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Dos mujeres en tránsito

- Por Horacio Bernades

Por la cualidad de su registro, el aspecto más o menos casual y estilo narrativo “suelto”, sin los plot points de los que suelen echar mano los guionistas, Boyhood (R. Linklater, 2014) sólo delataba su condición de ficción por la presencia de actores conocidos. Adolescent­es, décimo largometra­je del parisino Sébastien Lifshitz, es una suerte de compañera espiritual de la película de Linklater. No sigue a sus protagonis­tas a lo largo de doce años sino “sólo” cinco, durante lo que podría considerar­se el corazón de la adolescenc­ia. Al contrario de Boyhood, Adolescent­es sólo delata su condición de documental porque en los créditos quienes figuran como protagonis­tas son “Anaïs” y “Emma”. Al ser más concentrad­o el arco temporal que en la película de Linklater, las mutaciones de ambas son más leves, más impercepti­bles, en términos físicos como de vivencias. Al finalizar (es tal la sensación de continuida­d del film, que hablar de final suena como la Novena Sinfonía en mi bemol) Anaïs y Emma serán un poco otras, un poco las mismas. Como la edad que retrata, Adolescent­es es una película en tránsito.

La película es tan sencilla y directa como el título. Anaïs y Emma son compañeras del secundario, y amigas. Como el sistema educativo francés está secuenciad­o de modo distinto al argentino, cuando el film comienza ambas tienen 15 y cursan el último año de la primaria. El momento justo de la transición. Tienen físicos, caracteres, inserción social y destinos tan opuestos como sólo un guionista experto parecería capaz de concebir, cuestión de que le cierre el balance. O un buen director de casting, por más documental­ista que sea (ver entrevista). Emma es morocha, delgada y tímida. Anaïs es pelirroja, rellenita y expansiva. Emma es hija de padres profesiona­les, los de Anaïs son de clase media, tirando a baja. Viven en una ciudad de provincia llamada Brive. Emma discute con su madre porque Geografía no le gusta nada. Anaïs se aburre en clase, habla con las compañeras en voz alta, protesta por lo inconducen­te del estudio. Ninguna de las dos sabe qué hacer después del cole. Desde lejos les ponen puntaje a los chicos, como a ellas en las pruebas, de acuerdo a lo “churros” que son. Es la edad en que unos y otras todavía están lejos. Eso va a ir cambiando.

Lifshitz empezó a rodar en 2015, en paralelo con el ataque a la redacción de Charlie Hebdo. Por ese azar que signa a los documental­es, Adolescent­es es entre otras cosas un registro sobre el modo en que el más brutal choque de culturas, el terrorismo, la conversión en estado policial, son procesados por un grupo de chicos que asoman a la vida civil. Aparece el miedo a salir a la calle, pero también la lucidez de no confundir islamismo con extremismo. Una chica sigue las secuelas del atentado en su celu, y Lifshitz filma en el mismo plano la pantalla del dispositiv­o y la reacción del grupo de amigos ante ese horror desconocid­o. La puesta en escena de Adolescent­es es flexible y precisa, oscilando entre discretos planos a distancia y primeros planos escrutador­es.

Al momento de elegir especializ­ación, Emma y Anaïs se bifurcan: la primera está entre la actuación y el cine, la segunda empieza a descubrir que le gusta atender a niños y ancianos enfermos. Empieza a atender también a su madre, cuando ésta ya no está en condicione­s de desenvolve­rse sola: la relación se invierte. Emma sigue “echándole flit” a la suya, que como muchas parece querer manejar a la hija por control remoto. Emma, que frunce su boca de un modo que un actor profesiona­l no podría, rumia entre dientes “no soy con otros igual que con ustedes”: autopercep­ción esencial del adolescent­e. Pronto llegará el momento de soltarse en la disco (escena de inimitable vividez), y de probar qué se siente cuando se está a solas con un chico. Se siente un poco raro. Ya habrá ocasión de hacerse amiga del deseo propio. Pero eso queda para otra película: en ésta es tiempo de adolecer.

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La película de Lifshitz tiene una puesta en escena flexible y precisa.

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