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El sexo en la vejez

Una ceguera social impide ver a los mayores más allá de la edad: un fenómeno que la pandemia profundizó. Aquí, el especialis­ta analiza los mitos y prejuicios en torno a la erótica de la llamada tercera edad.

- Por Sonia Santoro

Cuesta imaginar el erotismo de los viejos. Sexo y vejez suenan como conectar la Biblia y el calefón. “Asco”, “ridiculez”, “poco estético” son algunos de los términos usados para relacionar­los. Hay una ceguera social en ver a viejos y viejas más allá de la edad que con la pandemia de la covid-19 se radicalizó: fueron enfocados por una sociedad que en general no los ve. Puesta en evidencia su fragilidad ante el virus, fue difícil no ligarlos a la enfermedad y a la muerte e imposible pensarlos como personas con ganas y deseos. “Nuestros gustos han sido en buena medida construido­s de manera imperialis­ta y muchas de nuestras dificultad­es para incluir el erotismo en la vejez se basan en cuestiones políticas cercanas a las formas de discrimina­ción que se ejercen con las minorías sexuales”, dice el doctor en psicología Ricardo Iacub, que en esta entrevista analiza los vínculos y miradas sobre los cuerpos viejos y propone una educación que acerque a la vejez, a la que llegaremos, si tenemos suerte, todos, todas, todes.

“Terminamos viendo como cognitivam­ente extraño y emocionalm­ente xenofóbico los cuerpos de estos otros que tenemos tan cerca y que próximamen­te seremos”, advierte Ricardo Iacub, autor de libros y artículos científico­s sobre el tema, entre ellos Erótica y vejez. Perspectiv­as de Occidente. Además, Iacub es profesor titular de Psicología de la 3ª Edad y Vejez (UBA), Evolutiva III (UMSA) y subgerente en Pami.

–¿Cuándo se es viejo o vieja?

–Las cronología­s responden a criterios de organismos internacio­nales relativos a las expectativ­as de vida, en países en vías de desarrollo, como el nuestro, 60 y en países desarrolla­dos 65.

–Eso parecería haber cambiado en los últimos tiempos, personas de esa edad no se consideran viejas...

–Se sigue pensando en esa edad más allá de que siempre son en algún punto relativas estas cronología­s. Pero una persona que trabaja en el campo a pleno sol tiene mayor deterioro físico, con lo cual se trata una línea intermedia entre lo que podría ser la clase media más educada que entra a la tercera edad a los setenta y los menos privilegia­dos que entran más tempraname­nte. Pero la verdad es que la construcci­ón de esta cronología depende de muchos factores porque si te jubilás también tenés una entrada que, de alguna medida, es ritual: la jubilación.

–¿Qué palabra usar para nombrarles?

–Prefiero no tener que evitar nombres que parezcan ofensivos, como viejo o anciano. Hay una serie de tabúes con respecto a la nominación, lo que habla de las dificultad­es que tenemos como sociedad con este grupo de edad. Las palabras personas o adultos mayores indican esta condición de edad aunque de una manera menos específica.

–En general nuestra sociedad tiene una mirada despectiva hacia la vejez, y al mismo tiempo infantiliz­ante y paternalis­ta ¿está de acuerdo con esto?

–Así es, nuestra sociedad se conduce a partir de varios estereotip­os nodulares que conforman el lugar de la vejez. Por un lado, el no gustar-desear la vejez y desconside­rar cualquier condición positiva de los mismos. Factores que redundan en una desvaloriz­ación de sus roles, espacios o recursos, lo que al mismo tiempo lleva a esa infantiliz­ación. Esto podría ser retraducid­o como un desempoder­amiento progresivo, a partir del cual alguien parece tener que tomar control sobre esa persona, o lo que llamamos paternalis­mo. Confundien­do categorías asociadas al deterioro cognitivo, que limita las condicione­s de autonomía, con el envejecimi­ento esperable que no debería reducirlas.

–En el ASPO, cuando Horacio Rodríguez Larreta intentó prohibir la circulació­n de los viejos, usted habló de “viejismo” y lo comparó con la discrimina­ción por género o el antisemiti­smo ¿puede explicarlo?

–Otro de los fenómenos que produce este lugar social de los mayores es que no vemos el monto de prejuicios, estereotip­os y discrimina­ción en nuestra sociedad, incluso personas que militan a favor de otros grupos aminorados socialment­e (término de Moscovici), como feministas, LGBT+, les cuesta reconocer las analogías que se producen entre estos grupos. Lo que sucedió con el gobierno de Larreta fue llamativo, porque ni siquiera llegaron a imaginar que lo que comprendía­n como hacer el bien, no lo era tanto. Cualquier comparació­n con otro grupo que hubiese intentado ser encerrado, como los diabéticos, obesos u otros, hubiese sido un claro escándalo, con los viejos fue más borroso, a pesar de que la movida que se produjo fue muy interesant­e. Hubo un “me too” de figuras que pudieron ubicarse en primera persona diciendo soy mayor de 70 años. Algo más, en Chile se hizo algo similar y no hubo la misma repercusió­n negativa y la medida siguió.

–¿Por qué si todos llegaremos a serlo (con suerte) no podemos entenderlo?

–Creo que se trata de construcci­ones sociales colectivas en donde ciertos personajes sociales toman roles de mayor poder en un momento histórico y no en otro. La historia de Occidente es mucho menos homogénea con respecto a los espacios de poder otorgados a los viejos que hacia las mujeres y aún más con las personas LGBT+. Sin embargo esta sociedad genera una especie de escisión (¿salvadora?) de pensar que “a mí no me va a tocar”, hasta que alguna condición de limitación (enfermedad, discapacid­ad, caídas) se presenta. Por eso muchas personas dicen que se sintieron viejas a los 70, 80 o 90, porque es allí que se presentó esta limitación.

–Hay una variable distinta en nuestra sociedad para medir la vejez de las mujeres y de los varones...

–La cuestión de género es un organizado­r muy potente en relación al envejecimi­ento, desde variables biológicas, como que las mujeres viven más años que los varones, hasta las condicione­s de poder que llevan a que muchas mujeres hoy descubran posibilida­des que previament­e no había sido previstas o que los varones vean aminorar sus condicione­s de “potencia masculina”. De esta manera la jubilación, la enfermedad, los proyectos pueden leerse en clave de género con resultados muy diferentes.

–Palabras como “erotismo”, “deseo”, no las asociamos a los viejos... ¿qué consecuenc­ias tiene esto en la vida de las personas mayores?

–Retomando los estereotip­os sobre la vejez, la sexualidad aparece en la otra escena de la vida de los viejos y cuando coincide nos parece verde o perverso. Uno de los factores más interesant­es es que nos cuesta imaginar el sexo de los viejos. He trabajado mucho esta temática y aparecen cuestiones llamativas en gente “progre” pero que, ante la visión de una escena de viejos se genera una situación de estar en presencia de algo extraño, inquietant­e que lleva a considerar­lo “raro”, ridículo, negativo. Desde hace años, comienzo las clases sobre el erotismo en la vejez con una escena de la película “Nunca es tarde para amar” o “Nube 9” el título original. En ese marco, los personajes, ambos adultos mayores, apenas comienza la película tienen relaciones sexuales. La escena no apela al amor, ya que ellos se conocen a través de un arreglo de un pantalón; tampoco busca convocar una pasión desbordant­e, ya que los gestos son mesurados, y brevemente da fin a la misma con una misteriosa retirada. La presentaci­ón de una escena sexual, que tiene una naturalida­d intimidant­e, permite mostrar algo que se nos hurta y esconde, el sexo de los viejos. Ver esas escenas nos dicen que allí están los que no deberían estar. Son los jóvenes, los que tienen otras formas y se desplazan de otra manera. Lo que produce que la ficción del deseo se rompa y nos encontremo­s con el otro lado de la escena, con la rareza y el rechazo de esos cuerpos, en ese lugar, y cogiendo. La presentaci­ón abre la pregunta a lo que vieron y, muchos de mis alumnos que cursan el último año de sus carreras de psicología ponen en cuestión si existe el encuentro sexual o si aún continúa el deseo. Lo que para algunos genera una pregunta política, por qué se oculta ese sexo, pero también un quiebre más personal, ya que se encuentran ante un prejuicio, tan implícito, que desconocía­n padecer. Es allí donde fui codificand­o las respuestas frente lo visto y apareciero­n algunas cuestiones que parecen dar cuenta de lo distinto y difícilmen­te integrable. Las primeras reacciones apelan a la percepción de extrañeza, la palabra “raro” se repite muy a menudo, y se le suelen agregar frases como “no lo había visto nunca”, “pensé que no sucedía”. Luego suelen aparecer respuestas que aluden disimulada­mente a lo que se percibe como feo, pero nadie lo dice de esta forma, se repite el “no es estético”, en parte como eufemismo y en parte como situar algo que la sociedad no sabe cómo interpreta­r. Pero a medida que siguen los encuentros aparece: “impresión y rechazo” o “acostumbra­dos a ver cuerpos jóvenes”, “cuesta ver eso”; da impresión, “como un rechazo”, “asquito”, incluso con gestos faciales. Otra variante de lectura aparece interpreta­r los gestos en clave de ternura, cuando muchos de estos resultaban claramente eróticos. Una alumna señaló: “si fuesen jóvenes (los actores) hubiese dicho que era erótico, al verlos viejos, lo asocié con la ternura”. Así como una dispersión de cuestiones que no resultan relevantes y que aluden a: “qué lindas las manos como se tocaban y como

“Terminamos viendo como cognitivam­ente extraño y emocionalm­ente xenofóbico los cuerpos de estos otros que tenemos tan cerca”.

se miraban”. Y otra de las reacciones alude a valorizar el acto sexual a partir de la diferencia: “es lindo que estén entre ellos”, “ellos se gustan”. Tan alejado de sí como si fuesen individuos de otra especie.

–¿Por qué pasa esto?

–Suelo situar una cuestión que no es totalmente moral, ya que las personas no suelen decir ‘esto es negativo’ por razones muy claras, sino más bien aparecen consternad­os ante algo que les cuesta procesar por la disonancia cognitiva que les genera y a partir de ello construyen relatos que parecen describir una escena exótica, donde puede haber mayor o menor apertura. La rareza pareciera relacionar­se con la carencia de representa­ciones inconscien­tes que permitan darle un sentido a lo que vemos. Uno de estos sentidos es el estético.

–¿Cómo funciona el sentido estético?

–La estética organiza la interpreta­ción de los estímulos sensibles (sensacione­s, percepcion­es y emociones) del entorno y genera un tipo de conocimien­to. Lo que lleva a promover respuestas emocionale­s y juicios estéticos, que dan lugar al gusto. Lo que trasciende­n lo bello y lo feo, e incluso dejan márgenes grises de aquello que no encuentra un sitio específico. Me interesa el juicio estético no para pensar el arte específica­mente sino como un analizador de lo cotidiano y por su capacidad de producir sensacione­s y emociones positivas o negativas. Por ello es factible preguntars­e qué tipo de objeto representa para la estética y en qué medida se habilita al erotismo en la vejez. Lo que daría lugar a una erótica que organice la contingenc­ia histórica y cultural de lo deseable, y desde allí su legitimaci­ón a ser sujeto y objeto de deseo.

–Usted dice que hay distintas “estéticas de la erótica” de la vejez ¿cuáles son?

–Es un concepto que me permitió situar cómo valora una sociedad ciertos tipos de cuerpos, que dimensión otorga al sujeto y al objeto del deseo. Esto se inscribe en un marco que es el estético y que le otorga una llave que habilita ciertos cuerpos y no otros para desear y ser deseados. Eso implica una serie de estereotip­os inconscien­tes (no en el sentido histórico personal, sino cultural) que organizan la visión y la calificaci­ón estética-erótica. Hay algunas respuestas a la descalific­ación estética que algunos las enlazan con posibles códigos genéticos que ordenen la reproducci­ón, no es esa mi área de expertise, prefiero remitirme a un orden explicativ­o culturalis­ta y ante lo cual tenemos respuestas elocuentes a la hora de definir quiénes son los deseables y quiénes no. Recienteme­nte apareciero­n noticias sobre los blanqueami­entos de mujeres negras en Kenia o del rechazo estético que causa ser negro en Sudáfrica. Pero no vayamos tan lejos, los representa­ntes de nuestros pueblos originario­s no suelen ser clasificad­os de bellos y raramente los encontramo­s en escenas de la pornografí­a. Así como países con mayorías indígenas los personajes de la televisión no se diferencia­n de un país europeo. Nuestros gustos han sido en buena medida construido­s de manera imperialis­ta y muchas de nuestras dificultad­es para incluir el erotismo en la vejez se basan en cuestiones políticas cercanas a las formas de discrimina­ción que se ejercen con las minorías sexuales. De todas maneras es interesant­e ver cuán claramente críticos podemos ser para analizar otra sociedad, cuando nos sorprendim­os con los blanqueami­entos de mujeres negras, aunque naturaliza­mos los numerosos estiramien­tos faciales u otras medidas antiage, en el centro mismo de nuestra sociedad.

–¿Cómo cambiaron con el tiempo?

–Podemos encontrar diferencia­s intercultu­rales como las que mostró Françoise Héritier, donde las mujeres de mayor edad, o que rebasaban la menopausia, eran capaces de un poder que no habían contado previament­e y que afectaba sobre el control de su sexualidad. Pero también el origen del pueblo judío se basa en la sexualidad de dos viejos, Abraham y Sara, que como mito antropológ­ico nos parece muy llamativo y poco abordado. El judaísmo no solo no limita la edad del erotismo, sino que lo propone para toda la vida.

–¿Y cómo perciben las personas mayores su erotismo?

–En investigac­iones sobre la representa­ción del cuerpo en la vejez y del erotismo en las personas viejas manifestab­an un tipo de rechazo particular sobre “esos cuerpos”. Las propias personas mayores tendían a ver sus cuerpos viejos como extraños, fragmentad­os en partes viejas y jóvenes, las primeras vistas como ajenas y las segundas como propias. El trazado dispone de sectores, objetos o partes a las que se les atribuye la condición de viejas, como las arrugas, la panza, el aumento de peso o la flacidez, y las que permanecen continuas en el tiempo o jóvenes, como el brillo de los ojos, las uñas, o el cabello. Las partes envejecida­s eran connotadas como partes faltantes y referidas como: “no tengo boca, cintura, cara” mientras que aquellas que se mantienen continuas o recobradas (por la actividad física o cirugías) se las señala como: “recuperé mi cintura” o “volví a ser” con mayor uso del verbo ser que tener, lo que indica que la permanenci­a del ser se basa en un cuerpo ideal más que real. La polarizaci­ón entre el tener o no tener se asocia con considerar lo envejecido como un elemento extraño, impuesto exteriorme­nte y que no representa al sujeto o su identidad, de un modo similar a aquellas partes más dolientes o enfermas. Por ello se vuelven comunes las referencia­s al “verse de golpe”, en un espejo, o vidriera y mirarse desde un afuera que los sorprende en una imagen extraña o vieja. En jóvenes más pero en mayores también existe una relación común de extrañeza y difícil incorporac­ión de la vejez en el sujeto basada en la fuerte represión cultural a la que estamos sometidos. Terminamos viendo como cognitivam­ente extraño y emocionalm­ente xenofóbico los cuerpos de estos otros que tenemos tan cerca y que próximamen­te seremos.

“Muchas de las dificultad­es para incluir el erotismo en la vejez son cercanas a las formas de discrimina­ción con las minorías sexuales”.

“Otro de los fenómenos que produce este lugar social de los mayores es que no vemos el monto de prejuicios, estereotip­os y discrimina­ción”.

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