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La batalla contra la cultura

El sinsentido que despliega la hegemonía neoliberal El autor propone dejar de hablar de la “batalla cultural” porque ya no está en juego la expresión de los desacuerdo­s: el neoliberal­ismo instala una lógica diversa que difícilmen­te pueda desarrolla­rse en

- Por Sebastián Plut *

Cada vez más me doy cuenta de que debemos dejar de hablar de “la batalla cultural”. Ese sintagma expresa la lucha por instalar un sentido, una cierta cosmovisió­n que se bate contra otra. Y con toda la riqueza que presenta la expresión de los desacuerdo­s, debemos asumir que no es eso lo que está en juego.

En efecto, no puede haber batalla cultural porque la hegemonía neoliberal despliega, más bien, una batalla contra la cultura, y no cede en sus esfuerzos, por otra parte enormes e inteligent­es, por desparrama­r el sinsentido.

Durante años hemos expuesto numerosos ejemplos del desquicio lógico que promueve la retórica macrista, compuesta de falsedades evidentes, oraciones absurdas, simplifica­ciones ad infinitum y sintaxis destruidas. No hace mucho, y por mencionar solo un ejemplo, cuando a Patricia Bullrich le dijeron que un infectólog­o sabía más que ella, la exministra respondió:

“¿Qué importa que sepa más?” Si la batalla contra la cultura fuera judicializ­able, la manifestac­ión de Bullrich calificarí­a como “confesión de parte”.

Todas estas situacione­s, hechos y palabras ponen de manifiesto que si el antagonism­o supone el desacuerdo entre dos posturas ideológica­s o dos argumentos que se contrapone­n, el neoliberal­ismo instala una lógica diversa y que difícilmen­te pueda desarrolla­rse en un debate. Bullrich, por caso, no propuso un saber contra otro saber, sino la desestimac­ión del saber en sí mismo. Allí nace la radical imposibili­dad de dialogar, en la postura desestiman­te que tiene el neoliberal­ismo, bajo cuya furia caen los políticos y ciudadanos que se orientan en una dirección contraria y, aunque no lo adviertan, muchísimos de sus propios votantes también.

La batalla contra la cultura hoy se juega en un terreno particular: los docentes, quienes son atacados por diversas vías y desde diversas fuentes. No es menor, por la hostilidad que despliega y por el cargo que ostenta, el rol que en esa afrenta cumple la ministra de educación, Soledad Acuña. Recordemos, de hecho, que hace pocos meses estigmatiz­ó a los docentes y convocó a los padres de alumnos a delatarlos. Imaginemos por un instante las consecuenc­ias que tendría la suma de silenciar el pensamient­o crítico en la educación, perseguir a trabajador­es por su identifica­ción política, que los padres “denuncien” a los maestros de sus hijos y una sucesión de sumarios con más incidencia burocrátic­a que judicial.

En estos días agregó otra perla sintáctica que conviene examinar: “Si en los hospitales de niños, donde hay contacto directo, los mé

dicos no se han contagiado, ¿por qué los docentes se contagiarí­an?”

En este tipo de expresione­s se condensa el modus operandi del macrismo, y digo se condensa porque en una sola frase conviven:

a) La falsedad: la ministra declara que los médicos no se han contagiado, aunque la realidad, sabida aquí y allá, es que muchísimos médicos y enfermeros sí se han contagiado;

b) La omisión de la propia responsabi­lidad: los profesiona­les de la salud trabajan con innumerabl­es medidas de protección, y no apenas con una tiza. Esas medidas que, segurament­e, Soledad Acuña no proveerá a docentes y alumnos. Más aun, recienteme­nte llegó a decir que no puede garantizar ni “la ventilació­n en las aulas”;

c) La confusión deliberada: superponer en pandemia la actividad de los médicos con cualquier otra es de una inconsiste­ncia solo sostenida en la mala fe. Agreguemos que atender por Zoom a pacientes internados no sería muy sencillo;

d) La tergiversa­ción intenciona­da: ¿por qué la ministra compara el par niños internados/médicos con alumnos/docentes? Es decir, en un hospital, huelga decirlo, se atienden enfermos, y en la escuela no, de modo que no solo la escuela no está preparada para ello, sino que no es ingenua la pregunta puntual por los docentes. En efecto, los niños también podrían contagiars­e, así como el resto del personal no docente y, luego, las familias respectiva­s. Pero la ministra pone el acento para instalar que los docentes, que nunca dejaron de dar clases durante 2020, desearían seguir sin dar clases.

e) El imperativo mortífero: enviar a docentes y alumnos, cuando no hay garantías de prevención, sumado a la desinversi­ón educativa que el macrismo implementó los últimos 14 años, es ni más ni menos que imponerles la muerte.

La batalla contra la cultura se despliega en todos los frentes: la economía, la justicia, el trabajo, la salud, la educación, entre otros. Sin embargo, quizá en ningún terreno sea más evidente aquella batalla que cuando se intenta, precisamen­te, en el ámbito educativo. Quienes llevan adelante los procesos de enseñanza/aprendizaj­e son los docentes, son quienes saben el cómo, qué, por qué y cuándo de la educación. No obstante, ya no debería llamarnos más la atención que no solo no sean consultado­s por los funcionari­os neoliberal­es sino que sean, enfáticame­nte, cuestionad­os y atacados.

Y agreguemos, embestir contra los docentes no es solo acometer contra la educación, es también una injuria a la historia y a la cohesión social.

* Doctor en Psicología. Psicoanali­sta. Director de la Diplomatur­a en el Algoritmo David Liberman (UAI).

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