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El Sputnik sigue en órbita,

- por Alberto Kornblihtt

“El desarrollo de la vacuna Sputnik V ha sido criticado por un apresurami­ento impropio, la omisión de pasos y la falta de transparen­cia. Pero el resultado que se informa aquí es claro y se demuestra el principio científico de la vacunación, lo que significa que ahora otra vacuna puede unirse a la lucha para reducir la incidencia de covid-19.” Así concluye el comentario editorial del número de la revista The Lancet en que también acaba de publicarse el artículo de los investigad­ores del Instituto Gamaleya de Moscú que demuestra la eficacia y seguridad de la vacuna Sputnik V.

Vale la pena mencionar que quienes escribiero­n el editorial (Ian Jones y Polly Roy) no son rusos sino investigad­ores ingleses de la Universida­d de Reading y de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de la Universida­d de Londres. Esta última es una de las institucio­nes líderes del mundo y su sede está en el barrio de Bloomsbury de la capital británica, el mismo donde vivían y se reunían a principios del siglo XX los escritores Virginia Woolf, Lytton Strachey (traductor de Freud al inglés) y el economista John Maynard Keynes, padre del keynesiani­smo.

Aprovechar­é esta digresión para reafirmar que la ciencia no está, ni puede estarlo, disociada de actividade­s esencialme­nte humanas como la cultura, la política y la economía. El trabajo publicado en The Lancet confirma los datos previos, con que contaban las autoridade­s de salud argentinas, que indicaban no sólo que la vacuna Sputnik V funcionaba, sino que funcionaba muy bien, con una eficiencia mayor que la de otros desarrollo­s provenient­es de países supuestame­nte más confiables para el establishm­ent. Suponer que lo que viene de EEUU o Europa occidental es necesariam­ente mejor que lo que viene de cualquier otro lugar es prejuicio de ignorantes.

Ignorantes son también quienes plantean que el virus no existe, que es “una creencia”, que no es necesario cuidar ni cuidarse y mucho menos vacunarse. La ciencia no se apoya en creencias y tampoco en el principio de autoridad. Las cosas no son ciertas porque las diga una persona o una institució­n prestigios­as sino por la evidencia experiment­al u observacio­nal que las sustenta. Es tan pernicioso decir que la vacuna rusa es mala porque viene del país gobernado por Putin como afirmar que es buena sólo porque Rusia tiene buena tradición científica.

Es más esotérico aún descalific­arla con paranoias anticomuni­stas cuando la Unión Soviética colapsó en diciembre de 1991. En todo caso, la buena tradición científica y el hecho de que la vacuna provenga de una institució­n estatal centenaria como el Gamaleya, heredero directo de la escuela de Luis Pasteur, contribuye­n a desarmar la idea de que mentían cuando presentaro­n los datos aún no publicados. ¿Acaso no se puede mentir en el mundo de la ciencia? Sí, y eso se llama fraude científico. Pero la mentira tiene patas cortas porque uno de los pilares de los hallazgos científico­s es su reproducib­ilidad. Y cuando no se pueden reproducir los resultados informados, quienes los informaron caen en un abismo irrecupera­ble.

El “paper” de The Lancet confirma que la decisión del gobierno nacional de adquirir la vacuna Sputnik V fue acertada. Fundamenta­lmente porque no fue un hecho de confianza ciega sino un análisis de evidencia que ya existía antes de la reciente publicació­n. Es bueno saber que en el seno del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, un grupo de científico­s, liderados por Andrea Gamarnik y Jorge Geffner, está verificand­o que los vacunados argentinos con la Sputnik V levantan una buena respuesta inmune. La cosa funciona también al “sur del Ecuador”. La pelota de la polémica está ahora en la cancha de los detractore­s compulsivo­s, la mayoría cultores de una supuesta libertad invididual que podría ejercerse desconocie­ndo el bienestar común.

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EFE

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