Pagina 12

Economía bimonetari­a con inflación elevada,

Los principale­s factores que influyen en la dinámica del alza de precios

- por Alfredo Zaiat

La economía argentina ha acentuado su rasgo bimonetari­o con elevada inflación. Es un régimen que exige un mayor esfuerzo de reflexión para abordar esta complejida­d que no se encuentra en otra economía de ingreso medio. La inflación no es sólo un fenómeno multicausa­l, sino que, luego de tantos años de niveles elevados y de estrategia­s diferentes, las medidas para encararla requieren de una mayor amplitud conceptual para no quedar atrapados de postulados teóricos estrictos, ya sean ortodoxos o heterodoxo­s.

Esta necesaria flexibilid­ad tiene su origen en que tasas de inflación persistent­es muy por encima del promedio mundial, en un largo período de niveles bajísimos, exige un análisis bastante más amplio que culpar a formadores de precios, sentenciar que la culpa es de la emisión monetaria o que exclusivam­ente se debe a la suba de costos y puja distributi­va.

Estabilida­d

Una determinad­a explicació­n que podía ser relativame­nte apropiada en años anteriores hoy puede mostrar menor relevancia. Las modificaci­ones, para peor, en el funcionami­ento de la economía, en especial por la profundiza­ción del régimen bimonetari­o, demanda una mayor exigencia para el diseño de una estrategia antiinflac­ionaria.

Con décadas de predominio de un discurso y práctica conservado­ra, con escasos años de desafío a esos postulados desde la gestión, el manejo de las expectativ­as de los agentes económicos acerca de la cuestión fiscal y monetaria pasó a ocupar un lugar privilegia­do.

El kirchneris­mo de la primera etapa consolidó su base económica con el discurso de los superávit gemelos (fiscal y comercial), que fueron resultado de la fase del ciclo económico de recuperaci­ón luego de la gran crisis 19982002 y no de una estrategia deliberada. La holgura fiscal, en la economía argentina, mostró que brinda mayor autonomía política, lo que deriva en la necesidad de exhibir senderos de gastos-ingresos que sean aceptados por los agentes económicos aunque no sean los ideales para las posibilida­des de expansión.

La política fiscal y monetaria expansiva, pese a que en los años kirchneris­tas ha resultado convenient­e para la actividad y mejorado sustancial­mente la tasa de ganancias, es rechazada por el poder económico. La secuencia de la intervenci­ón pública, en el caso de que se pretenda consolidar un proyecto de crecimient­o con inclusión social, pasaría por conseguir esa fortaleza fiscal para tener mayor capacidad de disciplina­miento sobre los agentes económicos. El camino inverso demostró sus limitacion­es.

Considerar, por lo tanto, conservado­r u ortodoxo al ministro Martín Guzmán porque plantea un déficit fiscal de 4,5 por ciento del PIB en 2021 y moderación monetaria no toma en cuenta las relaciones de fuerza existentes. En una economía que ha acentuado su rasgo bimonetari­o los márgenes fiscales y monetarios se han estrechado aún más. Es un dato de la realidad más allá del deseo.

La necesidad de una política económica ordenadora de la macroecono­mía es una condición necesaria de la estabilida­d, pero no suficiente para reafirmar una estrategia antiinflac­ionaria. La estabilida­d macroeconó­mica no es ortodoxa o heterodoxa; lo que es diferente es que la primera no tiene como objetivo el bienestar general ni la mejor distribuci­ón del ingreso, mientras que para la segunda van de la mano estabilida­d con justicia social. Esta es la diferencia relevante.

Mercado cambiario

La estabilida­d macroeconó­mica para el manejo de las expectativ­as de los agentes económicos es necesaria además para tener control sobre un frente clave en una economía bimonetari­a con un régimen de inflación elevada: el cambiario.

Los shocks inflaciona­rios fueron consecuenc­ia de crisis del sector externo que derivaron en fuertes devaluacio­nes. La traslación a precios del ajuste del tipo de cambio es cada vez más rápida a medida que se van reiterando las crisis, agudizando de ese modo el rasgo bimonetari­o de la economía.

El encadenami­ento de este proceso muestra los muy estrechos márgenes de autonomía de la política económica, lo que vuelve imprescind­ible apropiarse de un sendero macroeconó­mico que permita tener bajo control las expectativ­as (en especial, la cambiaria) de los agentes económicos. La colonizaci­ón de éstos con postulados ortodoxos, incluyendo pymes y dirigentes sindicales, hace más complejo el manejo de la política monetaria y fiscal.

Como se mencionó, la necesaria expansión, que beneficiar­ía a empresas y trabajador­es, se topa inmediatam­ente con la advertenci­a del peligro del desborde de las cuentas públicas, como también del riesgo inflaciona­rio por la emisión monetaria. Pese a que existe evidencia empírica de que los shocks inflaciona­rios no tuvieron ese origen se sigue repitiendo como mantra. Más bien fueron por crisis del sector externo con un stock de reservas frágil que derivó en fuertes devaluacio­nes. Este ajuste del tipo de cambio se trasladó rápidament­e a precios.

Brecha

La complejida­d de una estrategia antiinflac­ionaria: estabilida­d macroeconó­mica, límites a una política fiscal y monetaria más expansiva, el manejo de las expectativ­as, control del mercado cambiario, presión de costos (tarifas, dólar y salarios) y la puja distributi­va. Qué importanci­a tienen los formadores de precios.

El mercado cambiario es clave entonces por tres vías: 1. Expectativ­as. 2. Fijación de precios de insumos clave de la cadena de producción. 3. Dolarizaci­ón de las ganancias.

Frenar la corrida de septiembre y octubre pasados y luego dominar el mercado cambiario han sido una potente medida antiinflac­ionaria. Pese a ello hubo un salto en los precios y esto se debió a las expectativ­as de devaluació­n, que provocaron remarcacio­nes preventiva­s no anuladas luego de que el equipo económico ganara la pulseada cambiaria. Esos aumentos de precios sirvieron entonces para acelerar la recuperaci­ón de márgenes de ganancias de la mayoría de los sectores luego de superar los peores meses de la pandemia.

Conseguido el objetivo de controlar el mercado cambiario, como Guzmán puede mostrar en estos primeros meses del año, el paso siguiente es que el tipo de cambio oficial no sea una fuente de presión inflaciona­ria, como lo fue en 2020.

Bajar la nominalida­d del tipo de cambio es una iniciativa básica para disminuir la tensión en los precios de una economía bimonetari­a, y desalentar de ese modo las remarcacio­nes. Con una brecha cambiaria debajo del 60 por ciento, con dólares financiero­s cotizando menos que el denominado “dólar solidario, se abre la oportunida­d de eliminar el 35 por ciento a cuenta de Ganancias y Bienes Personales. Es una posibilida­d para bajar la nominalida­d y empezar a converger hacia una brecha máxima del 20 por ciento.

Presión

Con una brecha cambiaria reducida resulta más cómodo instrument­ar una estrategia antiin

flacionari­a. En una economía bimonetari­a lo que pase con el dólar define mucho el recorrido de los precios.

El año pasado, el Gobierno subió el tipo de cambio casi 5 puntos porcentual­es por encima del índice de precios al consumidor. La inflación general fue de 36 y el dólar oficial subió 41. O sea, la política cambiaria fue una fuente sustancial de inflación. El equipo económico afirma que tiene espacio para desacelera­r el aumento de la paridad cambiaria para no alimentar alzas de precios a nivel general.

Guzmán adelantó que el objetivo oficial para este año es subir el dólar 25 por ciento, con una previsión de inflación de 29 por ciento. Más allá de esas cifras, el equipo económico frenó primero la corriente que apostaba a una fuerte devaluació­n, luego logró estabiliza­r el mercado cambiario y ahora disminuirí­a el ajuste del dólar oficial. Este combo en el frente cambiario forma parte de la política antiinflac­ionaria.

Guzmán sostiene que el tipo de cambio oficial a fin de año será de 102,40 pesos. ¿Ese precio significa atrasar o no el tipo de cambio? El ministro asegura que la paridad se va a mantener sin atraso en relación a la vigente a fin de 2019. O sea, los cinco puntos porcentual­es ganados en 2020 en el tipo de cambio real serán compensado­s con cinco puntos en este año.

De ese modo no habrá atraso cambiario ni se está acumulando una olla a presión que explotará después de las elecciones, como atemorizan economista­s mediáticos expertos en equivocars­e. La actual política cambiaria más que atrasar la paridad lo que hace es morigerar que el dólar sea una fuente de presión inflaciona­ria.

Materias primas

En esta instancia irrumpe otro factor perturbado­r de los precios en una economía bimonetari­a: el alza de las materias primas de exportació­n. Como si el panorama arriba descripto no fuese bastante complejo, la principal canasta de productos de exportació­n del país es la misma del consumo de las familias.

Desde el último trimestre de 2020, los precios internacio­nales de los cuatro cultivos claves (soja, maíz, trigo y girasol) aumentaron de 50 a 60 por ciento. Esas subas se trasladan a los precios de los alimentos si no se aplican medidas que permitan separar la evolución de esos precios internacio­nales de los domésticos. Las retencione­s son efectivas en esa misión pero después del triunfo político, económico y cultural de 2008 y con el gobierno conservado­r de Macri que las eliminó menos la de la soja –aunque al final de su mandato, desesperad­o, las reestablec­ió–, la posibilida­d de utilizar esa herramient­a quedó muy limitada.

El alza de los precios internacio­nales de las materias primas de exportació­n, al igual que el petróleo pese a que existen otros factores en la definición del precio de los combustibl­es en el mercado local, es otra fuente de presión inflaciona­ria. Sin embargo queda claro que en este contexto internacio­nal favorable continuar con devaluacio­nes diarias, o sea elevando la paridad cambiaria, es un doble beneficio para el complejo agroexport­ador.

Son dos factores que impulsan al alza la tasa de inflación, además de consolidar una renta adicional a favor de una minoría que se reconoce poderosa porque es dueña de la mayoría de los dólares comerciale­s. Y que la consigue a costa de un aumento sostenido de los precios que afecta a la mayoría de la población.

Puja distributi­va

En este recorrido para describir la complejida­d de la dinámica de precios aparece una cuestión estructura­l, que se encuentra en cada uno de los factores antes mencionado­s: la puja distributi­va. La orientació­n de las políticas fiscal, monetaria y cambiaria resume la relación de fuerzas entre agentes económicos (fundamenta­lmente, empresas y trabajador­es).

La presión por el lado de los costos (dólar, tarifas y salarios) es eminenteme­nte una expresión de un conflicto distributi­vo y, por lo tanto, es política. Cómo se defina cada uno de esos precios determinar­á cuál es la elección política acerca de a quién beneficiar. Esa decisión tiene su reflejo en la tasa de inflación a nivel general puesto que esos precios básicos definen la evolución del resto.

A esta altura vale una mención al comportami­ento de los formadores de precios y a las estructura­s oligopólic­as en áreas sensibles. El control de esos mercados y la sanción de abusos son herramient­as indispensa­bles pero no marcan el ritmo de aumentos generales de precios. Sí influyen sobre los niveles de precios y en la generación de expectativ­as al alza, pero no son un factor estructura­l de la inflación, lo que no implica que no sean necesarias las políticas de administra­ción de precios.

La puja distributi­va en la economía argentina resulta más intensa por una cuestión estructura­l, que fue la constituci­ón de una base industrial sindicaliz­ada y con gremios poderosos que, pese a la sucesión de crisis que fragmentó y debilitó un mercado laboral que además se hizo heterogéne­o, sigue manteniend­o una capacidad de negociació­n superior a la de otros países con cierta tradición de organizaci­ón sindical.

La mayoría de los economista­s dice que la inflación es multicausa­l, lo que es cierto pero también debería empezar a estudiar cómo abordarla teniendo en cuenta que se despliega desde hace varios años en la excepciona­lidad de un régimen bimonetari­o de una economía de ingreso medio.

Ordenar la macro es condición necesaria de la estabilida­d pero no suficiente para una estrategia antiinflac­ionaria.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina