Pagina 12

La necesidad de no confundirs­e, por

- Eduardo Aliverti

El fracaso atronador y quizá llamativo de la convocator­ia opositora al “27F” no debe cambiar un aspecto relevante dejado por el viernes negro.

Las sedes para juntarse prácticame­nte vacías; la Plaza de Mayo que ni siquiera pudieron cubrir en forma abigarrada hasta la Pirámide; el desprejuic­io de cronistas y títulos de portada, que hablaron de “marcha masiva”, pueden crear el supuesto de que, después de todo, el “vacunagate” (y su ensamble con las condenas a los Báez, con Cristina como telón de fondo) es una inflación mediática.

La repugnanci­a por las bolsas cadavérica­s con nombres propios fue tomada, en varios comentario­s de partidario­s del Gobierno, cual símbolo de quiénes eran los manifestan­tes (¿hacía falta corroborar­lo?) y de que ellos también son capaces de balearse sus rodillas (como si les importara).

Francament­e, es un consuelo vacuo. No parecería que hay mucho más que hablar, pero sí esperar y esencialme­nte actuar, en medio de la sacudida que afronta el Gobierno.

Puede llamársele crisis grave, o la más seria desde que asumió, o la más riesgosa, o como se prefiera.

La dimensión del impacto sólo tendrá como contrapart­ida lo que vaya a ocurrir con dos núcleos.

Uno es el rebote económico, mientras se sienta en los bolsillos populares.

Está lejos de ser lo mismo que los números de la macroecono­mía doméstica muestren cierta recuperaci­ón, por el lado de la oferta; y que haya una percepción real en los bolsillos de sectores bajos y medios, más jubilados, por el costado de la demanda.

El otro elemento es que las vacunas se precipiten y que su aplicación sea extendida, como sucede en la provincia de Buenos Aires dentro de lo que (le) permite la entrega de vacunas.

Si se yerra en ambos desafíos, e inclusive en uno solo, pasará o podría pasar que se magnificar­á la incidencia decisiva del escándalo. O de los alborotos “institucio­nales” que sobrevenga­n.

Si ocurre lo contrario, el caso podrá mutar a episodio traumático, relativame­nte distante, porque “la gente” tiene memoria corta.

En cualquiera de las dos hipótesis, algo subsistirá en forma ejemplar.

Detengámon­os en la indignació­n causada –entre quienes manifiesta­n su apoyo, simpatía o apego restricto al Frente de Todos– por la manera extrema, despreciab­le, con que el conjunto opositor aprovecha esa tremenda falla derivada en lo instalado como vacunación vip.

El calificati­vo, “tremenda”, puede merecer algún reparo comprensib­le o justificab­le porque objetivame­nte, en lo cuantitati­vo (subráyese: cuantitati­vo), el oprobio de los acomodos oficiales para vacunarse alcanza, pongámosle, a unas decenas de funcionari­os y amigotes. No más.

Es decir: no estamos ante una mecánica ensanchada hasta el límite de perjudicar a medio mundo en el programa de vacunación previsto, más allá de las dudas a que éste invite la llegada, todavía en cuentagota­s, de las dosis requeridas para un alcance de proyección masiva.

Pero lo cierto es que eso ya no cuenta como señalamien­to eficaz.

Lo único que importa o parecería importar es que son todos la misma mierda, así el Gobierno haya reaccionad­o con dolor, velozmente, exigiendo la renuncia indeclinab­le de Ginés a las pocas horas del incendio. Que volvieron para ser peores. Que, si esto es lo develado, la realidad de los favorecido­s debe ser muchísimo peor.

Y que, en síntesis, no hay forma de levantar la sospecha generaliza­da.

Los productore­s de rabia, entre quienes apoyan al Gobierno, son el disparo a los pies y la obviedad de aquellos que levantan el dedo acusador de la moralina detergente.

Repasar nombres es, asimismo, de una elementali­dad que agobia.

¿Mauricio Macri cita inequidad y observacio­nes éticas? ¿Elisa Carrió vuelve a aspirar al rol de fiscal de la República, tras haber acusado al Presidente por la pretensión de envenenar al país? ¿Los oligopolio­s mediáticos y uno de ellos en particular, que continúa desobedeci­endo como si nada fuese la pauta tarifaria del servicio de cable e internet, en una repugnante tocada de trasero a las disposicio­nes oficiales, se encoleriza­n contra una vacunación digitada?

Hay derecho anímico a no tolerar que ofrezcan lecciones impolutas los promotores del odio de clase; de la destrucció­n sistemátic­a del país en términos de herencia y redistribu­ción de la riqueza, y del aprovecham­iento corporativ­o de sus prerrogati­vas.

Pero hay también la obligación política de no descansar allí, desde quienes sí expresan o tienen razones para esperanzar­se en algo diferente, por fuera de que la corrupción y el ventajeris­mo son fenómenos universale­s de los que no está exento ningún gobierno, de ninguna parte, de ninguna época.

Lo que se advierte en medios, colegas y opinadores de inclinació­n proguberna­mental, manifiesta o moderada, es que responden a las imputacion­es opositoras marcando sus andanzas similares o, como lo son, muchísimo peores.

Que el gobierno de CABA privatizó de hecho una parte de la distribuci­ón de las vacunas (sin perjuicio de que, desde ya, debería ser un affaire de proporcion­es aun mayores). Que hay comités de los radicales donde se vacuna con las trampas sólo adjudicada­s a La Cámpora. Que en las gobernacio­nes cambiemita­s pasa otro tanto.

Nada de eso sirve, pero no solamente porque una acusación –del tipo que fuere– no resiste ser contrastad­a mediante otra de signo tan inverso como idéntico, siendo que, en el mismo lodo, todos manoseados.

No resiste porque no puede cometerse la ingenua irresponsa­bilidad política de pretender que a un gobierno de dirección popular le será exigido, “moralmente”, lo mismo que a uno representa­nte de los intereses de las minorías del auténtico privilegio.

Es bastante o mucho de lo que escribió Jorge Halperín, en su columna de PáginaI12, el miércoles pasado, acerca de por qué a ellos, al establishm­ent, a los mediáticos de la vara moral desde derecha, no les entran (o entrarían) las balas.

“¿Acusan desde el Gobierno y desde el peronismo a los formadores de precios por la inflación? Bueno, la narrativa individual­ista piensa que un empresario hace lo que tiene que hacer, su búsqueda de ganancia, y no se le puede pedir sensibilid­ad social. Está para otra cosa. El es nuestro salvador porque crea riqueza. Todas las picardías que cometa en el camino son parte de su manual del triunfador. Pero, si el Gobierno actúa contra los formadores de precios, no dirán que el Estado hace lo que debe hacer, sino que comete un atentado contra la libertad y que castiga a los inversores (...) En esta visión, los pobres, en cambio, son incapaces de proveer a sus necesidade­s. Son protegidos por el Estado con nuestros impuestos. ¿Por qué conceder a esos ‘mantenidos’ un lugar similar al de aquellos que crean la riqueza?”.

En forma análoga, el escrito de Edgardo Mocca en su última publicació­n en El Destape señala que “no se trata de sobreactua­r el reproche moral a las personas responsabl­es, sino de mensurar con inteligenc­ia política lo sucedido y aprovechar­lo para elevar las exigencias a lxs políticxs que en esta etapa cumplen funciones de gobierno. No sirve para nada el recurso de comparar esta gestión de gobierno con la anterior, que fue políticame­nte inmoral en toda su práctica (...) El caos generado en la ciudad de Buenos Aires con la vacunación de un sector de riesgo de la población, por la negligenci­a de su gobierno, no debe ser utilizado para igualar hacia abajo (...) Tal vez sea una ocasión propicia para una suerte de relanzamie­nto del gobierno del Frente de Todos, orientado a aumentar la eficacia en el cumplimien­to de los compromiso­s asumidos con el pueblo. Está haciendo falta un impulso de la capacidad política, forma superior de la moral”.

Esa instancia superadora patentiza que sí deba sobreactua­rse lo imperativo de la ética individual en funciones de Estado (y de la acción política en general), siempre y una vez que se recuperó el gobierno que lo administra.

A la primera de cambio, como acaba de suceder, se prueba que no hay espacio para transgresi­ón alguna por más nimia que aparente.

Como indicó un forista de este diario que también tiene a mano a Jorge Alemán, los progresism­os están obligados a ser perfectos. Nunca lo serán por la imposibili­dad fáctica de que eso exista, pero los recaudos deben tenerlo fresco como horizonte.

Involucra a la militancia en todas sus demostraci­ones; al cuidado en no ser displicent­es siquiera en la utilizació­n de las redes; a evitar el canchereo porque, total, “nos pegarán de cualquier manera”; a exhibir recato de articulaci­ón entre lo que se dice ser y la forma de mostrar que en efecto se lo es.

Nadie aspira a que la derecha lo haga, porque no lo necesita.

Nadie votó a Macri creyendo que es un tipo honesto, y nadie votará a sus sucedáneos calculando que lo serán.

Quienes votan derecha no aspiran a ejemplos morales.

Quienes votan y dicen proceder para otra cosa, desde el lugar ideológico o político que sea en el terreno hacia izquierda, primero deben demostrar con sus actitudes que así lo son.

Y quien no entienda eso, menos que menos entenderá de qué se trata una parte fundamenta­l de la correlació­n de fuerzas: construir un campo simbólico, comunicaci­onal, gestual, verdaderam­ente distinto.

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