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El funeral de les Dieguitos

“La casa de doña Tota” fue el centro de la despedida de los vecinos de Villa Fiorito “Se nos fue Dieguito”, dice doña Nena, desconsola­da. Y resume el dolor de los que lo conocieron cuando solo era Pelusa y se escapaba de su casa para ir al potrero, “soñan

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vista, acompañada de ramos de flores, caseros. Bruno se agacha y prende una vela. Hay respeto. Hay congoja y dolor. Detrás de las rejas, en el patio, algunos preparan pinturas. “Están haciendo un mural”, explica Marta Cardozo, del Centro Cultural Néstor Kirchner de Fiorito. Nancy cuida la puerta de reja que custodia la casa y agrega, con ojos vidriosos: “Diego fue un gran soñador, esa enseñanza nos deja, seguir los sueños”.

Eugenia está a su lado, su abuela vive en la casa de enfrente y siempre tuvo trato con Diego, cuenta. “Lo conocían de joven, de cuando andaba por acá, y cuando mi abuelo, ‘el señor don Córdoba’, hacía la fiesta del día del niño para todo el barrio, él venía, pero la última vez se tuvo que refugiar en la casa de mi abuela porque lo reconocían”.

Eugenia tiene 16 años. Estudia y hace deportes. “No hay ningún sueño imposible, es el mensaje que deja Diego –dice, y se emociona–, porque él vino del barrio, y nos representa, a todos los argentinos”, enfatiza.

Cada vez que en el mural se completa una figura, hay aplausos, sea el perfil de un arco, o una pelota. Hay cantos de cancha. Hay saludos entre algunos vecinos que hace mucho no se ven, no solo por la pandemia, también porque algunos ya no viven allí. Pero este mediodía, al enterarse de la noticia, decidieron volver. Dejaron el almuerzo en la mesa, en Lanús, en Temperley. Con barbijos y velas llegaron a Fiorito, al funeral popular que organizó “su gente”, porque “Diego es nuestro”, dice Facundo.

Cinthya y Claudio llegaron de San José. Ella estaba cocinando cuando se enteraron. “Se nos fue una parte de nuestra historia, no solo futbolísti­ca –dice Claudio–, porque él nos representa a todos y siempre estuvo del lado del pueblo, ese sentimient­o nos une, y dentro de la cancha no dejó ningún reproche, eso vale”. Cinthya aporta: “Hay un feminismo radicaliza­do que no entiende que Diego nos une porque es un dios humano. Todos tenemos miserias, pero le exigen a él que sea mejor que todos, cuando nadie tiene el valor moral para juzga a nadie. Y Diego es un rayo de fe”, dispara.

Ernesto Dosantos está con sus amigos, y lleva bajo el brazo su foto de Diego, pegada en madera terciada y autografia­da. Del otro lado, un viejo artículo de Francescol­i, también está firmado. “Porque mi viejo jugó con Diego, Huesito le decían a mi papá”, cuenta. Entre sus amigos circula una cerveza. El no toma. “La tengo en mi pieza”, dice. “¿Cuándo la vas a vender?” grita un amigo, y todos ríen. Alcohol y risas, para pasar tanta tristeza.

Debajo de árbol que aporta un poco de sombra a la tarde, Amalia y Norma exhiben sus fotos enmarcadas

“No hay ningún sueño imposible, es el mensaje que deja Diego, porque él vino del barrio, y nos representa a todos los argentinos”.

de cuando Diego jugaba en Estrella Roja. “Acá está con mis hermanos, Ramón y Jorge, que jugaban con él”, cuanta Amalia y señala a sus hermanos y suspira. Se enteraron de la noticia mientras almorzaban. “Nos pusimos llorar todos, no podíamos parar”. Norma estuvo con Ana, la hermana de Maradona, el domingo, cuenta. Y recuerdan cuando eran chicos y salían a bailar. “Diego iba a casa a buscar a mis hermanos y nos íbamos todos a bailar, eran bailes en casas de familia, y él era re-villero mal, le gustaba bailar rock, nos divertíamo­s mucho”, dice Amalia.

Eran las cinco y media de la tarde cuando un aplauso cerrado y sostenido anunció que el rostro de Diego estaba terminado en el mural. Sobre el pequeño altar de la vereda, Juliana Di Tullio deja un ramo de flores, casero. “Es mi homenaje, en gratitud, mi gesto de amor. Amo a Diego. Este es el funeral de ‘les Dieguites’ –dice– y era lo único que quería hacer desde que me enteré de que murió. Diego fue ‘el Presidente de mi niñez colectivam­ente feliz’, por eso vine. Como un gesto de amor y de respeto” concluye.

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Una mujer sostiene en sus manos la foto de Pelusa en el Estrella Roja, el club de Fiorito.

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