Pagina 12

“Uno escribe para mezclarse con las cosas”

Pablo Katchadjia­n publicó Amado Señor

- Por Laura Gómez LITERATURA

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Pablo Katchadjia­n imagina un mundo en el que las notas periodísti­cas empiezan así: “Tenemos esta noticia: no está realmente chequeada, tampoco tenemos idea si ocurrió o no, pero les vamos a contar lo que nos dijeron ayer. Es cierto que suena raro, a nosotros también nos suena bastante raro, pero igual cumplimos con el deber de contarles lo que escuchamos. Usted está en todo su derecho de dudar”. Asegura que sería otro mundo. También dice que su mayor anhelo es convertirs­e en brujo –aunque no sabe muy bien cómo– y que su último libro, Amado Señor (Blatt & Ríos), podría leerse como una muestra de ese intento. Además, acaba de reeditarse por el mismo sello El caballo y el gaucho (2016), un compendio de relatos breves que dialogan entre sí.

Katchadjia­n empezó por la música (toca guitarra, violín y oud, tuvo una banda punk en los ’90 y sube sus canciones a Bandcamp), derivó hacia la poesía (publicó dp canta el alma, el cam del alch y, en colaboraci­ón con Marcelo Galindo y Santiago Pintabona, los albañiles y La Gioconda) y luego a la narrativa (publicó novelas como Qué hacer, Gracias o En cualquier lado y libros de relatos como Tres cuentos espiritual­es o el que acaba de reeditarse). Pero en su obra también hay produccion­es de género más difuso como El Aleph engordado o El Martín Fierro ordenado alfabética­mente, que funcionan como puntos de pasaje hacia otras

“De alguna manera seguí siendo músico mientras escribía poesía, y sigo siendo poeta mientras escribo narrativa.”

Su último libro consiste en una serie de cartas dirigidas a Dios. El escritor y músico sostiene que le interesa escapar de lo personal para explorar la ambigüedad, la confusión, el “no saber”.

zonas de escritura: “Cuando pasás de una cosa a otra lo pasado siempre queda, al menos de fondo: yo pasé por la música pero seguí tocando, hago canciones y me junto con amigos a tocar. De alguna manera seguí siendo músico mientras escribía poesía, y sigo siendo poeta mientras escribo narrativa”, comenta el autor en diálogo con PáginaI12.

Puede decirse que Amado Señor es una serie de cartas dirigidas a Dios, pero también un rezo extenso, una demanda de creación a una entidad superior: “Lo epistolar te permite una exploració­n directa sobre los sentimient­os, los pensamient­os y la sensibilid­ad. En una carta podés decir cualquier cosa: contar, pensar, confesar. Por otra parte, la primera persona es muy fuerte y, en una época en la que mucho de lo que se publica tiene una primera persona referida al autor, entendí que podía usarlo a mi favor para probar cosas que tuviesen la potencia de lo testimonia­do o lo confesado. Leer algo escrito desde ese lugar le da al texto una potencia extraña; a mí no me interesa esa referencia, pero comprendí que podía mezclar cosas que me habían pasado, cosas que no, inventar y combinar todo sin reglas. Y el libro se puede pensar perfectame­nte como una novela”, explica. Ahora está escribiend­o ensayos, así que estas cartas podrían leerse como una nueva transición.

La escritura puede tener muchos móviles, pero Katchadjia­n asegura que lo que le interesa es salirse de lo personal para explorar la ambigüedad, la confusión, el no saber: “Uno escribe para salirse de uno, para mezclarse con las cosas y desparecer en el proceso, no para afirmarse en la escritura. Esto supone crearte a vos, pero no se trata de llegar a una honestidad de quién sos realmente sino de inventar, crear, poner ahí algo que no estaba. Creo que tiene que ver con cierta humildad porque, finalmente, ¿qué importanci­a tiene uno en relación con las cosas? Me doy cuenta de que en casi todo lo que escribo siempre aparece el no entender como punto de partida”.

A lo largo de la entrevista aparecen artistas y pensadores como Heinrich von Kleist, Marc Ribot, Misha Mengelberg, Alberto Corsín Jiménez, Rane Willerslev, Andrei Bitov, Gilles Deleuze o Samuel Beckett. Katchadjia­n asegura que sin muchos de ellos las cosas serían distintas en su recorrido, porque de algún modo lo ayudaron a formalizar su propia experienci­a y sensibilid­ad con el mundo. “Marc Ribot toca la guitarra, de repente pisa mal un traste y lo deja, y a vos eso te conmueve profundame­nte. Es inexplicab­le e intransmis­ible: lo podés contar y lo pueden entender, pero lo que a vos te produjo y te ayudó a comprender es imposible de transmitir. Me doy cuenta de que también leo buscando esos pequeños gestos, esas afinidades; y me gusta pensar que a alguien le puede pasar esto cuando me lee, no porque se trate de una obra maestra o porque lo que esté contando sea muy importante sino porque hay gestos, taras, incluso torpezas dejadas, descuidos, intereses vagos, tendencias, que le producen al lector esa sensación de cercanía”.

En Amado Señor el narrador confiesa: “Me cansé de narrar, que es seducir, que es como estar en una feria de comidas y artesanías encantando a los que pasan por delante de uno”. Katchadjia­n aclara que esto no es para siempre y recuerda: “Una vez estaba en una feria popular y un tipo se paró en un banquito, se puso a hablar y la gente se juntaba para escucharlo. No decía nada pero era un seductor de la palabra. La base del narrador no deja de ser alguien que está alrededor del fuego comiendo un mamut y contando algo para entretener a los demás; si no los seduce, empiezan a hablar de otra cosa. Es una posición interesant­ísima, sólo que en ese momento no tenía ganas de hacerla. Si te aparece mucho la idea de seducción, es más difícil seducir”.

En los relatos de Katchadjia­n aulas universita­rias, oficinas y discotecas conviven con castillos, túneles de telas, baños termales y pozos; brujos, santos y príncipes interactúa­n con libreros, poetas y gigantes; hay gente llamada Gracia, Miga, Zafra, Diodora, Alhorre, Petrano, Luganor o Frs. En muchos de esos textos hay un evidente gusto por lo antiguo que él explica así: “Una vez estaba en un museo y vi unas hachetas de bronce. Quedé completame­nte hipnotizad­o porque no entendía para qué servían y tampoco quise averiguarl­o: volví un montón de veces para observar esa pieza. También me pasó en el Bellas Artes con una vasija muy rara. Creo que la forma en la que uso las cosas antiguas en los relatos es equivalent­e a la experienci­a de mirar una hacheta o una vasija, extrañarme y preguntar: ¿qué es esto? Son cosas maravillos­as que te corren por completo de tu tiempo”.

Hace poco, en una entrevista radial le preguntaro­n si creía en Dios y respondió que no, que era ateo. Más adelante, en otra entrevista confesó haberse arrepentid­o de esa declaració­n. En esta charla dice: “Después de escribir

“Hay una idea de divinidad que se reformuló y que es atea, pero que no deja de ser una idea de divinidad, de magia, de misterio.”

Amado Señor no puedo decir que soy ateo. Tampoco dejé de serlo, pero hay una idea de divinidad que es muy fuerte y que apareció escribiend­o el libro. De alguna manera tengo que responder por eso. Uno se va creando a sí mismo a medida que escribe, y en el transcurso de este libro pasó algo: hay una idea de divinidad que se reformuló y que es atea, pero que no deja de ser una idea de divinidad, de encanto, de magia, de misterio. Entonces aparece algo interesant­e: quizás el camino de la desobedien­cia es creer en todo en lugar de no creer en nada. Creer en el sentido de aceptar la propuesta y pensarla: ser curioso, acercarte y fijarte qué es o qué te pasa con eso”.

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El caballo y el gaucho, un compendio de relatos breves.
Katchadjia­n también acaba de reeditar El caballo y el gaucho, un compendio de relatos breves.

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