Los precursores
Uno de los precursores de las experiencias con drogas fue el escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859) con Confesiones de un opiómano inglés (Libros del Zorzal), publicado por primera vez en 1821, hace doscientos años. A través de abundantes digresiones, De Quincey explica que, en una primera etapa, empleó el opio para calmar dolores estomacales provocados por apetitos tan antiguos como persistentes. El opio se vendía como paliativo contra dolores en las boticas. Como tenía un precio accesible, era utilizado por los obreros para soportar las exhaustivas jornadas laborales en la previa a la revolución industrial. El escritor inglés probó comiendo el opio, amasado en pequeñas bolitas; después lo diluyó en alcohol y lo bebió metamorfoseado en láudano. Las dosis llegaron a variar entre las 5000 a 8000 gotas diarias.
El Club des Hashischins fue un grupo parisino dedicado a la exploración de experiencias inducidas por las drogas, especialmente con el hachís, que estuvo activo entre 1844 y 1849. Victor Hugo, Alejandro Dumas, Gérard de Nerval, Honoré de Balzac, Charles Baudelaire y Théophile Gautier, entre otros, fueron algunos de sus miembros más destacados. “Me pareció que mi cuerpo se disolvía y se volvía transparente –relató Gautier en El opio y el hachís (Interzona)–. Veía con mucha claridad en mi pecho el hachís que había comido en la forma de una esmeralda de donde se escapaban millones de pequeñas chispas; las pestañas de mis ojos se alargaban indefinidamente, enrollándose como hilos de oro sobre pequeñas roldanas de marfil que giraban solas con una rapidez deslumbrante”. En Los paraísos artificiales, una especie de tratado filosófico sobre la naturaleza, el uso y los efectos del hachís, Charles Baudelaire afirma que “el hachís produce en el hombre una exasperación de su personalidad y al mismo tiempo una sensación muy viva de las circunstancias y el ambiente”.