cualquiera. Y muy –palabra que parece haber sido creada para definirlo– cool. Y –detalle atendible y poco frecuente– la calidad de lo suyo se llevaba muy bien con el éxito comercial. Todo lo de quien supo destilar/fusionar sónicamente lo Beatle y lo Neil Young y lo Rolling Stones y lo Hank Williams y lo Byrd y lo Del Shannon y lo Kinks y lo John Prine y lo Credence y lo Bob Dylan y lo Beach Boy y lo Johnny Cash y lo Fleetwood Mac y lo Lou Reed y lo The Band y lo Randy Newman (Petty como equivalente enciclopédico USA polimorfo/perverso del UK David Bowie) pero para llevarlo a su terreno y pettyficarlo, y por ahí andan buenos alumnos suyos como The Wallflowers y The War on Drugs. Pero suyos y nada más que suyos son esos versos inspiradísimos combinando lo mejor del pop-slogan y el koan zen yendo de lo encandilador ingenioso a lo luminoso emocional (y, sí, Rodríguez tiembla como la primera vez cada vez que escucha ese “Ventura Boulevard” subrayado en “Free Fallin’”) . ... ”). Y Petty como uno de los puntales de esa broma muy en serio y mejor súper-grupo de la historia que fue The Traveling Wilburys. Y Petty tenía grandes videos con actores y actrices famosos que parecían estar haciendo cola para poder aparecer en el siguiente (y Rodríguez se acuerda de ese cameo de Petty que es lo mejor de la peor y postapocalíptica The Postman, cuando Kevin Costner lo mira y le dice “Te conozco... Tú fuiste... famoso”. Y Petty –con esa permanente sonrisa de conejil sombrerero loco– responde: “Lo fui una vez... Algo así... Más o menos... Ya no”. Y un día, de golpe y sin aviso –en 2017 y a los 66 años, con la cadera rota y demasiados opioides en la mesita de luz y tantos tracks crepusculares aún por componer– se murió por accidente aquel que fue definido por Bob Dylan como “un personaje heroico, pero a su manera... Un artista fantástico, lleno de luz. Un amigo. Jamás lo olvidaré”.
TRES Rodríguez tampoco. Aunque Petty nunca llegó a tocar en España y así la espera fue la parte más difícil (y, ah, cómo sonaban en vivo y en directo esos “yeah-i-yeah” en “The Waiting”, con la atemporal y más allá de las modas pureza rock de The Heartbreakers, con los colosales Mike Campbell y Benmont Tench, ambos ya en la originaria Mudcrutch a la que Petty regresó/revisitó/refundó cerca del final de su discografía). Para compensarlo, Rodríguez tiene todo lo de Petty. Boxes y greatest hits y lives y dos anthologies póstumas con títulos que le hacen justicia: An American Treasure y The Best of Everything (donde se incluyó ese inédito y emotivo largo adiós que es “For Real”) y lo muestran, además, como patriota musical a menudo enfrentado al desafinado “negocio de la música”. Antologías que lo/le honran pero no le hacen justicia, porque es probable que Petty –ya sea r’n’r despertador o nana para cuna, himno vital o elegía mortal o, especialidad suya, todas esas protagonizadas por chicas– nunca haya firmado una canción mala. Y esto es importante: Tom Petty siempre pensó que “yo soy las canciones” y que, por lo tanto, había una responsabilidad en eso. Y por eso sus discos de canciones/cuentos pueden leerse/escucharse una y otra vez.
CUATRO Y, para Rodríguez, el mejor disco de Tom Petty and The Heartbreakers es Echo. Petty lo grabó en 1999, en el momento más duro de sus adicciones y confesó oírlo poco y nada porque le resultaba demasiado doloroso e incómodo.
Echo –ahí está la altísima “Room at the Top”– cierra en 1999 una suerte de trilogía iniciada con Wildflowers (1994) y Songs and Music from “She’s the One” (1996). ¿Cuál es el tema de este trío producido por Rick Rubin? Un clásico de cantautor: crisis de la mediana edad y fin de largo/complejo matrimonio. Echo es el ponerse de pie (con la ayuda de nuevo amor). She’s the One es la caída. Y Wildflowers –que abre con la canción que le da título y que Petty compuso y grabó al mismo tiempo, como si se la dictasen– es el momento más difícil y tenso: cuando alguien se asoma al abismo y toma carrera para caer esperando sobrevivir y ser libre. Wildflowers (“Nunca estuve tan arriba: el oficio en sincro con la inspiración”, definió Petty) le canta al me-parece-que-hasta-aquí-llegamos-y-allá-vamos-y-a-ver-qué-pasa. Y cierra –desde la más ilusionante de las desilusiones y el más desamparado de los refugios- con esa maravilla que es “Wake Up Time”, donde se oye/aconseja un “Y es hora de despertarse / Hora de abrir los ojos / Y levantarse / Y brillar”.
CINCO Así que el pasado viernes Rodríguez se despertó y abrió los ojos y se levantó y salió a una Barcelona marchita y sin brotes y cerrada en busca de Wildflowers & All The Rest del radiante y angelical Tom.
Y volvió a casa y se puso a oírlo.
Y brillaba.
Y –oyéndolo brillar– Rodríguez brilló.