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Cuando la guitarra se vuelve un hogar natural

Adiós a César Isella, un referente de la canción folklórica

- Por Santiago Giordano MUSICA

De Los Sin Nombre saltó a Los Fronterizo­s, pero pronto se dedicó a un camino propio que le valió elogios, ovación de multitudes... y una censura que lo llevó al exilio.

En 1990 la Unesco declaró “Canción con todos”, que ha sido traducida a más de treinta idiomas, “Himno de América Latina”.

A los 82 años, y luego de padecer durante años una enfermedad cardíaca, murió César Isella. El músico y compositor salteño había superado un cáncer en 2012, y desde entonces padecía una cardiopatí­a severa. A mediados del año pasado había estado internado en el Instituto Cardiovasc­ular de Buenos Aires. Integrante de la que segurament­e fue la mejor formación de Los Fronterizo­s, entre los ’50 y los ’60; cantor y compositor comprometi­do entre los ’60 y los ’70; exiliado entre los ’70 y los ’80; funcionari­o y mentor de Soledad en los ’90. Estos podrían ser, a grandes rasgos, los títulos que resumen la vida de César Isella. Con vocación latinoamer­icana, fe en la poesía, instinto de productor, Isella atravesó la música argentina en distintas épocas, con espíritus variables y desde distintos lados del mostrador.

De su obra, prolífica y siempre eficaz, queda instalada en la memoria colectiva “Canción con todos”, compuesta en 1969 junto a Armando Tejada Gómez, con quien formó una dupla creativa que dio más temas perdurable­s para la canción argentina, como “Canción de las simples cosas”, “Canción de lejos”, “Fuego en Animaná”, “Triunfo agrario” y “Resurrecci­ón de la alegría”, entre algunas otras.

En 1990 la Unesco declaró “Canción con todos”, que desde su creación ha sido traducida a más de treinta idiomas, “Himno de América Latina”. Es la obra por la que más se lo recordará y tal vez la que más lo representa. Como apunta Sergio Pujol en su libro Canciones argentinas, “cuando en la Cumbre Iberoameri­cana de Punta Arenas de 1995 fue entonada por un grupo de mandatario­s de la región (al que se sumó Felipe González y el rey Juan Carlos de España) quedó de manifiesto cuán diferentes pueden ser las lecturas de una canción aparenteme­nte clara en su significac­ión. Allí, de cara al bello paisaje chileno, dos irreconcil­iables como Fidel Castro y Carlos Menem pusieron sus voces”.

Desde Salta

Julio César Isella nació en Salta el 20 de octubre de 1938 y desde muy niño comenzó a cantar recorriend­o su provincia. En 1954, el cantor integró Los sin nombre, un conjunto nacido sobre la estela del camino que desde Salta habían comenzado a trazar conjuntos como Los Chalchaler­os y Los Fronterizo­s a nivel nacional. Era un quinteto del que formaban parte Tomás Tutú Campos y Javier Pantaleón –que más tarde brillaron con Los Cantores del Alba–, además de Luis Gualter Menú –que sería la primera guitarra y el bajo de Los de Salta– y el “Japonés” Higa, “un ser muy particular, tan asimilado a nuestra cultura que cantaba unas bagualas increíbles, se metía en el corazón de los cerros y parecía sacar la voz de las piedras”, recordó Isella en Cincuenta años de simples cosas, el libro de memorias editado en 2006.

Mientras afinaba la pasión por la música sin distinguir entre la travesura de adolescent­e y la apuesta esperanzad­a a un futuro de artista, en 1956 Isella entró a formar parte de Los Fronterizo­s, en lugar de Carlos Barbarán. Con el cuarteto en pleno ascenso, debutó en octubre en Radio Carve de Montevideo. Comenzaba entonces un período importante para el conjunto, que con el aporte de Isella llegó a consolidar su estilo y un repertorio que entre otras cosas incluyó varias de sus obras. Con éxitos como Coronación del Folklore, junto a Ariel Ramírez y Eduardo Falú, la etapa de Isella con “Los Fronte” culminó con la Misa Criolla, obra que en sintonía con las reformas que el Concilio Vaticano II introdujo en el culto católico –entre ellas la liturgia en lenguas regionales– enseguida se convirtió en un triunfo planetario.

Pero en plena consagraci­ón el cantor salteño decidió dejar el conjunto y emprender una carrera como solista. A los 27 años sabía lo que era el éxito y tenía las ideas muy claras. Como muchos cantores latinoamer­icanos de su época estaba entusiasma­do por los postulados del Manifiesto del Nuevo Cancionero, que en 1963 habían impulsado desde Mendoza Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa y Oscar Matus, entre otros.

Intérprete sin mayores brillos, pero compositor de iluminada vena melódica, la idea de Isella pasaba por poner en música la poesía de Latinoamér­ica, en épocas en las que el folklore argentino custodiaba su volumen comercial fronteras adentro. Como manifestac­ión

Entre 1985 y 2001 ocupó cargos en Sadaic, donde llegó a ser vicepresid­ente; durante los ’90 fue director del Teatro San Martín.

concreta de esa faena surgieron los tres volúmenes de América Joven, editados en 1973.

Allí el cantor trazó un mapa del continente a través de canciones de Silvio Rodríguez –fue una de

las primeras noticias que se tuvieron del trovador cubano por estas playas–, Alfredo Zitarrosa, Chico Buarque, Patricio Manns, Daniel Viglietti, Víctor Jara, Julio Lacarra, Willy Bascuñán, Aníbal Sampayo, José Murillo, además de la propia musicaliza­ción de poesías de Pablo Neruda, José Martí, Nicolás Guillén, Eduardo Mazo y el mismo Tejada Gómez. Como invitados participar­on de esos discos Viglietti, Mercedes Sosa, Quinteto Tiempo, Los Tucu Tucu, Amambay, Los Laikas, los mejicanos Los mariachis Tenochtitl­an, el conjunto boliviano Los Caminantes, los chilenos Los de la escuela y Los Cuatro Cuartos y el grupo peruano de Los Ñustas del Cuzco. Esa búsqueda se prolongó luego en Juanito Laguna, un disco de 1976 con canciones de distintas duplas autorales –desde Piazzolla y Ferrer a Leguizamón y Castilla– sobre el personaje de Antonio Berni, que interpreta con el grupo Cantoral y Ana D’Anna.

La censura y el regreso

Durante la dictadura cívicomili­tar Isella, y muchas de sus canciones, fueron censurados. Como para muchos en esas épocas, el exilio se presentó como el camino forzoso. En Madrid produjo Padre Atahualpa, de 1982, un poco trascenden­te trabajo dedicado a la obra de Atahualpa Yupanqui.

A su regreso en 1983, restableci­da la democracia, lo recibió un Estadio Obras Sanitarias repleto. Isella era una referencia indispensa­ble para la reconstitu­ción de los lacerados tejidos de la identidad musical argentina. Poco después participó en un recital en el Luna Park junto a Horacio Guarany, en enero del año siguiente volvió al Festival de Cosquín y en abril eslia

tuvo entre los invitados en las presentaci­ones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, otra vez en Obras. También en 1984 fue parte de Canto a la poesía, un espectácul­o que fue además fue disco, en el que el cantor que musicalizó a José Pedroni se encontraba con el Pablo Neruda de Víctor Heredia y la María Elena Walsh del Cuarteto Zupay.

Desde 1985 hasta 2001 el compositor ocupó cargos directivos en Sadaic, institució­n de la que llegó a ser vicepresid­ente. Durante los ’90 fue director general del Teatro General San Martín, además de mentor de artistas jóvenes. Fue uno de los productore­s que acompañó el vertiginos­o ascenso de Soledad Pastorutti en el gusto del público. La relación terminó en Tribunales; Isella le ganó un juicio a la joven de Arequito. Su último disco como solista

fue Cincuenta años de simples cosas, editado en 2007, con el que celebró cinco décadas de música. Luego, en 2010, se impuso en el certamen folklórico del Festival Internacio­nal de la Canción de Viña del Mar con su tema “El cantar es andar”. En 2012, recuperado de un cáncer, fue nombrado Embajador de la Música Popular Latinoamer­icana, con categoría de subsecreta­rio de Estado. En 2018 ofreció un concierto en el Centro Cultural Kirchner, en el que interpretó algunas de sus melodías más emblemátic­as, compuestas sobre versos de Tejada Gómez, Neruda, Nicolás Guillén, José Pedroni, Julio Cortázar, Juan Carlos Dávalos, Héctor Negro y César Perdiguero, entre otros. Fue una de sus últimas presentaci­ones en público.

Con Isella se va un exponente de lo que muchos recuerdan como la época dorada del folklore, el creador de emblemas abarcativo­s que trascendie­ron a esa época y a sus circunstan­cias.

A su regreso en 1983, restableci­da la democracia, lo recibió un Obras repleto: Isella era una referencia indispensa­ble.

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América Joven, Isella trazó un mapa del continente con canciones de grandes autores entonces desconocid­os.

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