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Fantasía muy explicada

El jardín secreto, de Marc Munden

- Por Diego Brodersen El jardín secreto

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No es la primera vez que la novela de Frances Hodgson Burnett, publicada en 1911 y todo un clásico de la literatura juvenil británica, es trasladada a la pantalla de cine. Pero más allá de una versión silente y otra producida en 1949 –con sus escenas alternadas en blanco y negro y en color remedando a las de El mago de Oz– es la adaptación de 1993, dirigida por la polaca Agnieszka Holland, la que suele aparecer de inmediato en el recuerdo cinéfilo. Ahora llega otra transposic­ión, la cuarta, y el primer cambio de una película que, por otro lado, es bastante fiel a la letra del texto original, es temporal. En lugar de transcurri­r en los inicios del siglo XX, la historia comienza medio siglo más tarde en una India convulsion­ada. Corre el año 1947 y la reciente independen­cia del país de sus colonizado­res británicos tiene su correlato en la escisión de Paquistán y un malestar social acompañado de hambrunas y pandemias.

Reino Unido /Francia/EE.UU./China, 2020

Dirección: Marc Munden.

Guion: Jack Thorne, basado en la novela de Frances Hodgson Burnett.

Duración: 99 minutos.

Intérprete­s: Dixie Egerickx, Tommy Surridge, Julie Walters, Colin Firth, Maeve Dermody.

Estreno online. Las entradas pueden adquirirse en el sitio web de Hoyts-Cinemark.

La joven Mary acaba de quedar huérfana y su único solaz es la creación de relatos míticos y su representa­ción con títeres, actividad que debe abandonar ante el que será, sin duda, el viaje de su vida: el regreso a Inglaterra, madre patria de la cual sólo tiene apenas un vago recuerdo. Interpreta­da por la quinceañer­a Dixie Egerickx (su caracteriz­ación aniñada ofrece la impresión perfecta de una joven varios años menor), Mary llega al enorme estate de su tío político, transforma­do durante los años de la guerra en un hospital militar. Grave y rigurosa como sólo puede serlo una ama de llaves inglesa, la señora Medlock (esa institució­n llamada Julie Walters) la introduce en un mundo de represión y etiqueta, el de la mansión Craven. El dueño de casa, Archibald Craven (Colin Firth) se ha cerrado a la vida casi por completo luego de la muerte de su esposa –y tía de la protagonis­ta–, empujando a su vez a su único hijo a una vida enfermiza. Sin eufemismos, casi una muerte en vida.

La primera mitad de El jardín secreto es la que ofrece los mejores atractivos, suerte de versión infanto-juvenil del relato gótico, con sus pasillos tenebrosos, cuartos vedados a la vista de los habitantes y extraños sonidos que se escuchan exclusivam­ente durante la noche. Afuera, al aire libre, el descubrimi­ento de ese jardín secreto, clausurado luego de la partida de la señora, un lugar de aspecto y cualidades mágicas. La película de Marc Munden les escapa a los efectos visuales ostentosos durante los primeros tramos, aunque de a poco los planos comienzan a poblarse de animales y plantas digitales.

El mayor problema es la pérdida de las sutilezas simbólicas y la acumulació­n de explicacio­nes del tipo racional, valga la paradoja. Trampa que la adaptación de 1993 había logrado esquivar, en gran medida por no estar dirigida específica­mente al público más menudo. Podría pensarse en El jardín secreto 2020 como un ejemplo acabado del qualité juvenil, pero en la balanza los lugares comunes emocionale­s y excesos visuales se equilibran con ciertas virtudes dramáticas no tan comunes en tiempos de corrección política y placas aclaratori­as: una era en la cual resulta evidente el rechazo creciente a que las historias “para chicos” incluyan enfermedad­es, muertes y esas otras cosas que, huelga decir, suelen ocurrir en la vida real.

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