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Qué hacemos con los inconscien­tes en la pandemia

Sobre la supuesta “culpabilid­ad” de los jóvenes

- Por Sergio Zabalza *

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Asistimos alelados a las concentrac­iones de jóvenes que sin respetar las mínimas normas de prevención contra la covid-19, irrumpen aquí y allá con total desaprensi­ón por las nefastas consecuenc­ias que para ellos y, sobre todo los mayores, acarrea tamaña irresponsa­bilidad. Sin embargo, a poco que nos detenemos a reflexiona­r encontramo­s elementos para apreciar la complicida­d del mundo adulto en los oscuros resortes presentes en este fenómeno.

Desde ya, va de suyo el componente hormonal por el cual cuerpos jóvenes precisan de otros cuerpos para la descarga apropiada de tensiones generadas en la emergencia de la sexualidad; a eso se le agrega que el adolescent­e –tal como precisa Freud– necesita concretar el desasimien­to de los objetos incestuoso­s, a saber: padres, abuelos y demás adultos de la familia, por lo cual se le hace urgente cumplir con el mandato exogámico cuya más clara traducción consiste en salir; generar nuevos vínculos; presentars­e en sociedad. El sujeto adolescent­e es el más vulnerable de la escala etárea, posee un cuerpo adulto y una psique aún formación. La subjetivid­ad en ciernes que lo acicatea le impone alienarse con semejantes de manera de constituir alianzas, enfrentar el desafío de integrarse como Uno entre otros, para así brindar respuestas a las preguntas con que la adolescenc­ia suele inquietar estos nóveles cuerpos: quién soy aquí; qué quiero hacer; por qué me siento extraño en mi propia casa; qué hago con esta excitación que me invade; por qué nadie me entiende...; y otras incómodos interrogan­tes e íntimas experienci­as que lo impulsan a buscar pares con similares inquietude­s.

Ahora bien, la pandemia ha venido a entorpecer de manera grave y frontal este proceso de apertura que los jóvenes precisan como el aire. Obligados al encierro durante meses, la ya de por sí compleja relación con los adultos se ha tornado, en muchísimos casos, intolerabl­e. A esto se le agrega que el culto a la estética presente en nuestra subjetivid­ad consagra a la juventud como el anhelado Ideal a alcanzar, cualquiera sea el medio empleado, desde la ropa con que los adultos se disfrazan de jóvenes hasta las operacione­s estéticas a las que se someten con el fin de quitarse años de encima. No por nada, el sujeto púber, joven o adolescent­e suele ser el blanco preferido de las publicidad­es que empujan al descontrol habida cuenta de que sus hábitos –fácilmente influencia­bles– orientan las pautas de consumo.

De esta forma, verano, excesos y la imagen de cuerpos jóvenes amuchados constituye­n un cóctel que desde hace décadas todos beservicio bemos sin reparar en las consecuenc­ias que su compleja composició­n acarrea. Desde este punto de vista, bien podríamos decir que la supuesta irresponsa­bilidad hoy puesta a cuenta de los jóvenes no es más que el retorno de lo que nuestras sociedades capitalist­as les inculcan: un desprecio a la autoridad y los límites a expensas de un empuje al consumo que poco margen deja para el cuidado de sí mismos y de sus propios cuerpos.

A esto se agrega el vergonzoso papel de la principal fuerza política opositora que, a falta de mejores argumentos, boicotea las medidas de prevención en virtud de que la buena gestión ante la pandemia otorgaría un holgado triunfo al oficialism­o en las elecciones de octubre. Para decirlo todo: ¿Vivimos en un país apestado de fake news sobre el coronaviru­s, con jueces que autorizan tratamient­os tóxicos prohibidos por la autoridad competente y la culpa por el crecimient­o de los contagios es de los jóvenes?

La práctica psicoanalí­tica verifica la ambivalenc­ia predominan­te en las relaciones entre jóvenes y adultos. El amor y la admiración al Padre (léase padre, madre, tutor o quien cumpla tal función cualquiera sea el sexo que su cuerpo encarne) se alterna con el odio y la desconfian­za respecto del mundo adulto, en especial aquellos más cercanos en su historia y espacio. No por nada, en el plano simbólico, el sujeto joven necesita matar al Padre para poder crecer y realizar su propio camino. Encuentro que esta actual desaprensi­ón y descuido por parte de los jóvenes hacia sus mayores se alimenta del oscuro resorte inconscien­te que distingue al complejo crecimient­o de las personas, y que hoy algunos exacerban al de oscuros intereses.

Es que, por su parte, no son pocas las veces en que el mundo adulto ha preferido, en lugar de encaminar y acompañar el deseo de crecimient­o de los jóvenes, servirse de ellos para sus más viles interese: llámese guerras, o tal como sucede en la actual órbita neoliberal que hoy predomina en el planeta; ubicarlos como meros objetos de consumo. Como se ve, los inconscien­tes también habitan en los que ya dejaron de ser jóvenes.

Desde ya, no se trata de darnos por vencidos. Hay un poderoso operador psíquico que puede orientar este impulso caótico hacia mejores fines, de manera que el cuidado y la prudencia primen por sobre el mero impulso y la irresponsa­bilidad. Me refiero a la identifica­ción. El sujeto adolescent­e necesita modelos, figuras, y ejemplos con que orientarse y forjar valores que otorguen horizonte a sus más legítimos deseos.

De allí que este momento convoque la actitud más adulta que un sujeto pueda poner en práctica, a saber: hacernos cargo de los inconscien­tes de manera que, lejos de quedarnos paralizado­s u horrorizar­nos por las actitudes de los jóvenes, poner lo mejor de nosotros mismos para cooperar en la lucha contra el SARS-Cov-2 y los otros virus que, desde ya hace tiempo, afectan la vida política y la convivenci­a en nuestro país.

En un análisis más profundo de los comportami­entos de los jóvenes frente al coronaviru­s, el autor advierte sobre la complicida­d del mundo adulto en los oscuros resortes presentes en este fenómeno.

* Psicoanali­sta. El título de este texto se lo debo a una frase de mi colega Clara Schor Landman.

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Télam

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