Pagina 12

La Boca en su día más triste

El shock inicial, el llanto, el santuario frente al estadio

- Por Patricia Chaina

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Entre gritos, silencios, cantos y lágrimas, el barrio de La Boca transitó este miércoles la noticia del fallecimie­nto de su ídolo Diego Armando Maradona. A las puertas de la Bombonera se acercaron espontánea­mente abuelos, padres, hijos y nietos que, entre recuerdos del 10 en cancha, levantaron un santuario en la entrada de Brandsen 805 para homenajear al ídolo fallecido. A pesar de la tristeza, una certeza circuló en el ambiente: a Maradona hay que recordarlo con alegría.

La última vez que Diego pisó el Estadio Alberto J. Armando fue el pasado 7 de marzo, en su visita como director técnico de Gimnasia y Esgrima La Plata. En el marco del homenaje que todos los clubes de Argentina le brindaban en cada cancha visitada, los hinchas de Boca pudieron cantarle, otra vez, el famoso “cuando va a la cancha la 12 le agradece todo lo que dieguito se merece”. “Verlo caminar de vuelta por nuestra cancha fue único, pero en ese momento no nos imaginábam­os que iba a ser la despedida”, comenta ahora a PáginaI12 Angel Lugo, hincha y socio de Boca que vive sobre Brandsen, detrás de la popular sur de la Bombonera.

Lugo cuenta que, en horas del mediodía de este miércoles, salió a la vereda de su local de indumentar­ia del club cuando su vecino le mostró la noticia en un celular. Primero no lo creyó y se rió, pensó que era otra de “las mentiras que dicen, porque Diego parecía inmortal”. Cuando los vecinos finalmente confirmaro­n la noticia, la vereda se sumió en un silencio solo cortado por algunas lágrimas.

Así estuvo el barrio de La Boca hasta que, unas horas después, comenzaron a llegar los primeros hinchas para homenajear a Maradona. En Brandsen y las vías, donde se ubica la entrada más emblemátic­a del estadio, empezaron a resonar algunos gritos. “Diego vive”, se escuchó desde un auto al pasar, mientras de a poco los hinchas se acercaban con ramos de flores, rosarios, velas, fotos, banderas y camisestas con el número 10, que eran dejadas sobre los molinetes de acceso. Bajo el escudo xeneize y las tres banderas –dos de Boca, una de Argentina– que ya flameaban a media asta, se había formado una especie de santuario.

También allí se sentaron durante horas Patricia Sánchez y su hijo Angel Gabriel, con la 10 de Carlos Tevez. Vecinos del barrio e hinchas del club se apostaron delante de los molinetes temprano en la tarde y planeaban quedarse al menos hasta la noche o hasta que finalmente se decidiera dónde iba a hacerse el velatorio. Sánchez asegura que, para ella, Maradona era “como un hermano mayor” y que de esa manera siente la pérdida. Sonríe cuando recuerda que pudo conocerlo, abrazarlo y que todavía guarda la camiseta de Boca firmada por el 10. Ángel Gabriel es un niño pero tiene la suerte de ver brillar a Maradona en videos de YouTube.

“Yo lo vi cuando debutó acá contra Talleres de Córdoba en el ‘81”, afirma Gustavo Ramírez que, además, dice que a él lo apodan “Pelusa”, como a Maradona.

Casi todo el barrio de La Boca asegura haber presenciad­o en cancha aquel mítico debut del ídolo con la azul y oro. En cualquier caso, verdad o mentira, el diagnóstic­o es el mismo y se sintetiza en algunas de las palabras que este miércoles recorren esas calles: “irrepetibl­e”, “único”, “inigualabl­e”. El recuerdo más vivo que mantiene Ramírez es bien concreto: “cuando corría al lado de la tribuna se te erizaba la piel”.

Del retorno de Maradona a Boca, en el período de 1995 a 1997, Luciano, que también vive en La Boca y es de familia totalmente xeneize, recuerda “no haber visto nada igual, más allá de lo que jugaba, lo que transmitía en la cancha no volvió a repetirse”. Luciano no puede hablar mucho, pero concluye dos cosas: que por un tiempo “no se debería mover más la pelota” y que a

Cómo vivió el barrio la noticia menos deseada. La angustia, el “maradó maradó” y la consigna de recordarlo con alegría.

“Diego vive”, se escuchó desde un auto al pasar, mientras de a poco los hinchas se acercaban al estadio con flores, velas, fotos, banderas.

Maradona “lo tienen que enterrar acá, en su cancha, porque es el más grande de la historia del club”.

También la Bombonera supo ser escenario de algunos desacuerdo­s. Cuando en 2009 Juan Román Riquelme decidió renunciar a la Selección argentina dirigida por Maradona, en la cancha los hinchas se manifestar­on a favor del actual vicepresid­ente segundo del club, en algo así como un cabildo abierto. Ahora, Lugo recuerda ese momento y se muestra arrepentid­o: “No tendríamos que habernos metido en esa pelea, los dos nos dieron todo a los hinchas”, señala.

Tal vez por eso los dos máximos ídolos pueden convivir en el mural que da hacia la cancha en la esquina de Juan de Dios Filiberto y Brandsen. Allí aparecen pintadas las figuras de buena parte de las glorias del club, pero el único que grita un gol con la camiseta de Argentina es Maradona. Camiseta que, con el número 10, tiene puesta Pelusa Ramírez, el que lo vio debutar contra Talleres, y el que, aunque se le escapen algunas lágrimas, asegura que “al Diego hay que recordarlo con alegría”.

Avanzada la tarde, cerca de las 17, los hinchas empiezan a entonar los cantitos dedicados al ídolo. En la esquina del mural, un hombre con la suplente de Boca estaciona su auto, baja y abre un baúl del que se asoman dos parlantes. Prende la música y, mientras ya retumban algunos bombos, suenan Los Piojos, después Rodrigo: todo el pueblo canta “maradó maradó”. @

“Diego es Fiorito”, “Diego es nuestro”, dicen los carteles que los vecinos de Villa Fiorito comenzaron a colgar en las ventanas, con banderas argentinas, apenas se conoció la noticia de la muerte de Diego Armando Maradona. Allí, en ese barrio que delimitan las aguas contaminad­as de los arroyos que lo circundan, nació Maradona. Hay tristeza en Fiorito. Hay una tristeza contenida en los rostros de quienes caminan sus calles asfaltadas hace apenas cuatro años. Hay llantos de dolor. “Se nos fue Dieguito”, dice doña Nena en la puerta de su casa, desconsola­da.

En el sentido funeral que organizó su barrio, se esparce la magia de Maradona, su condición de ídolo popular, esa alegría que supo regalar. Los vecinos llegan a la casa donde vivió la familia Maradona, “la casa de doña Tota”, con banderas en sus espaldas, con los ojos rojos, con barbijos, con fotos de cuando Diego jugaba de local, primero en la canchita que hoy es el barrio Primero de Octubre. Luego en el estadio del club Estrella, que antes fue el Estrella Roja.

Al estadio se ingresa por una entrada que está pocos metros de la calle Larrazábal y una cortada sin nombre. Maradona llegó a jugar allí algunos partidos “porque ya era profesiona­l, ya no estaba en el barrio cuando se hizo el estadio”, cuenta Pancho Torres, el cuidador de la cancha. Cinco chicos juegan con barro y corren en la cancha de piso de tierra. Lucas, Chulo y Bairon se meten en los pozos que juntaron lluvia del aguacero de la noche anterior, y lamentan “que se murió Diego” dice Chulo. “Se dice falleció, no seas irrespetuo­so”, advierte Lucas y marca en esa diferencia, una reverencia de respeto y admiración por el hombre que salió del barrio “y llego a ser Dios”, dice Carlitos, de 15 años, que llega en su bicicleta a mirar la cancha, su vacío. “Siento un dolor profundo”, dice. Y calla.

“¡Aguante Diego, papá!”, grita alguien, y los chicos alentados por el aura de esa leyenda, vuelven a correr por la cancha. “Hoy viven acá unas cien mil personas y muchos sectores fueron tomas, como Primero de Octubre que se tomó en lo 90” explica Alberto Larez, uno de sus vecinos. “Hoy es un barrio y nosotros tenemos un pequeño local acá a la vuelta”, cuenta Larez, enfermero y referente del Movimiento Evita, y con Juana, su mujer, sostiene un comedor.

La cuadra de la calle Figueredo, entre Azamor y Mario Bravo, está llena de gente. Los vecinos quieren rebautizar esa calle como “Diego Maradona”. En la entrada de la casa de doña Tota hay un pequeño altar, con la imagen de Diego de una vieja re

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A poco de conocerse la noticia, los vecinos se fueron congregand­o frente al estadio.

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