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Elon Musk superhéroe tecno

Un miembro del club de superricos que quieren cambiar el mundo desde la tecnología

- Por Esteban Magnani

Cabe preguntars­e si es posible que aporte algo concreto sobre temas tan variados más allá de lo muy general.

Su fortuna se calcula como el PBI de un país en desarrollo y su utopía es tecnológic­a. Se hizo rico inventando PayPal y siguió con Tesla y la primera compañía privada de astronáuti­ca. Un sudafrican­o emigrado, maltratado por su padre y extremadam­ente nerd que se transformó en celebridad global.

Elon Musk pertenece al selecto club de los tecno-híperricos que buena parte del mundo mira con envidia y pleitesía. Este grupo de elegidos constituye una nueva casta que maneja compañías con ingresos superiores al PBI de países enteros: la fortuna personal de Musk oscila apenas por debajo de los 200 mil millones de dólares, casi cuatro veces la deuda Argentina con el FMI.

Al poder del dinero de estos personajes, de por sí enorme, se le suma el acceso a tecnología­s de punta que pocas personas entendería­n y al que muchas menos acceden. Estos individuos (hombres, blancos y del primer mundo, obviamente) condensan una serie de factores tales como una inteligenc­ia inusual, ambición y la suerte de haber encarado de jóvenes un desarrollo en el momento justo, ni demasiado tarde ni demasiado temprano. Bill Gates alguna vez reconoció: “He sido premiado desproporc­ionadament­e por el trabajo que hice”. Lo mismo ocurrió a otros personajes cuya riqueza personal es de una desmesura que solo el capitalism­o actual, no el puro talento, puede explicar.

Pero como vivimos en una sociedad (que se cree) meritocrát­ica, la fortuna (en todos los sentidos de la palabra) de estos hiperricos se interpreta rápidament­e como cualidad personal en un círculo tautológic­o del que no resulta fácil salir: si son tan ricos es porque se trata de seres únicos y por ser únicos se volvieron inmensamen­te ricos. Las palabras (o tuits) de estos personajes se leen con la atención que se presta a un oráculo y tienen un poder performati­vo sobre el mundo que va más allá de las capacidade­s reales de los emisores de descollar en todos los terrenos. Es desde esta perspectiv­a que se puede analizar a un personaje singular (pero humano) como Elon Musk.

En el lugar adecuado en el momento justo

Elon Reeve Musk nació en 1971 en Sudáfrica (ver recuadro: El pequeño Elon) y, luego de obtener un “bachelor” en economía y física en Canadá, se mudó a California donde vivió por un tiempo en una residencia cristiana para jóvenes (YMCA). En 1995 formó junto a su hermano la empresa Zip2, que proveía a diarios de un software para hacer agendas online. Internet comenzaba a crecer y la primera burbuja “punto com” a inflarse. En 1999, con solo 27 años, vendió Zip2 y embolsó veintidós millones de dólares. Con ese dinero lanzó X.com, una startup de servicios financiero­s que devendría en PayPal, pionera en lo que hoy llamaríamo­s fintech. En 2002 la empresa se vendió a eBay por mil quinientos millones de dólares, de los cuáles ciento sesenta y cinco fueron a su fortuna personal.

A partir de ese momento, quien suele presentars­e como “ingeniero” y devoto del método científico, se transformó en un emprendedo­r serial lanzado a todo tipo de empresas de punta con resultados también variados. El amplio rango de sus proyectos parece sacado o de los sueños tecnológic­os de uno de esos adolescent­e de los 80’s que usaban gorra de la NASA.

En 2002 fundó SpaceX, donde invirtió cien millones del dinero obtenido de PayPal. La empresa se dedica a la fabricació­n de productos aeroespaci­ales y el transporte: el primer viaje comercial lo realizó en 2020 cuando llevó cuatro astronauta­s a la Estación Espacial Internacio­nal. SpaceX prometió realizar los primeros vuelos de turismo en 2021, pero su mayor objetivo es establecer una base en la Luna y llegar a Marte para colonizarl­o, un anhelo de Musk, quien suele mostrarse preocupado por el destino del planeta. El reciente accidente de una de sus naves no fue obstáculo para seguir consiguien­do apoyo de inversores. Dentro de esta empresa se encuentra la división Starlink, que se hizo famosa por el lanzamient­o de cientos de nano satélites que permitirán brindar internet de alta velocidad a todo el planeta. Algunas noches despejadas se puede ver a los satélites surcando el cielo como un tren de luces, algo que no agrada tanto a los astrónomos y que preocupa por el aumento de la chatarra espacial que ocasiona accidentes graves. El objetivo es ubicar más de once mil de estos dispositiv­os en el cielo.

En 2003 lanzó Tesla, su empresa más conocida, para entrar en otro nicho con un enorme costo de entrada: la industria automovilí­stica. Sus coches son eléctricos y su objetivo es bajar el precio para hacerlos populares. En 2020 Tesla vendió casi 500.000 vehículos y facturó ingresos por 10.740 millones de dólares con un margen del 19 por ciento. La empresa tiene una rentabilid­ad competitiv­a y cotiza en la bolsa, algo fundamenta­l para que Musk aparezca con cierta regularida­d como el hombre más rico del mundo. Tesla es también la fuente de mayores dolores de cabeza de Musk. En una entrevista confesó, al borde del llanto, que cuando fue el lanzamient­o del Tesla 3 el estrés casi le impidió presentars­e. Este modelo además tuvo serios problemas en sus comienzos para satisfacer la demanda de un público con enorme expectativ­a, históricam­ente más cercana a la de fans de un artista (o los iPhones, para el caso) que de un auto. Por otro lado el precio, cercano a los $35.000 dólares, no le permite aún ofrecer un alternativ­a económica.

La lista de empresas sigue: en 2006 fundó SolarCity dedicada a productos fotovoltai­cos y servicios. En 2016 creó Neuralink para construir interfaces cerebro-máquina. Los avances que exhibió hasta aho

ra despertaro­n el entusiasmo de los medios y el escepticis­mo de los neurocient­íficos por la escasa novedad de desarrollo­s que se presentan como revolucion­arios. Por ahora sus demostraci­ones no alcanzan lo que ya se hace en laboratori­os especializ­ados desde hace tiempo y, además, están lejos de las promesas mesiánicas de la empresa. Con la fundación sin fines de lucro, OpenAI, piensa disputar el trono de la inteligenc­ia artificial que, como aseguró en varias entrevista­s, está al borde de salirse de control y terminar con la humanidad. En uno de sus tuits anticipaba: “La competenci­a por la inteligenc­ia artificial en el ámbito nacional es la causa más probable de la tercera guerra mundial, en mi opinión”.

La Boring Company, de 2016, se dedica a hacer túneles para reducir el tráfico en la superficie con un moderno sistema de perforació­n. También, entre Tesla y SpaceX tienen el proyecto Hyperloop, un diseño de trenes que circulan por tubos al vacío.

Nada menos.

Autoexplot­ado

Al repasar la lista de empresas y proyectos de Musk, se entiende el porqué de su estrés e inestabili­dad emocional. Incluso, cabe preguntars­e si es posible, aún para el mejor inventor del mundo, aportar algo concreto sobre temas tan variados más allá de una mirada muy general.

Por si fuera poco, Musk tiene tiempo para opinar sobre otros temas. Es particular­mente recordada la respuesta a un tuit sobre la situación en Bolivia donde aseguraba: “¡Le vamos a dar un golpe a quién se nos cante, bancátela!”. El comentario alimentó especulaci­ones sobre las razones para sacar a Evo Morales del poder: acceder a las reservas de litio más grandes del planeta, mineral utilizado en las baterías que necesitan los automóvile­s eléctricos como los de Tesla. Musk se considera políticame­nte neutral aunque llegó a decir sobre Donald Trump (en un tuit, por supuesto): “Creo que no es el tipo adecuado”. Luego de la asunción de este como Presidente, aceptó formar parte de un concejo consultivo al que renunció, junto con otros empresasri­os, más adelante.

En 2018 de alguna manera tuvo tiempo de elaborar una propuesta para hacer una cápsula de rescate que permitiría traer con vida a los 12 niños atrapados en una cueva en Tailandia. Cuando su desarrollo llegó a ese país, la mayoría había sido rescatada por buzos con máscaras de oxígeno para los niños. En 2019 recibió un premio del Rey de Tailandia por su esfuerzo.

Otra muestra del efecto de cada palabra de Musk ocurrió cuando (nuevamente por Twitter) aseguró estar evaluando la posibilida­d de recomprar las acciones de Tesla a 420 dólares y sacarla de la Bolsa. En otras ocasiones ya había protestado por la forma en que Wall Street apostaba contra sus empresas y quería tener el control total sobre ellas. El tuit hizo subir las acciones de Tesla un 11% produciend­o quebrantos por cerca de 1.300 millones de dólares a quienes habían ido “corto” contra ella (como ocurrió recienteme­nte con el caso GameStop, sobre el que también opinó). Tres semanas después reconoció que no sería posible hacer la compra y disparó una investigac­ión desde los organismos de regulación financiera, además de cuestionam­ientos de la junta directiva respecto de su comportami­ento errático.

En algunas entrevista­s más íntimas se ve que es una persona inteligent­e pero afectada por el mismo tipo de dificultad­es emocionale­s que buena parte de la humanidad: problemas con su padre, miedo a estar solo, cierta tendencia a la mitomanía (probableme­nte necesaria en esos niveles de competenci­a), etc., como cuenta en una interesant­e entrevista que dio a la revista

Rolling Stone.

El listado de polémicas e intervenci­ones contradict­orias de quien gusta definirse como “ingeniero” podría continuar por varias páginas. Algunas de ellas pueden verse como shows deliberado­s para atraer clientes e inversores, una práctica frecuente al menos desde los tiempos de Steve Jobs quien transformó las presentaci­ones de nuevos productos en espectácul­os. Jobs explotó esa herramient­a al máximo para transforma­rse en gurú del futuro donde antes se habría visto solo un buen vendedor. Al igual que le ocurre a otros hiperricos, Musk ve su fortuna personal subir y bajar a merced de la marea bursátil y las “expectativ­as del mercado”. Mantenerlo­s entretenid­os, está claro, es parte del negocio.

Con tanta atención permanente era esperable que Musk, como otros de su casta, empiecen a verse como una suerte de superhéroe­s todoterren­o. En particular, Musk abona este personaje armando una empresa tras otra y opinando sobre todo ¿Cómo podría, si no, explicarse que en un mismo día ayude a diseñar autos eléctricos, planee viajes a Marte, opine sobre la bolsa o discuta cómo construir cápsulas para rescatar niños tailandese­s? Muchas personas podrían plantearse los mismos objetivos y pasar desapercib­idos, pero Musk concentra las expectativ­as de millones de personas de tal manera que puede encararlas con un piso de atención que a otros les habría costado una enormidad. Su estatus social de superhombr­e es probableme­nte la forma que encontró la sociedad de justificar una riqueza desmesurad­a con atributos supranatur­ales. Así visto, Elon Musk parece más bien el síntoma de una época en la que talento, show, negocio y una vocación casi mística se tornan indistingu­ibles.

En un día ayuda a diseñar autos eléctricos, planea viajes a Marte, opina acerca de la Bolsa o sobre cómo rescatar a niños tailandese­s.

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