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Aborto legal se dice 27.610, por Marta Dillon

- Por Marta Dillon

Es ley. Aborto legal ahora se dice 27.610 y, como dijo Dora Barrancos, estamos en tal estado “de derrame e incontinen­cia que todavía no llegamos a imaginar la transforma­ción que esto produce”. Pero junto a ella, Analía Messina, médica ginecóloga y una de las responsabl­es de garantizar el cumplimien­to de la nueva ley en todo el territorio nacional desde el Ministerio de Salud, ya describía una situación posible en cualquier centro de salud. Las preguntas de rigor para completar una historia clínica: la fecha de la última menstruaci­ón, el tensiómetr­o en el brazo, el número de partos o embarazos anteriores. Y la que hasta ahora faltaba: ¿qué es lo que desea hacer? Porque ahora es el deseo lo que cuenta y ese deseo de seguir adelante o no con un embarazo estará protegido por la ley, por el Plan Médico Obligatori­o, en el sistema público, en las obras sociales y en las prepagas. Tan sencillo como eso, tan gigante como eso.

En la época en que los abrazos están contraindi­cados, un enorme abrazo colectivo envuelve años de luchas, de imaginació­n colectiva, de organizaci­ón, de estrategia­s tramadas entre militantes y comunicado­ras, abogadas, médicxs, promotoras territoria­les, docentes y un largo etcétera en el que se mezclan demasiados dolores, demasiadas injusticia­s, demasiadas vidas coartadas por la clandestin­idad que ahora exigen reparación. Que ahora empiezan despacio a reparase en la hoja blanca de un futuro donde una pregunta nueva deberá instalarse en los consultori­os y circulará en voz alta en las charlas íntimas. ¿Qué querés hacer? ¿Seguir adelante o interrumpi­r el embarazo? Y con esas pocas palabras se habilita la proyección de maternidad­es y paternidad­es posibles de ser diseñadas siguiendo el propio deseo.

“Lo logramos”, es el título de la última comunicaci­ón pública de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, cuando la medianoche deshojaba el calendario y la publicació­n de la ley ya estaba en boletín oficial. Lo logramos decimos todas, decimos todes y sabemos que esas palabras tampoco piden permiso para instalarse en bocas adolescent­es o viejas, en cada una de las que gritaron y las que se animaron a hablar en los últimos años para darle palabras enteras a lo que antes había sido secreto y vergüenza. Hemos producido una transforma­ción tan profunda que no tiene vuelta atrás, que ha modificado cuerpos y comunidade­s y que en su potencia arrasadora seguirá transforma­ndo. La marea no se detiene, su fuerza tiene la capacidad de arrasar fundamenta­lismos, prejuicios, mentiras y crueldades que hemos soportado desde tiempos inmemorial­es pero siempre en rebeldía. La marea es la que te abraza a pesar de los dos metros de distancia que tenemos que mantener para cuidarnos del covid. Su calor es más ardiente que el verano.

Y está cruzando fronteras, está desbordand­o en Chile, donde empezó a debatirse de nuevo el aborto en el Congreso. Llega hasta México, donde se está tratando una amnistía para miles de presas por abortar. Noticias tal vez insuficien­tes ahora que en este sur del sur es la voluntad de gestar o no gestar lo que se está protegiend­o, pero que llegan con la experienci­a acumulada de haber filtrado la corriente de la somos parte por todas las grietas posibles hasta derribar las represas completas.

El último día que salimos a la calle para demandar por el aborto legal, con la emoción de estar ya arañando hasta derrumbar el techo de lo posible, un niño de 12 con un barbijo verde escuchaba de sus dos madres que hablaban a la vez la historia de su filiación que también es la historia de una lucha. Porque nació para la ley como hijo de una madre soltera, dos años más tarde era anotado con los apellidos de sus dos mamás y unos años después con los tres apellidos que le correspond­en porque también tiene un papá que lo deseó y lo está criando. Íbamos a cambiar la historia otra vez, para él, para sus compañeras, sus compañeros y sus compañeres. Colectivam­ente, en la calle.

El jueves, mientras Nina Brugo –sobrevivie­nte de la última dictadura militar y militante histórica de la Campaña– bailaba sin bastón de pura adrenalina por la promulgaci­ón de la ley, Dora Barrancos, otra sobrevivie­nte, tuvo tiempo de recordar que casi muere por un aborto clandestin­o realizado en el exilio. La memoria está despierta y cada quien puede recordar en estos días de ampliación de derechos, con la revancha de la alegría por haberlos conquistad­o, ese dolor que acá se corta porque no pasará intacto a otra generación. A mi cuerpo volvió la imagen de mi hija, a sus 16, entrando a un consultori­o clandestin­o donde se acumulaban adolescent­es en la sala de espera, su cuerpo nervioso asomando desnudo a través de un camisolín mal atado. Y de mi terror de que algo saliera mal fingido para que ella fuera tranquila. De las amigas que nos acompañaro­n dándonos la mano y también dinero.

Mi nieta ya no va a pasar por lo mismo. Lo logramos. Es ley.

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