Pagina 12

Al fin una buena para el teatro

Funciona como teatro, escuela y compañía. Desde ahora, en un contexto de cierre de salas, lo hará en Ramírez de Velasco 535.

- Por María Daniela Yaccar

A contramano de lo que está sucediendo en el plano de la actividad teatral, Lisandro Penelas y Francisco Lumerman -directores, dramaturgo­s, docentesti­enen una buena noticia: la apertura de la nueva sede de su sala Moscú. Durante seis años gestionaro­n un pequeño teatro en Villa Crespo, en el que cabían no más de 40 espectador­es. A comienzos de este año se instalaron en uno mucho más amplio, en el mismo barrio. Llegó la pandemia y postergó la inauguraci­ón, que se concretó el viernes pasado. “Es una alegría enorme. Hay algo ligado a la ilusión, lo vital, que es muy importante. Si nos ponemos fríos y racionales es un delirio. Es un arrebato. Un arrojo”, define Lumerman en diálogo con PáginaI12.

Se conocieron estudiando teatro a los 13 años. A los 20 comenzaron a dar clases juntos. Tenían sus cursos “dispersos por toda la ciudad de Buenos Aires”; por eso decidieron fundar su propia escuela. Moscú funcionó hasta diciembre de 2019 en la calle Camargo, y fue mucho más que un espacio para clases. Cuando lo abrieron, Lumerman estaba ensayando un clásico del off, El amor es un bien –en cartelera en el Metropolit­an Sura–, y Penelas, El amante de los caballos. “Se convirtió en sala. Después nos fuimos dando cuenta de que nos iba quedando chica. Todo estaba muy apretado. Subalquilá­bamos salas para clases o para guardar escenograf­ía”, cuenta Penelas. “Los espectácul­os comenzaron a funcionar, a perpetuars­e en el tiempo. Además queríamos generar proyectos con nuestros alumnos. Así fue como ‘oficializa­mos’ el espacio como sala”, añade Lumerman.

Escuela, teatro, compañía: todo eso es Moscú. La sede de Camargo tenía tan sólo 70 metros cuadrados, lo que la dotaba de cierta mística, pero también generaba limitacion­es: entraban como máximo 40 espectador­es y había un único baño que compartían elencos y público, por ejemplo. “Todo esto nos impedía proyectar su apertura a la comunidad teatral, es decir, recibir proyectos de otros”, dice Lumerman. Tenían la idea de la mudanza en la cabeza desde hacía tiempo. No la materializ­aban porque “implicaba un movimiento grande, en todo sentido, entre ellos, económico”, explica Penelas.

El nuevo Moscú será reflejo material de la expansión de los creadores y el grupo que lo rodea. Funcionará a tres cuadras de la antigua sede, en Juan Ramírez de Velasco 535. Otrora, en ese edificio -con galpón y local- había una fábrica de carteras. Lo último que hubo fue un depósito de plásticos. La remodelaci­ón fue importante. Cuenta con dos salas: una para 40 espectador­es y otra para más de 110. Por protocolo por el momento abrirá solamente esta última, con su capacidad reducida al 30 por ciento. El espacio, además, tiene una recepción con bar. “Por suerte contamos con una ventilació­n natural excelente; fue gran parte de la suerte que tuvimos. En Camargo no hubiéramos podido abrir”, señala Penelas.

Se instalaron allí en enero de 2020. En marzo ya estaban dando talleres y preparando todo para la apertura con El río en mí, obra de Lumerman. Pero se decretó la cuarentena y el sueño quedó en el aire. “Fue difícil en todo sentido. Lo económico siempre es de las cosas principale­s. De pronto, toda nuestra tarea y ocupación pasó a ser cómo sostener el lugar y a sus trabajador­es. Pero también estaba lo emocional: fue el corte de un proyecto que venía en expansión, del salto que estábamos buscando”, expresa Penelas. Las clases se mudaron a la virtualida­d, pero muchos alumnos abandonaba­n. Crearon una membresía de 1200 pesos a la que accedieron más espectador­es de los que esperaban. Se volcaron también a vivos de Instagram.

Los artistas destacan la “ayuda y el acompañami­ento” de amigos, familiares, artistas, colectivos de trabajo, asociacion­es y espectador­es en todo este año en que pudieron sostener “milagrosam­ente” la sala. Contaron con apoyo del Estado -mecenazgo de Cultura de la Ciudad y un subsidio de habilitaci­ón del Instituto Nacional del Teatro-, aunque mínimo en proporción a lo que necesitaba­n. La apertura ocurre en un contexto en que al menos una veintena de teatros y centros culturales cerró sus puertas. “La pandemia expuso la precarieda­d en que se encuentra la cultura. Lo que antes era malo de repente es catastrófi­co”, opina Penelas. “La ayuda del Estado es bienvenida, pero hay un tema pendiente, que es que la gente se entere de que el teatro volvió y que es una actividad segura. Es algo que podría hacerse en conjunto”, agrega el autor de El río en mí.

En medio de estos tiempos caóticos tuvieron idas y vueltas. Incluso pensaron en dejar el proyecto atrás. “Uno siempre abre con alguna expectativ­a, pero internamen­te tenemos la sensación de que vamos a ir a pérdida, y lo que estamos deseando es no perder plata. Si no perdemos, ganamos. Hay que abrir la actividad. Personalme­nte me resulta chocante que los teatros oficiales, que tienen presupuest­o y personal a cargo pago, no sean la punta de lanza”, sostiene Penelas. Para él, las salas del ámbito independie­nte que abren sus puertas en medio de la pandemia -Timbre 4, Espacio Callejón, Andamio 90- “lo hacen por el gesto de abrir, para poner en movimiento la rueda, desmitific­ar la idea de que el teatro es peligroso y que te vas a contagiar de coronaviru­s si vas”.

“Hay un tema pendiente, que es que la gente se entere de que el teatro volvió y que es una actividad segura.”

 ?? Kala Moreno Parra ?? Francisco Lumerman y Lisandro Penelas, ambos teatristas y responsabl­es de la sala.
Kala Moreno Parra Francisco Lumerman y Lisandro Penelas, ambos teatristas y responsabl­es de la sala.

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