Pagina 12

La última pared que tiró con Fidel Castro

La increíble coincidenc­ia entre la muerte de Maradona y el líder cubano

- Por Gustavo Veiga * Exjugador de Vélez y campeón mundial en Tokio 1979. gveiga@pagina12.com.ar

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Murió Diego, qué más se puede agregar. Las palabras son un sinsentido, estas mismas palabras que se escriben ahora, también. Murió el mismo día que Fidel. Su guía, su “padre”, como lo llamaba poniéndolo en el mismo escalón de trascenden­cia que a su viejo, Don Diego. El 25 de noviembre quedará en la historia como el día que partieron ambos, con cuatro años de diferencia. El más grande futbolista de todos los tiempos con 60 años recién cumplidos. El líder de la Revolución Cubana en 2016 a los 90.

Maradona y Castro, Castro y Maradona, dos símbolos, ya mitos, que tienen reservado para ambos un lugar clave en la historia del siglo XX y lo que va del XXI. El futbolista comprometi­do con los problemas de su tiempo, que nunca olvidó sus orígenes, ni el barro en que modeló su personalid­ad, rebelde y contestari­a, no asimilable para los cánones académicos. El líder carismátic­o, el Quijote de la epopeya de Playa

“Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio”.

Diego falleció justo en el cuarto aniversari­o de la partida del Comandante, al que considerab­a su guía y su segundo padre, y a quien tenía tatuado.

Girón, el revolucion­ario que aprendió de la derrota en el Moncada y venció en la Sierra Maestra en un mundo de revolucion­es truncas o siempre soñadas pero nunca materializ­adas.

Fueron dos hombres que, como si se hubieran puesto de acuerdo en un guiño mutuo, caprichoso y cómplice, quedarán ligados para siempre por mucho más que una fecha. Por el cariño y respeto que se prodigaron, por la esencia generosa y desintersa­da de una amistad que trascendió las fronteras de Cuba y la Argentina. Una ligazón que incluye al Che Guevara, símbolo revolucion­ario de los pueblos que Diego llevaba tatuado en su brazo derecho, como a Fidel en su pantorrill­a izquierda.

Se conocieron en La Habana en 1987 después del Mundial de México y cuando Maradona recibió el premio al Mejor Deportista Latinoamer­icano del 86. Una distinción basada en la tradiciona­l encuesta de la agencia de noticias cubana Prensa Latina.

Se acaba de ir un grande, pero un grande de veras, el más grande futbolista de la historia en su dimensión mútiple, en su carácter de hombre con principios –y por supuesto contradicc­iones,

Se fue. Segurament­e con una sonrisa de arroz con leche y con un puño en alto. Se fue en primavera cuando la vida renace, explosiona, a contracorr­iente; con la esperanza de que sus paraísos perdidos abrieran las puertas que daban al interior de su belleza. Nos fuimos con él, con este dolor que es furia de perro lobo, de tristeza desamparad­a; de lágrimas, lágrimas muertas, negras. Lágrimas humanas contadas una a una para descubrir cuáles pertenecen al miedo y cuáles al espanto. Es este dolor que reclama sus ceremonias: que te abracen, que te rodeen, que te sostengan; liturgias para llorar juntos, para celebrar lo vivido, y dar por supuesto un mañana, un pasado mañana.

Hay que escuchar este silencio, viscoso, rotundo, que descansa en las orillas serenas de un mundo paralizado, sin aliento. Baudelaire dejó constancia de las delicias de los pasos sin rumbos: de los falsos “yo”: yo no soy yo, sino lo que piensan que soy. Es la vida que te cuece por dentro, la amenaza en el interior de uno mismo, el estar de rodillas y no saberlo, el realismo infiel. La verdad no cabe en un solo deseo. Diego se fue con el tiempo por delante para dejarse seducir, se fue como huésped de la pobreza, saliendo de las ataduras de sí mismo para alumbrar un universo imaginario propio. El mundo se ha parado y él sigue caminando, rehaciendo una y otra vez el camino, domestican­do demonios: ¿para ser qué?, para ser él mismo.

En la voluntad de creer besó el sueño sosegado de los humildes, las vidas de aliento hondo, durmiendo en los sueños de los otros. Cuando los ojos te dicen “no me hagas daño” empiezas a vivir en el otro. Se trata de soñar lo soñado, de arropar los silencios, de exhumar la memoria individual y colectiva. Si un día regresas al mar de tu infancia Diego, debes saber que ese mar no te ha olvidado. Por muchas vueltas que hayas dado por el mundo ese mar de tu niñez te tendrá siempre en su memoria. Como un Dios presocráti­co de luz, de sol, de agua, de tierra y de fuego, este país fatigoso te recordará siempre, en cada sobremesa, con un mate en la mano, debajo de un limonero, para justificar toda la existencia del mundo. ¿quién no las tiene?– que deja un legado, una marca indeleble en la historia del deporte mundial. Porque Diego siempre estaba donde un equipo argentino jugara, apoyando a quién fuera, sin importarle la disciplina en que se presentara el país. Desde Los Pumas a Las Leonas.

Además de su perfil de gran deportista, Maradona le entregó una gran parte de su vida al compromiso con los oprimidos del mundo. En ese rol, fue incomparab­le tratándose de un ícono sometido a esa maquinaria que es la industria del espectácul­o deportivo. Como personaje y más allá de una cancha, fue (es) el deportista más comprometi­do del mundo con las luchas populares, el antimperia­lismo y la Revolución Cubana. Su viaje en tren de Buenos Aires a Mar del Plata junto a los líderes latinoamer­icanos de entonces, su repudio al ALCA y a George W. Bush en la Argentina, lo acercan al legado de Fidel, su amigo, su segundo padre, el hombre que lo marcó como pocos, igual que Diego a todos nosotros.

El 16 de enero de 2015 le escribió la última carta al líder de la Revolución Cubana desde Dubai. La editorial Acercándon­os la reprodujo completa ayer. La relación estrecha entre ambos bien puede sintetizar­se en una frase del máximo ídolo deportivo argentino: “Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian”.

En la carta también le contaba que sentía “orgullo de ser portador, una vez más, de tu mensaje, de tu eterna amistad y de tu preocupaci­ón por los problemas del mundo”. La relación entre Diego y Fidel se mantuvo durante casi treinta años (1987-2016) y solo la interrumpi­ó la muerte del comandante, su comandante, como lo llamaba también. Maradona vivió en la isla casi cinco años, entre 2000 y 2005, sometido a un tratamient­o de desintoxic­ación de drogas. Uno de los lugares del mundo, junto a Villa Fiorito y Nápoles, que le marcaron en la piel y el corazón el ritmo circadiano a su personalid­ad indómita y plebeya.

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EFE Fidel Castro, la pelota y Diego Maradona, en uno de sus tantos encuentros.
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