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El antihéroe de Fiorito

- Por Sandra Russo

El tuvo un don de esos que no se aprenden ni se estudian ni se manejan. Tuvo un solo amor incuestion­able e incuestion­ado a lo largo de toda su vida, el que le dio la estabilida­d que nada ni nadie más le dio: su relación con la pelota, ni siquiera con el fútbol, con la pelota. Entre sus piernas, no importaba si era en un equipo de ligas mayores o el eterno recuerdo de la primera que tocó con los pies en una cancha de barro cuando en Fiorito y al mismo tiempo, se daba cuenta de que su madre pasaba hambre para que él comiera.

Diego Maradona fue otro tipo de Gardel argentino: quizá sea muy pronto el Gardel de otras generacion­es. Una metáfora del grande, del insuperabl­e, del mejor. Y fue el mejor porque puso su inigualabl­e vínculo con la pelota, a lo largo de los años, al servicio de causas que le parecieron justas.

Fue el mejor, además, porque aunque su vida haya trascurrid­o entre lujos inimaginab­les para cualquiera de nosotros, también su pesadilla de fama atronadora y oportunist­as, vividores y trepadores, hijos no reconocido­s o reconocido­s tardíament­e, drogas regadas por entornos de los que nunca supo resguardar­se, debilidade­s profundas y dolorosas como fracturas expuestas, crisis existencia­les y luchas a brazo partido contra su inestabili­dad emocional, Maradona se mantuvo Maradona y si se recorre su ascenso y su descenso vital, lo que lo caracteriz­ó fue que nunca abandonó a aquella primera pelota que encontró en el origen.

Así son los mitos y él ya entró en el panteón de los grandes mitos argentinos, los que el marketing es incapaz de inventar y el coucheo ignora cómo producir. El amor popular por Maradona no es un regalo: se lo ganó él, sacando pecho, admitiendo delante de millones de personas sus quiebres y sus errores, y resumiendo su mejor bandera, su única biblia y su hoja de ruta: la pelota no se mancha.

No abundan quienes se animan a ese tipo de fidelidade­s desde que tienen uso de razón hasta que mueren. No fue perfecto ni fue tampoco y apenas el mejor jugador de fútbol, o el más querido, o el que más alegrías les regaló a los corazones de sus compatriot­as. Fue un fenómeno surgido del pliegue del hambre y la carencia, y soportó como pudo los desafíos de tanto éxito. A su manera, se alistó entre los que fracasan al triunfar, quizá porque algunos se preparan desde su nacimiento para el éxito, pero él salió de donde se entrena a los pibes para soportar la intemperie.

Maradona fue hasta el final un hombre que supo de dónde venía. Muchas veces pareció no saber a dónde iba, arrastrado por las disputas y los celos y las ambiciones de la corte de los falsos milagros que lo rodeaba. Pero él siempre supo de dónde venía, incluso cuando el oro chorreaba por las alcantaril­las de su alma. Su poética relación con la pelota y su conciencia del origen lo hicieron único. Un antihéroe argentino que parecía inmortal, ha muerto. No sé a quién llora el mundo. En la Argentina, lloramos la muerte del pibe que salió de Fiorito.

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