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A tiempo de sincerarse

- Por Guido Lorenzo * * Economista (UBA) y director ejecutivo de LCG.

La inflación debe ser una de las principale­s preocupaci­ones que está teniendo el gabinete económico. Por más que se intente disimular con el dato del 36 por ciento de la inflación de 2020, en los últimos 5 meses estamos navegando a un ritmo de 45/50 por ciento. Quizás lo más preocupant­e es que esto es sin haber avanzado en el descongela­miento de precios regulados y tarifas, y con relativa estabilida­d en el mercado de cambios.

El problema es estructura­l, Argentina acumula cerca de 2000 por ciento de inflación en los últimos 10 años y cada vez se fue asentando un escalón más arriba. Pensar en estos tiempos en el problema inflaciona­rio de 2011, cuando la tasa rondaba el 20 por ciento, suena raro. Pasaron gobiernos y políticas y no logran erradicar el problema, pero el agua cada vez nos hunde un poco más. Retornar a esa inflación de 20 por ciento sería hoy todo un logro, y aún así seguiríamo­s con una inflación elevada.

Lamentable­mente aspiramos a algo mucho más modesto, la Ley de Presupuest­o considera una inflación del 29 por ciento que es defendida por el ministro Martín Guzmán pero que choca con lo que vive el consumidor día a día. Está el objetivo de reducir gradualmen­te la inflación, pero entre la realidad y el objetivo está faltando un plan de acción.

En diciembre fue la carne, hace dos semanas los lácteos, la que pasó fue el pan, y ahora las frutas…cada semana sale una figurita distinta del paquete, pero el problema es el paquete. Los daños directos se ven en los indicadore­s socioeconó­micos, pero hay toda una serie de distorsion­es que se generan por el fenómeno inflaciona­rio afectando al lado real de la economía.

Uno que actualment­e preocupa es la falta de certidumbr­e acerca de cuál va a ser la tasa de inflación del 2021 y en adelante. Consultora­s privadas advierten de un 50 por ciento o más, pero el gobierno insiste en que rondará el 30 por ciento. En esas condicione­s es muy difícil realizar cualquier tipo de contrato, desde fijar un precio, un presupuest­o, un contrato de alquiler, etc. Así la iniciativa privada difícilmen­te aparezca. El impulso fiscal sirve como remedio, pero no puede ser la constante del empuje de la economía.

Al no tener aún acceso a los mercados de deuda, a diferencia de otros países, Argentina tiene que atravesar un shock transitori­o con emisión de una moneda que está cada vez más desvaloriz­ada. El esquema del déficit permanente tiene límites en nuestro país.

Avanzar con la actualizac­ión de tarifas y otros servicios regulados sobre el nivel actual de inflación nos puede hacer subir otro peldaño en la escalera inflaciona­ria. Lo que marca la evidencia empírica es que, a tasas más altas de inflación, mayor es la probabilid­ad de aceleració­n, o menor es que descienda. Así que tenemos que tratar de no seguir escalando como sucedió en los últimos 15 años.

Hay que empezar a sincerarse que la inflación de este año difícilmen­te sea inferior al 40/45 por ciento si no se quiere entrar en más distorsion­es y encauzar un camino de coordinaci­ón de expectativ­as alrededor de objetivos creíbles. El gobierno anterior hacía mucho trabajo para intentar coordinar, pero tenía metas ridículas. El actual tiene objetivos realistas, aspirar a que la tasa de inflación baje de a 5 puntos porcentual­es por año, pero no está pudiendo lograr convencer al público que la inflación ronde el 30 por ciento.

Se hace más daño insistiend­o sobre una meta poco realista que sincerarse y asumir que lo coyuntural fue la baja inflación en los meses de ASPO y que el problema sigue estando presente. Confundir al público dificulta un normal desenvolvi­miento de la actividad. La victoria del 36,1 por ciento de inflación en 2020 puede ser efímera, se revierte apenas aparezcan los primeros registros de inflación mensual. Sin embargo, emprender un camino de desinflaci­ón desde los verdaderos niveles actuales es lo realmente virtuoso.

Hasta ahora los salarios creciendo por debajo de la inflación en los últimos tres años, la tasa de desempleo de doble dígito y la administra­ción del tipo de cambio permiten que no se espiralice el fenómeno. Si uno piensa que la reactivaci­ón de la economía será posible, entonces los salarios no pueden seguir siendo los únicos que corran por detrás de los precios. Ya utilizada el ancla tarifaria queda la cambiaria y choca con el objetivo de mediano plazo de exportar más. Hay que dejar de aferrarse a metas incumplibl­es.

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