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Bernardo Kordon, casi veinte años de silencio,

- por Vicente Battista

@costumbre

Olvidar a muchos de sus mejores escritores es una

nacional. Pienso en Benito Lynch y El inglés de los güesos, en Alfredo Varela y El río oscuro, en Alberto Vanasco y Sin embargo Juan vivía, en Juan José Manauta y

Las tierras blancas; pienso en los cuentos de Enrique Wernicke, de Humberto Costantini y de Daniel Moyano. El 2 de febrero de 2002, hace ahora diecinueve años, moría en un geriátrico de Chile, otro de nuestros grandes olvidados. Estoy hablando de Bernardo Kordon y quiero hablar del olvido que también padeció en vida.

En agosto de 1967, el Centro Editor de América Latina comenzó a publicar una historia de la literatura argentina, “Capítulo”, la habían bautizado, eran fascículos semanales que se distribuía­n en los kioscos de diarios y revistas de todo el país. El tercer número estuvo dedicado a la denominada “Generación Intermedia”, incluía a los autores nacidos entre 1905 y 1925. Bernardo Kordon había nacido en 1915 y en 1967 ya había publicado algunos de sus libros fundamenta­les. Seis años antes, Pablo Neruda celebró con palabras definitiva­s la reedición de uno de ellos, “Si algo verdadero, existente, lento y ácido, brusco y abismador se ha escrito sobre las soledades americanas, sobre nuestro hombre, vecino solitario, atormentad­o junto a la cordillera cruel, es este libro andariego y victorioso.” Se refería a Vagabundo en Tombuctú. Sin embargo, para aquel fascículo de Capítulo, Bernardo Kordon no existía. No se encuentra citado ni siquiera en un modesto pie de página.

Debo decir que a Kordon no le preocupó esa irreverenc­ia. Tal vez porque le gustaba andar de contramano: era un hombre de la izquierda argentina que, rara avis, había sabido comprender al peronismo desde sus orígenes. Miraba con gesto crítico al comunismo soviético, pero apoyaba con entusiasmo el modelo chino. Uno de sus orgullos era haber charlado cara a cara con Mao. No fue funcionari­o de ningún gobierno y nunca se lo vio deambuland­o por la cancillerí­a en busca de invitacion­es a congresos o eventos parecidos que le ayudaran a conocer el mundo. Prefirió arreglarse por su cuenta y con ese mismo espíritu nómada que supo impregnarl­es a sus personajes anduvo por casi todos los rincones de la tierra. Libros como A punto de reventar y Viaje nada secreto al país de los misterios: China extraña y clara, son buena prueba de ello.

Sus abuelos habían llegado a la Argentina desde Europa Oriental. Kordon contaba que cuando era un chico de cinco años, se quedaba horas sentado en el umbral de la casa del abuelo Isaac, mirando pasar los trenes de carga del Ferrocarri­l Oeste. Decía que le angustiaba ver a “la máquina sola, deslizándo­se como en un sueño, sin el esfuerzo de arrastrar vagones”. Le atormentab­a la soledad; no es casual que haya sido el tema recurrente de su literatura. En su familia no había cuchillero­s ni hombres del suburbio. Este detalle no le impidió transforma­rse en uno de los escritores que con mayor rigor y naturalida­d expresó a los marginados. Los hizo hablar con su propio lenguaje, manejó el tono coloquial y el lunfardo sin caer jamás en el pintoresqu­ismo o en el cocoliche. Con justicia se lo consideró uno de los iniciadore­s del “neorrealis­mo” urbano. Pero Kordon no soportaba los encasillam­ientos, su cuento “Un viejo camión de guerra” lejos está del género neorrealis­ta, Rodolfo Walsh lo incluyó en su célebre Antología del cuento extraño.

Hay dos cuentos largos o dos novelas cortas (como se prefiera) que dan la perfecta medida de su calidad narrativa. Me refiero a “Alias Gardelito”, que Lautaro Murúa llevó al cine en una película memorable, y a “Kid Ñandubay”. En las dos narracione­s, se plantea el viaje iniciático, el camino del héroe, con la soledad como destino final. Toribio Torres, el personaje de “Alias Gardelito”, es un muchacho tucumano que llega a la capital con el propósito de encontrar un sitio en el mundo. Jacobo Berstein, el personaje de “Kid Ñandubay”, es un muchacho porteño que se larga a las provincias con la misma intención. Toribio quiere ser cantor de tangos. Jacobo, campeón de box. A Toribio lo matarán de un tiro, “porque una vez dijo la verdad, cuando se sintió muy solo y buscó un amigo”. Jacobo, convertido en Kid Ñandubay, será la caricatura de un boxeador en la arena del Gran Circo Internacio­nal Palma, un pobre circo de nombre rico que deambulaba por pueblos perdidos del Chaco y Corrientes.

Kordon publicó su primer libro, La Vuelta de Rocha. Brochazos y Relatos Porteños, en 1936. Tenía 21 años, cuatro menos de los que tenía Borges cuando en 1923 publicó su primer poemario, Fervor de Buenos Aires. El costo de edición de ambos libros corrió por cuenta de sus respetivos autores, entonces se estilaba, hoy también. Cuenta Borges que dejó un ejemplar de Fervor de Buenos Aires en los bolsillos de los sobretodos que colgaban del guardarrop­a de

Nosotros, “una de las revistas literarias más antiguas y prestigios­as de la época”. El operativo tuvo sus frutos, en palabras de Borges: “Cuando regresé después de un año de ausencia, descubrí que algunos de los habitantes de los sobretodos habían leído mis poemas e incluso escrito acerca de ellos. De esa manera me gané una modesta reputación de poeta”. Con La Vuelta de Rocha. Brochazos y Relatos

Porteños, Kordon imitó ese operativo, así lo recordaba: “apenas aparecido el libro tomé un ejemplar y lo abandoné en un tranvía Lacroze, al azar del lector desconocid­o, que imaginé proletario y rebelde, lo que me induce a pensar que ya no escribía para mí sino para el otro”. No tuvo la misma fortuna de Borges, tal vez porque se dirigió a otros lectores.

A fines del año 1998 habrá sentido la misma soledad, la misma incomprens­ión, que había puesto en los huesos de Jacobo Berstein y de Toribio Torres, dijo que emigraría a Chile: “me voy porque Buenos Aires, para mí, ya no es más aquella tierra prometida. Me voy, la verdad, escapando a la mishiadura”. En Santiago pudo sobrevivir gracias a la generosida­d de Enrique Lafourcade, de Volodia Teitelboim y de otros escritores chilenos. Pasó sus últimos meses en el geriátrico “Amapolas”. Murió a los 87 años, dicen que jamás perdió su amor por Buenos Aires, dicen que cantaba tangos como se los habia hecho cantar a Toribio Torres, dicen que aspiraba a un último deseo: que sus manuscrito­s volvieran a la Argentina, quería que los enviaran a la Biblioteca Nacional.

En el año 1936 olvidó un ejemplar de su primer libró de cuentos sobre el asiento de un tranvía Lacroze, con la esperanza de que lo recogiera un lector capaz de comprender las historias que él había escrito. No sabemos quién levantó aquel libro, tampoco si lo entendió o no. Bernardo Kordon, empecinado, siguió escribiend­o. Lo hizo a lo largo de más de medio siglo. Antes de morir dejó un valioso número de manuscrito­s, pero en este caso no sobre el asiento de un tranvía que ya no existe, sino con un expreso deseo. Acaso en la Biblioteca Nacional le presten atención, sería un modo de ubicar a Bernardo Kordon en el sitio de honor que ciertament­e merece, por la calidad de su obra y por ese modo digno con que supo andar por el mundo.

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