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Freddie, Diego, viaje a un universo paralelo

A 40 años de la visita de Queen a la Argentina

- Por Eduardo Fabregat MUSICA

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La imagen hoy no sorprender­ía a nadie, y de hecho con el correr del tiempo se convirtió en un ejemplo recurrente del tribuneris­mo aplicado a los bises de un concierto de rock internacio­nal. En el centro del escenario de Vélez Sarsfield, Freddie Mercury con una camiseta de la Selección Argentina: un gesto que mereció la sorprendid­a reacción de Fernando Bravo en su transmisió­n radial, hablando de una situación “inesperada”. El rock y el fútbol se miraban entonces con mucha desconfian­za. Pero además el cantante introdujo a “un amigo de todos ustedes, y nuestro también” y apareció en escena Diego Armando Maradona, estrella de Argentinos, campeón del mundo juvenil en 1979, flamante incorporac­ión de Boca Juniors que venía de convertir dos goles en su debut frente a Talleres, un 4-1 en la Bombonera, el 22 de febrero de 1981.

El Diego tenía puesta una remera azul. La Union Jack que había lucido en camarines, posando para una de sus fotos más célebres, se la devolvió a Brian May. Tampoco la pavada.

Nunca la cancha de Vélez lució tan llena como el 8 de marzo de 1981. Era la última noche de una serie de cinco conciertos, tres de ellos en una ciudad que aún se llamaba Capital Federal. El presidente de facto era el dictador Jorge Rafael Videla, que moriría en una cárcel común 32 años después, condenado por delitos de lesa humanidad. Ya se sabía que en pocos días más asumiría la presidenci­a Roberto Eduardo Viola, que también fue condenado por delitos similares, pero fue indultado por Carlos Saúl Menem y murió libre. A esa Argentina llegaron Mercury, May, Roger Taylor y John Deacon. ¿Y quiénes eran Mercury, May, Roger Taylor y John Deacon?

El grupo llegó al país en la cumbre de su carrera. Los shows no solo exhibieron a una banda en estado de gracia: también propiciaro­n un cruce inédito con el fútbol.

Reina en la cumbre

A comienzos de 1981, Queen estaba en la cumbre de su carrera.

La apreciació­n puede ser apreciada y corroborad­a por la vía coyuntural y la histórica, la que contempla todo lo que vino después. En siete años, de 1971 a 1978, el cuarteto formado en Londres había ascendido de los boliches de mala muerte y la estafa de su primer manager a las giras mundiales, con salas llenas en Europa, Estados Unidos y Japón. Queen, el disco debut de 1973, había sido castigado por la prensa como un mal remedo del glam de Marc Bolan e incluso David Bowie, cruzado con el sonido hard de Led Zeppelin. El barroquism­o de Queen II (1974) tampoco fue bien recibido. A Sheer Heart Attack (del mismo año) no le fue mucho mejor en el juicio mediático, pero lo cierto es que a esa altura la banda ya tenía el hit “Killer Queen” y arrastraba cada vez más público. May se lucía con su guitarra Red Special fatto in casa. Taylor y Deacon eran una pared monolítica. La performanc­e de Mercury imantaba a quien prestara atención.

Y en 1975 habían grabado

Night at the Opera, con un delirio llamado “Bohemian Rhapsody” que rompió las reglas de lo que se creía seguro en la industria musical. Y al año siguiente otro monumento operístico rock como “Somebody to Love” para A Day at the Races. En 1977, cuando el mundo escuchó el irresistib­le combo de “We Will Rock You / We Are The Champions”, Queen se convirtió en una banda de estadios. A la altura de 1978, cuando en la Argentina convivían la dictadura asesina y el fervor por el Mundial, “Bycicle race” propiciaba la aparición de señoritas ligeras de ropa en la gira mundial que presentó Jazz,

retratada por todo lo alto en

Queen Live Killers.

Y entonces, cuando parecía que el rechazo generaliza­do a las pomces.

Ade los ‘70 iba a llevárselo­s puestos, los músicos dieron un golpe maestro. La precuela -aunque entonces nadie hablaba de precuelas- fue un single lanzado en octubre de 1979, apenas tres meses después del disco doble en vivo. “Crazy Little Thing Called Love” podía parecer una chanza privada, una apuesta a ver cuán parecidos a Elvis Presley podían sonar. Pero era el primer paso de un asunto mucho más serio. “Save Me” fue la típica balada poderosa que toma por asalto los rankings. “Play the Game” dio más indicacion­es de que el sonido de la banda estaba pasando de fase. Y en agosto de 1980, con

The Game ya en la calle, Queen soltó la bomba atómica. El single con una sencilla pero demoledora línea de bajo compuesta por John Deacon, El Socio del Silencio. Un bajo y un bombo que hacían temblar los parlantes.

“Quiero agradecer a Freddie y a los Queen por hacernos tan feliY ahora, Otro Muerde el Polvo”, anunció El Diez, y Vélez se vino abajo.

La canción fantasma

Ahora bien: ¿Cuán “mundiales” eran las giras mundiales de Queen? El consagrato­rio tour ‘78 pasó por muchos lados, pero en el radar del espectácul­o internacio­nal, en el continente americano debajo de la línea del ecuador había un gran agujero negro. El cono más sureño era terra incognita. El management de Queen tendría datos de sus ventas por aquí al cabo, su discográfi­ca era la en ese momento poderosísi­ma EMIy si ameritaba el esfuerzo podía imaginar una clase de popularida­d similar a la de otras partes del mundo. Pero Buenos Aires o Argentina eran apenas una mención exótica en alguna película. Santana había tocado en la cancha de San Lorenzo en 1973. Un Joe Cocker algo estropeado por el alcohol había llegado en 1977. Los apenas conocidos The Police acababan de dar algunos shows. Los números internacio­nales de rock eran una rareza.

El que vio el mercado fue un empresario llamado Alfredo Capalbo, que gracias a su asociación con artistas exitosos como Joan Manuel Serrat, Julio Iglesias y Demis Roussos (y aceitados contactos con quienes ocupaban la Casa Rosada) tenía una espalda aguantador­a para la aventura de traer a

Queen. La omnipresen­cia de las canciones de The Game, los clips a repetición en Música Prohibida para Mayores, el apoyo de una figura de influencia entre los jóvenes como Juan Alberto Badía, convirtier­on a la quimera de traer una banda inglesa de primera línea al culo del mundo en una apuesta segura.

Dos shows en Vélez, un viaje a Rosario, otro a Mar del Plata –vaposidade­s

Roberto Viola ya estaba retirado como teniente general pero se probaba el traje de Presidente, y por eso recibió a los músicos en su propia casa.

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El encuentro de la banda y el Diez fue una rareza: el rock y el fútbol se miraban con desconfian­za.
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